Todo comenzó en una librería. Allí, Gabriele Kowal Manderla, canciller de la Embajada de Alemania en Bolivia, descubrió un libro sobre Bolivia: La travesía aérea, de Willy Kenning.
Gabriele, su marido y tres amigos más comenzaron a investigar y planificar un viaje similar: dónde alquilar una avioneta, qué tipo de nave necesitarían. Michael Dreyer, uno de los interesados en tan especial travesía, conocía al piloto Carlos Urioste, quien durante muchos años ha volado, y que además conoce toda Bolivia. “Entramos en contacto con este señor y él elaboró un itinerario adecuado a nuestras necesidades, sobre el mapa de Bolivia.
Queríamos conocer todo lo que pudiéramos desde el aire; además, con el libro de Kenning en las manos, le decíamos qué paisajes queríamos sobrevolar”. Los cinco reunieron los 1.900 dólares por persona requeridos para pagar todo el viaje (incluyendo los seis días de vuelos en avioneta, alojamientos para cinco noches y la comida).
Urioste habló con una firma de pilotos en Santa Cruz, Servicios Aéreos Elorza, que trabaja en la parte del oriente, en la parte más baja, lo que desconcertó un poco al grupo, que tenía pensado sobrevolar la Cordillera Real. “Pensamos que mayo era el mes ideal para hacer nuestro viaje; es justo al final de la época de lluvias, por lo que todo está aún muy verde, pero el cielo ya está despejado y no hay nubes que impidan la visión”.
Un 7 de mayo los encontró a los cinco tomando un café en el aeropuerto de El Alto. El piloto que esperaba por ellos junto al aeroplano era Juan Carlos Elorza, uno de los hermanos que llevan la compañía. Iban a tomar una avioneta Cessna 210 Centurión, con una hélice y un solo piloto. “Cada uno podíamos portar 10 kilos, nos pesaron las bolsas en una báscula. Claro, cuando vimos la avioneta en El Alto lo entendimos: ¡era tan pequeñita! Hasta miedo nos daba volar en ella. Los cinco entramos temblando al pequeño aparato e íbamos muy juntitos en los asientos. Dos días después entrábamos en la avioneta como si fuéramos a tomar un trufi”.
El primer día sobrevolaron la Cordillera Real, y vieron con total claridad el lago Titicaca. “Lo más increíble, una sensación inolvidable, fue poder decirle al piloto que volviera sobre un lugar una y otra vez. Dimos vuelta a Copacabana, las islas del Sol y de la Luna, incluso queríamos ver el lado peruano. El problema fue que se nubló de pronto y tampoco pudimos apreciar el Illampu. Ese primer día nos sentíamos incómodos en la avioneta, porque ésta se movía mucho, y casi nos chocábamos unos contra otros en los asientos”.
La primera noche descansaron en Rurrenabaque, donde no encontraron combustible para el aeroplano. Sólo se puede hacer cuatro horas de viaje al día porque el tanque no es muy grande; cada jornada se vuela dos horas por la mañana y dos por la tarde, de noche no es posible volar.
Para conseguir el combustible hicieron paradas estratégicas en diversos puntos del país.
El segundo día partieron temprano rumbo a Trinidad, donde se alojaron en el Parque Nacional Noel Kempff, Estación Turística Flor de Oro, el campamento principal: “Nos dio mucha pena verlo casi abandonado. El piloto nos comentó que hacía unos años llevaba constantemente a gente hasta el lugar. Conseguimos el alojamiento privilegiado, gracias una vez más a Michael Dreyer, que habló con el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap)”.
Ese día decidieron cruzar el río y pasar la frontera —desatendida por la guardia encargada — y llegaron a un pueblo llamado Pimenteiras d’Oeste, donde estuvieron unas horas antes de retornar al campamento del Noel Kempff. “Allí hicimos contacto con los guardaparques y pasamos una bonita noche con todos”.
El tercer día pudieron sobrevolar todos los paisajes del Noel Kempff, siempre en dirección sudeste. “Nos maravillaron las increíbles cataratas Arco Iris y Ahlsfeld situadas sobre el río Pauserna”. A través de la Serranía Chaqueña llegaron a la Chiquitanía, donde sobrevolaron San Ignacio de Velasco y las misiones. “Casi podíamos tocar los campanarios de las iglesias, de tan bajo que sobrevolábamos”.
Las relaciones entre los viajeros eran armoniosas, recuerda Gabriele. “Lo importante es llevarse bien con las personas que uno viaja, porque son muchos días en un espacio muy reducido”. Hasta la avioneta tenía nombre: Cecilia Paulina. “Una vez que tuvo llena la barriguita partimos hacia Puerto Suárez”. Allí, los cinco aventureros quisieron ir por tierra a ver el Pantanal desde el lado brasileño, pero unos rumores de bloqueo les hicieron desistir; tal vez para la próxima vez puedan lograrlo.
El cuarto día sobrevolaron Sierra Tucavaca y Roboré, ubicada en el extremo este de la provincia Chiquitos. “Las impresiones son tantas, que decidimos tomarnos un día de descanso en Tarija para asimilar todo lo que habíamos visto. Nos hospedamos en el hotel Los Parrales y visitamos un hermoso viñedo, descansamos al lado de la piscina. Recomiendo a los que quieran hacer este viaje que dediquen un día a descansar para asentar todas las imágenes y sensaciones”, aconseja la cicerone del aire.
El quinto día tomaron rumbo a Sud Lípez. “Cuando llegas a Tupiza no crees lo que estás viendo: cómo un cerro puede tener tantos colores en sí. Me impresionó mucho la Roma de Lípez, verla desde el aire es otra sensación, parece un paisaje completamente diferente. Sobrevolamos las lagunas. Las fotografías podrían haber sido perfectamente sacadas de pinturas abstractas. En el mismo Salar saludamos a los turistas desde la avioneta, a los que podíamos ver perfectamente desde nuestra Cecilia Paulina. El Salar de Uyuni es un paisaje que me fascina, habré ido alrededor de cuatro veces”.
El último día retornaron a La Paz desde Sucre: “Intentamos sobrevolar la Cordillera Real, pero las nubes volvieron a estropearnos la vista. Con mucha emoción vimos el Valle de las Ánimas, cuando sobrevolamos la sede de gobierno; realmente es otra cosa tener el lugar a la altura de los ojos, que observarlo desde el aire”.
Ninguno duda de que volvería a emprender el vuelo. “No queríamos regresar, si por nosotros hubiera sido habríamos volado una hora más cada día, una semana más de viaje, pero teníamos que volver a nuestra vida”. Cuando retornaron e hicieron el recuento de las fotografías, habían logrado unas 1.500 imágenes con una cámara digital de usuario y una profesional.
Ahora sólo queda que publiquen su propio libro con las fotografías y las anécdotas y experiencias de un viaje privilegiado por los aires de Bolivia.
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