Sucre es una de las ciudades de arquitectura hispánica mejor conservadas en América Latina. Calles empedradas, fuentes labradas en granito, iglesias antiguas y casas techadas con tejas de barro cocido, de paredes blancas espolvoreadas con cal, le dan un toque de distinción a la capital, junto a los artísticos balcones que destacan en las alturas entre todo el conjunto colonial, convirtiéndose en “calles en el aire”.
Los balcones de Sucre son únicos, a pesar del paso del tiempo aún nos asombran con su belleza y son elementos característicos de la arquitectura colonial. Presentes en todo tipo de vivienda, son motivo de admiración y vanidad.
El origen de los balcones se remonta a la época de los moros que conquistaron España y los introdujeron como parte de la arquitectura morisco-hispánica.
Los balcones servían principalmente para disfrutar de los acontecimientos cotidianos de la ciudad. Cabe señalar que en todos los modelos había dentro de ellos bancas confortables para disfrutar de la estancia, tanto para pasar noches refrescantes de verano como noches de luna y largas esperas del ser amado.
Estos elementos arquitectónicos no sólo eran de orden decorativo, sino que también fueron parte de la vida diaria y cumplían funciones muy importantes, tanto en el orden político y social como en el religioso y amoroso.
Hoy son verdaderos símbolos de una época importante de nuestra historia, que estamos obligados a conocer, cuidar y difundir, para que las generaciones venideras tengan la historia al alcance de sus manos y de su vista.
Lo más importante es saber que aquellas obras de arte son los mudos testigos de una larga historia y que podrían contarnos con lujo de detalles cada paso del acontecer histórico y cotidiano de la bella ciudad de Sucre.
Ojos y oídos de la ciudad, cómplices y testigos de amor, arte y belleza, pendientes del cielo. Vigilantes centinelas, guardianes perpetuos del diario vivir de una Sucre de eterno encanto y seducción.
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