Todo lo que sube tiene que bajar. Sin embargo, luego de siete horas y media escalando a la cima del Huayna Potosí,
no me quedaban energías para iniciar el descenso. Las piernas se me doblaban y en más de una oportunidad resbalé, La cuerda con la que iba conectado al guía me salvó de caer profundo. Conmovido con mi sufrimiento, el guía Marcelo Gómez me sugirió bajar una de las pendientes a rápel. Sí, al estilo militar. Un descenso por cuerda de forma vertical por una de las paredes de la montaña. "¡Lo que sea! ¡Lo que sea!", respondí. Pronto me hallé bajando por la pendiente, impulsado por mis pies. Pero, para mi mala suerte, uno de los tramos de la pared cedió con el empuje de mis extremidades inferiores. Termine con medio cuerpo metido en la grieta y la cabeza apuntando al vacío. "Aquí muero", me dije. La pericia de Gómez y mi desesperación por bajar confabularon para que yo pueda escribir estas líneas.
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