Nuestra privilegiada y estratégica ubicación geográfica nos hace de relativamente fácil acceso como ‘país puente’ y refuerza las posibilidades para una explotación del turismo…
Por donde se lo vea, de uno a otro extremo de su diverso y contrastante territorio, Bolivia posee un vasto y atractivo potencial turístico que, sin embargo, hasta ahora no ha sido explotado adecuadamente para implementar una importante fuente generadora de empleos y divisas con la que también se conoce como la “industria sin chimeneas”. A diferencia de otros países que con menos que ofrecer al visitante hallaron un rico filón en la explotación del turismo, el nuestro parece desaprovechar los maravillosos dones que la naturaleza le entregó.
En algún momento, hasta los japoneses estaban interesados en conocer la oferta turística boliviana que se cotiza bastante bien con las Misiones Jesuíticas, el Parque Noel Kempff Mercado, el Salar de Uyuni, los valles mesotérmicos, el lago Titicaca o los caudalosos e imponentes ríos del norte, tan sólo por citar algunos de los lugares que llenarían los ojos al visitante que tendría mucho para elegir de un amplio abanico de atrayentes opciones. En cuanto a los estadounidenses que venían en buen número a dejarnos sus dólares, se les tiró las puertas en las narices exigiéndoles visa para entrar en Bolivia, como resultante de las asperezas gubernamentales con la potencia del norte. Con la desafortunada medida, numerosos “gringos” no se pusieron a llorar y, por el contrario, procedieron a borrarnos definitivamente de sus destinos.
Pero, en fin, nuestra estratégica y privilegiada ubicación geográfica en el corazón de Sudamérica nos hace de relativamente fácil acceso como “país puente” y refuerza las posibilidades para una explotación del turismo cada vez más intensa y extensa. Y aunque sobran los lugares que harían disfrutar a plenitud al excursionista extranjero, en Bolivia hay carencias esenciales no resueltas, como las de una buena red vial que permita la llegada sin contratiempos a los centros de atracción turística, lo mismo que una mayor y más completa infraestructura hotelera que ofrezca las condiciones indispensables de comodidad a quienes arriban en tren de descanso y recreación.
Pero más allá de la ausencia de políticas de fomento que estimulen la actividad, de la necesidad de buenos caminos o de más y mejores hoteles, en tiempos tan tormentosos como los que vivimos ahora se vuelve impensable al extranjero hacer turismo en Bolivia, desalentado además por la deteriorada imagen que se retrata en el mundo exterior. Las recientes calificaciones de organizaciones internacionales que nos encasillan como “país inestable o inseguro” no escapan de la atención del viajero que sin mucho pensárselo opta por otros destinos más confiables y seguros.
Entonces es una pena grande que no nos quieran visitar y que gente de otras partes pase de largo por los fundados temores que les inspira el inflamado clima interno instalado entre nosotros desde hace largo rato y que ha vuelto poco menos que inviable el desarrollo de la industria turística nacional, a pesar de su innegable potencial.
Por donde se lo vea, de uno a otro extremo de su diverso y contrastante territorio, Bolivia posee un vasto y atractivo potencial turístico que, sin embargo, hasta ahora no ha sido explotado adecuadamente para implementar una importante fuente generadora de empleos y divisas con la que también se conoce como la “industria sin chimeneas”. A diferencia de otros países que con menos que ofrecer al visitante hallaron un rico filón en la explotación del turismo, el nuestro parece desaprovechar los maravillosos dones que la naturaleza le entregó.
En algún momento, hasta los japoneses estaban interesados en conocer la oferta turística boliviana que se cotiza bastante bien con las Misiones Jesuíticas, el Parque Noel Kempff Mercado, el Salar de Uyuni, los valles mesotérmicos, el lago Titicaca o los caudalosos e imponentes ríos del norte, tan sólo por citar algunos de los lugares que llenarían los ojos al visitante que tendría mucho para elegir de un amplio abanico de atrayentes opciones. En cuanto a los estadounidenses que venían en buen número a dejarnos sus dólares, se les tiró las puertas en las narices exigiéndoles visa para entrar en Bolivia, como resultante de las asperezas gubernamentales con la potencia del norte. Con la desafortunada medida, numerosos “gringos” no se pusieron a llorar y, por el contrario, procedieron a borrarnos definitivamente de sus destinos.
Pero, en fin, nuestra estratégica y privilegiada ubicación geográfica en el corazón de Sudamérica nos hace de relativamente fácil acceso como “país puente” y refuerza las posibilidades para una explotación del turismo cada vez más intensa y extensa. Y aunque sobran los lugares que harían disfrutar a plenitud al excursionista extranjero, en Bolivia hay carencias esenciales no resueltas, como las de una buena red vial que permita la llegada sin contratiempos a los centros de atracción turística, lo mismo que una mayor y más completa infraestructura hotelera que ofrezca las condiciones indispensables de comodidad a quienes arriban en tren de descanso y recreación.
Pero más allá de la ausencia de políticas de fomento que estimulen la actividad, de la necesidad de buenos caminos o de más y mejores hoteles, en tiempos tan tormentosos como los que vivimos ahora se vuelve impensable al extranjero hacer turismo en Bolivia, desalentado además por la deteriorada imagen que se retrata en el mundo exterior. Las recientes calificaciones de organizaciones internacionales que nos encasillan como “país inestable o inseguro” no escapan de la atención del viajero que sin mucho pensárselo opta por otros destinos más confiables y seguros.
Entonces es una pena grande que no nos quieran visitar y que gente de otras partes pase de largo por los fundados temores que les inspira el inflamado clima interno instalado entre nosotros desde hace largo rato y que ha vuelto poco menos que inviable el desarrollo de la industria turística nacional, a pesar de su innegable potencial.
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