Cerca a las orillas del Salar de Uyuni se encuentra Colchani, un pequeño poblado que se caracteriza por ser el principal productor de sal en el país y desde donde sale el condimento que llega a casi todos los hogares bolivianos.
Las personas que se ganan la vida trabajando en el desierto blanco forman unas 20 familias que procesan la sal de forma rústica y utilizando maquinarias antiguas. Todos los productores conforman una cooperativa llamada “Rosario Limitada”.
“Nosotros trabajamos con la mano y así estamos bien. Invertir en máquinas grandes no se justifica porque el precio de la sal es muy bajo, además que no exportamos y eso también nos perjudica”, dice Jackeline Mamani, que vive de esta actividad desde hace siete años.
Indica que la sal procesada es entregada a los transportistas, quienes son los encargados de hacer llegar este producto al resto del país.
En un día, estas familias llegan a producir 2 mil kilos de sal. La bolsa en la comunidad tiene un costo de 25 centavos y en el resto del país oscila entre 50 centavos o un boliviano, mientras que un paquete que contiene 50 bolsas de sal se vende a 10 bolivianos en la localidad y en los demás departamentos a 15 bolivianos.
El productor de sal Wilbert Calizaya explica que “los ingresos ahora están bajos: al día ganamos 150 bolivianos, antes se ganaba 500. Suponemos que la bajada de precios se debe a los bloqueos que hubo en Potosí”.
“Nosotros estaríamos dispuestos a poder realizar más producción; nuestro producto llega a todos los departamentos, en especial a Potosí, Sucre y Tarija, pero para Oruro y Cochabamba se dificulta porque los caminos están mal”, añade.
La familia de Calizaya cuenta con ocho miembros. “Trabajamos todos, incluyendo los niños, que trabajan los fines de semana porque gracias a esta actividad aseguramos nuestro pan de cada día”, dice.
Artesanía
A pesar de que el procesamiento de sal es su principal actividad, la comunidad de Colchani también recibe ingresos por sus artesanías.
De esta forma, las siete familias que se dedican a este rubro dejan que su creatividad los envuelva para crear joyeros de diversos tamaños, portarretratos, el popular cacho acompañado de sus cinco dados, animales como llamas, conejos y sapos, que son el principal atractivo de la variada oferta que los artesanos ofrecen a los turistas.
Estas artesanías llegan a ser llamativas porque cada una tiene su propio diseño y decoración. Los objetos más pequeños tienen un precio de entre cinco y 10 bolivianos y los más grandes de entre 11 y 20 bolivianos.
La artesana Juana Huarachi realiza esta actividad desde hace más de 15 años y explica que toma su tiempo. “Nos llegan bloques grandes de sal, entonces tenemos que molerlos tres veces para que la sal quede bien finita. Después mezclamos con agua, tallamos los moldes y tenemos que esperar tres meses para que sequen. Una vez secados, tallamos a mano y raspamos con una lija para luego pintarlos y decorarlos”, cuenta.
Los que más compran las obras de arte son los extranjeros. “No hablamos el mismo idioma, pero nos podemos entender”, expresa Huarachi.
Trenes Cementerio de trozos de memoria
Cerca a Colchani, grandes vagones ferroviarios transportan al turista al pasado de Uyuni.
El guía turístico José Mamani explica que “gracias al auge de la minería, los trenes fueron una parte fundamental de la vida y progreso de los pueblos de esta región a principios del siglo XX, porque trasladaban los minerales y la sal hacia Chile, Calama y las costas de Antofagasta”.
Mamani indica que las empresas de trenes quebraron debido a que el Estado los administró durante años hasta que fueron capitalizadas por el Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Actualmente, los vagones se encuentran abandonados creando un paisaje triste y de olvido, pero que se ha convertido en un atractivo turístico.
FUENTE DE INGRESO
J Los pobladores de Colchani dan gran importancia al turismo y aprovechan los atractivos de su región para generar más ingresos.
J Ubicada a unos 20 kilómetros del pueblo de Uyuni, esta comunidad muestra, además del procesamiento de sal y sus artesanías, edificios construidos con bloques de sal, un museo y también la antigua estación ferroviaria.
J Colchani es una de las entradas al Salar de Uyuni y desde allí la vista del gran desierto es impresionante: un manto inmenso, completamente blanco y misterioso.
El pasado septiembre, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su sigla en inglés) anunciaba en un comunicado de prensa que 925 millones de personas en el mundo sufrían hambre. Aunque se ha logrado descender de los 1.023 millones contabilizados en 2009, la actual cifra sigue siendo “inaceptablemente alta”, según la propia organización.
TURISMO
FUENTE DE INGRESO
J Los pobladores de Colchani dan gran importancia al turismo y aprovechan los atractivos de su región para generar más ingresos.
J Ubicada a unos 20 kilómetros del pueblo de Uyuni, esta comunidad muestra, además del procesamiento de sal y sus artesanías, edificios construidos con bloques de sal, un museo y también la antigua estación ferroviaria.
J Colchani es una de las entradas al Salar de Uyuni y desde allí la vista del gran desierto es impresionante: un manto inmenso, completamente blanco y misterioso.
VENTANA
“El mundo avanza hacia una nueva crisis alimentaria”
Vicent Boix, Investigador de temas de medio ambiente
Entre los factores que influyeron para este significante descenso, la FAO destaca el crecimiento económico en algunos países y la reducción en los precios de los alimentos.
Aún así y a pesar de las buenas noticias, nada está siendo como antes de la crisis alimentaria de 2008. La propia FAO advertía en diciembre de 2009 que los alimentos mantenían precios elevados.
Según una escala que confecciona esta institución, en noviembre de 2009 el índice de precios de los alimentos mantuvo una media de 168 puntos.
Este nivel fue un 20 por ciento inferior al máximo histórico de junio de 2008, cuando la crisis mundial en los precios estaba en pleno apogeo. Sin embargo, antes de 2007, este valor nunca superó los 120 puntos y durante la mayor parte del tiempo se mantenía por debajo de los 100.
Estas cifras indican claramente que, en los últimos años, los alimentos han experimentado incrementos espectaculares en sus precios, que amenazan la seguridad alimentaria de millones de personas.
La FAO enumeró los factores que a su juicio ocasionaron la subida. Por ejemplo, dicha organización justificó que el aumento en 2007 y 2008 fue inducido por las malas cosechas, la reducción de las reservas mundiales de cereales, el alza en los precios del petróleo y el desvío de cultivos para los agrocombustibles. También por las restricciones a la exportación impuesta por algunos países cuando estalló la crisis de los precios, la debilidad del dólar y la especulación en los mercados financieros.
Desde la FAO y otros estamentos como la Comisión Europea, alegan que una crisis como la de 2008 queda lejos. Afirman que hay disponibilidad, que hay reservas suficientes e incluso la FAO señala que la previsión en la producción mundial de cereales para 2010 podría ser la tercera mayor registrada hasta hoy. Pero aún así y a pesar del optimismo, los precios de los alimentos están ascendiendo por más valeriana que inyecten desde Bruselas y Roma.
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