jueves, 20 de enero de 2011

Miles de turistas se desplazan cada año por las calles Sagárnaga, Linares y Murillo de La Paz.

Mientras fuma el cigarrillo que sostiene en la mano derecha y bebe un trago de café negro que tiene en la izquierda, el australiano Lindsay Hasluck dice -casi suspirando- “me hace falta la playa'”. Pero en seguida lanza una risa contagiosa que le achica los ojos y agrega que “son aspectos superficiales, hoy me siento más fuera de lugar en Australia que en cualquier otro país de América Latina.”

Nos deslizamos entre la multitud de mochileros, vendedores ambulantes, cholitas y policías dirigiendo el tráfico, mientras Hasluck saluda a alguien en cada esquina. Los extranjeros que por algún motivo se han quedado a vivir en esta zona, ya sea para abrir agencias de viajes, restaurantes o bares, se conocen entre todos.

Solidaridad desconocida

Algunos de ellos incluso se casaron aquí, como este australiano que conoció a su pareja, Jean Antezana en 2002, poco después de llegar al país para efectuar investigaciones sobre el diseño urbano antiguo de Tiwanaku y Huari, para completar sus estudios de maestría en arqueología.

La última vez que estuvo en Australia fue hace cinco años. “Estar lejos de mi país no me afecta tanto”, asegura, porque está decepcionado con lo que pasa en el mundo occidental. “Es una cultura de miedo y control de la economía sobre todo lo demás. El materialismo ha llenado el vacío que dejó la desaparición del espiritualismo”, reflexiona.

Asegura que aquí está mejor, pues le gusta la idea de vecindad que existe en la zona. “Si se me escapa mi perro, pregunto a la cholita que vende papas en la esquina”, dice y destaca que esa solidaridad de la gente hace que la vida acá le guste tanto.

Mensajeros de la era hippie

A tres cuadras de la Pérez Velasco hay una tienda que ofrece textiles de tinte natural. Lleva el nombre “Sorata”, un pueblo de larga tradición de artesanías ubicado en la provincia paceña Larecaja.

Los propietarios residen en la Sagárnaga desde hace 25 años, y tienen tiendas en distintos tramos de la calle. “Estaba buscando otras cosas en la vida”, relata Diana Bellany en una tranquila reunión con mate de coca y marraquetas, que se realiza entre las chompas y telas coloreadas que se exhiben en el local.

La historia de Bellany y su esposo Ron Davis -ambos estadounidenses y de alrededor de 60 años- se remonta a los años 70, cuando en EEUU una generación de jóvenes se quedó desilusionada con la política beligerante de su gobierno. Bellany vino a América Latina “buscando sociedades que no estaban involucradas en la guerra”, recalca.

En su viaje conoció Sorata, pueblo del que se enamoró, y se dedicó a hacer artesanías, oficio que aprendió cuando era niña. Vivió allí por seis años, mientras su futura pareja, Ron Davis, deambulaba por Nepal, India y Kashmir.

“En ese entonces la manera de viajar era muy distinta”, cuenta el experimentado aventurero cuya voz se filtra apenas detrás de su espesa y larga barba gris. “Nos ganamos la vida haciendo artesanías, viajábamos muy económicamente, y muchas veces nos juntábamos en comunidades para vivir”, recuerda.

La última vez que Ron Davis estuvo en EEUU fue en 1998. No le gustó mucho. “No encontré nada que me pareciera inspirador, en lo cual podría poner mi energía”, asegura y confiesa que se preguntó “¿qué vas a hacer con tu vida? Y se respondió “lo que sea lo más valioso”.

La nueva generación de extranjeros

Hoy en día, lo más valioso para Kass Weetman, un joven inglés de 26 años, es su bebé de cuatro semanas, que acaba de tener con su novia paceña. Él también dejó su país. Hace un poco más de dos años y medio tenía planeado un viaje de tres meses, pero llegando a La Paz, la estadía se le hizo más larga de lo esperado. “La ciudad tiene un cierto encanto, es un poco extraña, un poco caótica”, describe.

Se postuló para un puesto de mesero en un pub inglés llamado Oliver’s Travels. Allí trabajó unos meses, pero como el dueño no pudo seguir a cargo del lugar por motivos personales, Weetman vio en ese momento una oportunidad de oro y asumió el cargo de gerente.

Al igual que Hasluck , Bellany y Davis, no echa de menos su tierra. Confiesa que sintió “algo de frustración”, cuando visitó Inglaterra el año pasado, porque “no era el país que recordaba”.

“Uno ve las diferencias mucho más, cuando está lejos por un tiempo. Aquí me gustan las cosas pequeñas de la vida, la naturaleza, la gente”, dice. Luego se queda pensando un rato y, agrega sonriendo “¡y es que nunca sabes lo que vas a ver cuando abres el periódico!”.

Visitas de turistas
# Cifras La llegada de viajeros al país ha crecido entre 2000 y 2009, de 319 mil a 671 mil visitas al año.


# 2006 Antes del año 2006 se registraba un promedio de 170 mil llegadas de extranjeros a distintos hospedajes del departamento de La Paz, cifra que desde entonces aumentó a 240 mil visitas anuales.




Un australiano amante de la arqueología
Lindsay Hasluck:
El arqueólogo, de 41 años, publicó un libro resumiendo los resultados de sus estudios arqueológicos y también creó la Fundación Apoyo Patrimonio, que busca establecer conexiones entre arqueólogos, antropólogos e historiadores locales. A través de su trabajo, quiere ofrecer posibilidades a jóvenes estudiantes bolivianos para insertarse en el marco práctico de dichas carreras. www.heritageaid.com


Una pareja que ama las artesanías
Diane Bellomy y Ron Davis:
Trabajan con artesanas de Sorata, cuyos trabajos exhiben en su tienda. A este proyecto, que se lleva al cabo para beneficio del pueblo, se sumó otro compromiso: el Hogar Mixto La Paz, una institución que acoge a niños huérfanos y en difíciles situaciones familiares. Esta pareja tiene un negocio llamado Sorata en la Sagárnaga desde hace 25 años. Llegaron a Bolivia buscando paz. www.artesaniasorata.com


Un inglés que se hizo dueño de un pub
En Oliver’s Travels se sirve a una gran parte del expatriado anglosajón y a los mochileros, que están de paso y que quieren distenderse con una cerveza. Weetman tampoco echa de menos su tierra. Confiesa que sintió “algo de frustración”, cuando visitó Inglaterra el año pasado, porque no era el país que recordaba. “La ciudad de La Paz tiene un cierto encanto, es un poco extraña, un poco caótica”, pero me gusta”.

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