Illimani viene del aymara illa, que significa “simiente y generadora de abundancia”, y mani, de mamani, es decir: “guardián”. Su denominación responde a que el nevado, ubicado a más de 6.438 metros sobre el nivel del mar, fue bautizado y predestinado a resguardar a Chuquiago Marka.
Antiguamente la ciudad de La Paz estaba conformada por varios ayllus (comunidades aymaras) que formaban la gran marka (pueblo) y ya en esos tiempos las prácticas rituales y espirituales estaban más vigentes que nunca. Por eso que dentro de la concepción aymara los cerros, las montañas, los nevados, los ríos, las lagunas y hasta las piedras siempre fueron vistos como portadores de vida.
“Esta forma de ver el mundo se ha mantenido en gran parte de nuestra población hasta nuestros días y eso es algo muy importante”, asegura el teólogo andino Guiniol Quilla.
Las prácticas espirituales y ceremonias a los diferentes elementos de la naturaleza están íntimamente ligadas al paceño. Una de las más importantes es la que se ofrenda a la Pachamama (Madre Tierra), luego están los achachilas o montañas consideradas sagradas y donde se cree que se encuentran los espíritus de los antepasados, pero además están las wak’as (sitios sagrados) como piedras, ríos, lagunas, vertientes, cerros y otros. “Todos estos son considerados como los uywiris (guías) de la ciudad”, añade Quilla.
De todos los guardianes el más importante es, sin duda, el achachila Illimani, que custodia y protege la vertiente y simiente de donde brota la vida y la abundancia. Según el amawt’a (sacerdote aymara) Adelio Laura, originario del pueblo de Coni, un valle a los pies del Illimani, es todavía una tradición ancestral subir al Illimani cada primer lunes de septiembre.
“Allí los pobladores realizan un ritual al Illamamani, al achachila Illimani. Los habitantes de ese pueblo afirman que en la cima del Illimani está la ciudad de La Paz en miniatura. ‘Esa es la illa de la ciudad’, me dijo una vez don Adelio”, cuenta Quilla.
En el antiguo Chuquiago Marka, el achachila Illimani cumplía un rol importante porque estaba ligado a los dos ciclos fértiles del calendario agrícola andino: el jallu pacha (tiempo de lluvias) y el lapak pacha (tiempo de calor), consideradas épocas ideales para la fertilidad, la producción y la abundancia en la cultura aymara. Las otras estaciones son: juypi pacha (frío) y awti pacha (seco), que están relacionadas con otro achachila, el nevado Mururata (cortado), el dueño de los vientos, la helada y del granizo.
De acuerdo con Quilla, en el pasado los yatiris (adivinadores) y amawt’as aymaras hacían ofrendas en las wak’as y apachetas, en particular al Illimani, para que la productividad sea mayor. Al mismo tiempo se le pedía al Mururata que no mande el granizo ni la helada a las chacras de sus hijos. “Cuando llegaba el tiempo seco los pobladores le rogaban al Mururata que no mande la helada para poder preparar el chuño. Como vemos, todo tiene su tiempo”, sostiene Quilla.
Las wak’as son elementos naturales considerados sagrados; los más importantes son: el jach’aqullu (cerro grande) de Cotahuma, el aki qullu (Muela del Diablo), el sallahumani de la autopista que enlaza La Paz y El Alto, la wak’a del rayo, la apacheta de Chuquiaguillo, la de Layqa Quta (lago embrujado) en Miraflores y el cerro de Killi Killi de la zona Periférica.
Hoy, aún se realizan waxtas y luqtas (ofrendas) a los uywiris. No es casualidad que algunos paceños, además de rezar al Dios católico, pidan también cada mañana a las montañas para que los guíe en la jornada.
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