Oscuro panorama el de los sótanos de las iglesias de Sucre, que yacen anidando historias pavorosas sin concederles paz a quienes dejaron sus huesos en extraños cementerios subterráneos, debajo de los altares de los templos o cerca de conventos, museos y de caserones de la época de la Real Audiencia de Charcas.
El mito se ha ido alimentando con los años a partir del morbo que despiertan las murmuraciones acerca de que túneles habrían podido interconectar iglesias y conventos con fines relacionados con la Santa Inquisición o servido para que se concretaran allí encuentros clandestinos entre religiosos. Hoy, en medio de un silencio cómplice despuntan pocas certezas, en forma de criptas o de modernas versiones de lo que seguramente fueron rústicas edificaciones donde nadie podía verlas.
Aquí se inicia un recorrido por el casco viejo de la capital boliviana, en un intento por descorrer el velo de la apatía de un pueblo que hace décadas resolvió “no tocar más el tema”, como dijo peregrinamente un ciudadano, a tono con el misterio abierto en un primer contacto con otro que en voz baja había confiado la existencia de un pacto secreto en el círculo de historiadores. Los medios de comunicación, con su mutismo, aparentemente también habrían preferido mirar hacia otro lado cuando se rumoreaba de los túneles.
“Es un tema muy privado. Falleció un señor, miembro de la Sociedad Geográfica (Sucre), muy ligado al Cabildo Metropolitano (y) se llevó el secreto a la tumba”. La revelación proviene de un hombre de ciencia que según cuentan —aquí todos se conocen— sabe más de lo que dice. Él admite que hay una veda y que ésta se debería a una orden del Cardenal Maurer de quemar todo lo concerniente a los túneles. No sólo la Iglesia Católica, al menos dos investigadores desmienten esa hipótesis que toca la vida de uno de los sacerdotes más venerados de la historia; una historia que no es la primera vez que alude negativamente al cura José Clemente, para algunos, vinculado con la dictadura militar.
El vicario de la Arquidiócesis de Sucre, padre Percy Galván, recuerda que en la ciudad se encuentra el Archivo Eclesiástico Nacional, abierto, según sus palabras, a toda persona interesada en investigar la historia y la vida eclesiástica. Asegura que la Iglesia nunca se opuso a ninguna averiguación, en este caso, de los habitáculos bajo los templos.
Galván dice haber participado en la refacción de las iglesias y conventos durante los últimos 20 años y que no han encontrado comunicación subterránea alguna. “Sería incluso una cosa muy linda porque querríamos, nosotros los sacerdotes, abrir un circuito turístico”, ríe el vicario.
Las criptas, según la Iglesia, se utilizaban para “hacer una oración especial en tiempos litúrgicos fuertes”. Y los huesos y cráneos son de personas sepultadas en los cementerios vecinos a los templos: “Estando cerca de Dios, más fácilmente mi alma puede ir al Cielo”.
De los civiles que se atreven a hablar, Juan Zárate, profesor de Historia, al principio se muestra convencido: “En realidad, sí existen estos túneles o por lo menos fracciones de los que quedan. Yo he trabajado en el colegio Junín y, cuando estaba en la vida activa en este colegio se hacía un rebaje de la tierra en la cancha que queda en el segundo patio y ahí se encontró una especie de túnel que comunicaba posiblemente la iglesia de Santo Domingo con algún otro convento u otra iglesia”. Y aunque a medida que transcurre su relato acaba reconociendo que, a falta de pruebas, todas son suposiciones, él prefiere confirmar la idea de los túneles al dar cuenta de ellos por indicios en el excuartel militar y en la iglesia de San Francisco, ambos colindantes al Mercado Central.
La visita a estos dos sitios es apasionante. Si los turistas admiran el templo, cuánto más se sorprenderían de enterarse de que descendiendo por la inofensiva rejilla ubicada entre el altar mayor y la primera hilera de bancos darían con dos habitaciones subterráneas, en cuyos rincones hay sacos de huesos y cráneos pertenecientes —se cree— a los conquistadores. Experimentarían una sensación inolvidable, de adentrarse en esa cueva de telarañas y encontrar un desfallecido tubo fluorescente como único testigo de aquellos 10 metros de ancho por cuatro de largo y dos de alto, enterrados bajo el altar principal; de tocar las puertas tapiadas que llevan a pensar en túneles; de atreverse a manipular los restos humanos, confiados en el permiso de San Francisco, descuidados de la mirada de los santos y de la celosa vigilancia de la campana que repiqueteó en 1809.
Si supieran los turistas que detrás del altar de San Antonio, previa apertura de candado por Petrona Mendoza, la encargada de la iglesia, se encontrarían con pasillos angostos en cuyo interior se esconden puertas flotantes a una altura de cinco metros. Allí conviven sin mayor problema las palomas y los cráneos, algunos claramente de niños y forrados con motivos dorados. “Toda la parroquia fue como un cementerio. Cuando hubo las guerras (de la independencia), aquí la gente se refugió y los huesos son de personas que han fallecido en los pasadizos que ven allá abajo”, indica Mendoza al asegurar que la cripta bajo el altar es parte de los “pasadizos que conectan a La Recoleta, a la Catedral, al Liceo Militar (‘Teniente Edmundo Andrade’) y aquí al Mercado Central”. Atribuye sus afirmaciones a los conocimientos del padre Carlos Catalán, un guatemalteco que administró el templo entre 1988 y el 2000.
Al lado, en el Museo Histórico Militar, Jorge Alvarado Mendoza, suboficial I de la Armada Boliviana, sirve de guía por una bovedilla, con arqueado en el techo, ubicada bajo unas gradas y que en el Ejército creen fue un lugar de resguardo contra el enemigo en los tiempos de la revolución o de la Colonia, cuando la Iglesia estaba a cargo del convento. Según Alvarado, los militares tienen particular interés en que se dilucide la razón de esta bóveda y su posible conexión con templos y conventos, porque las consultas de los turistas son constantes.
A varias cuadras de distancia, sobre la calle Bolívar, el hotel Parador Santa María La Real, una casona de la segunda mitad del siglo XVIII, edificada sobre las dependencias y la huerta de la Real Audiencia de Charcas, expone como uno de sus atractivos al denominado Watanay (canal de desagües que documentación de aquella época sitúa en la huerta del antiguo palacio y sobre el cual se ha explayado, en un meticuloso estudio, el historiador William Lofstrom).
Hoy, el Watanay es un pasadizo —encontrado durante la remodelación de la casa— que desemboca en dos habitaciones subterráneas y por el que uno pareciera moverse a través de un túnel. Sonia Ávila de Pascual cuenta que, como propietarios, desconocen para qué se utilizaban en el pasado estos cuartos bajo tierra. “Hemos encontrado inclusive puertas tapiadas que continuaban a la casa vecina, y en la casa vecina hemos encontrado otro Watanay”.
Ávila no cree que hubiera una conexión del hotel con iglesias o conventos por el subsuelo. Pero, acota que “Sucre está edificado sobre una red de túneles”, por donde supuestamente habrían podido escapar quienes tendrían sus motivos para hacerlo. Esos túneles podrían deberse también a las quebradas: “Eran túneles con bóvedas, por donde corría el agua”. Por eso se dice que la ciudad se asentó sobre quebradas.
Puro cuento
El director del Museo Antropológico Colonial Charcas, Edmundo Salinas, resta importancia a las puertas que podrían adivinarse a simple vista, trayendo a cuento un cuarto oculto detrás de la torre más antigua de San Francisco, que “posiblemente era para guardar víveres, alimentos del convento; pero en los años 50, durante el gobierno del MNR, este sitio —ya en su fase cuartelaria, a cargo de las FFAA por disposición del Mariscal Sucre— se utilizó como carceleta y quienes estuvieron detenidos allá intentaron escapar e hicieron unas perforaciones, unos agujeros. Esohace pensar en pasadizos y cosas por el estilo”.
Para Salinas, no hay ninguna duda: “Desde el punto de vista científico, es dable afirmar que no existen los tales socavones y es otro de los mitos de nuestra ciudad. Yo lo puedo afirmar porque lo he comprobado”. Declara haber investigado y revisado prácticamente todo Sucre en los años 80, junto al Taller de Arqueología de la extinta Corporación Regional de Desarrollo (Cordech); “no hemos encontrado ningún vestigio de túnel alguno ni sistema de comunicación. Todos se refieren a ‘dice que dice’, nadie los vio”. De esos trabajos quedan documentos en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia; son, principalmente, papeles burocráticos sueltos —litigios, documentos de propiedad, etc.— y están dispersos, nunca fueron reunidos.
Otra persona que, dicen, conoce cada uno de los rincones ocultos de la ciudad es el arquitecto Francis Arce, ex Oficial Mayor Técnico de la Alcaldía. Él puede dar fe de la existencia de tumbas en las entrañas de los templos católicos.
—¿Túneles? —pregunta obligada.
—No son túneles propiamente, sino catacumbas o sótanos nada más —responde, para luego admitir que, en honor a la verdad, nunca se ha certificado nada con una investigación exhaustiva, “porque no hay la plata suficiente para seguir excavando”.
—¿Se plantearon alguna vez la posibilidad de túneles que conectaran iglesias?
—Bueno, es un mito, una tradición.
—Pero, ¿siguieron investigando para desmitificar esto?
—No, tenemos que partir de algo cierto. No podemos investigar por investigar, sino ver si hay algún vestigio; entonces sí empezamos a analizar seriamente la cosa.
La información se torna confusa porque el mismo Arce dice primero que “encontramos ahí unos sótanos, pero no se pudo continuar más por la falta de recursos. Estaban sellados, obviamente, y descubrimos que había esos pasadizos. Pero solamente era eso”. Y más tarde: “No son túneles, sino una especie de sótanos. Puede que tengan sus conexiones, pero eso no tiene una base, un asidero científico; es mito”.
Ambos arquitectos, en entrevistas individuales, coinciden en que las iglesias fueron utilizadas como cementerios hasta 1826, cuando por decreto se obliga a usar los cementerios públicos atendiendo razones de salud de la población. Los sistemas de enterramiento variaban de acuerdo con la jerarquía del muerto: los restos de los más poderosos económica o políticamente eran depositados cerca del altar, “más cerca de Dios”, refiere Salinas. La costumbre, cuenta de su lado Arce, viene de los moros, que enterraban a su gente “mirando hacia La Meca o hacia donde sale el sol; los españoles tomaron el hábito y enterraban alrededor de las iglesias, y los más notables dentro”. Para usar espacios de iglesias como cementerios, se construyeron criptas subterráneas.
Polémica servida
Al aire enrarecido que envuelve cada paso por estos ambientes se suman las distintas percepciones. Unas, muy seguras; otras, incrédulas o perfumadas de suspicacia.
El profesor Zárate entra en el grupo de los interesados en que se desvelen los misterios subyacentes. “Lo ideal sería que se organice una, entre comillas, expedición, que pueda ir por aquellos lugares y verificar en qué medida son realmente túneles o bóvedas que estaban debajo de algunas iglesias”. Cuando se le pregunta si considera importante reabrir una investigar al respecto, contesta: “Yo creo que sí, la historia siempre deja mensajes hacia el futuro. No pensemos en una historia muerta, de que había habido un túnel y se acabó, sino que eso nos tiene que enseñar algo para el futuro”.
Zárate va más allá: “Si es que existieran, estarían plenamente identificados estos túneles y si tenían alguna finalidad, ésta incluso puede hacernos cambiar la percepción que tenemos en cuanto a la labor de la Iglesia en el tiempo de la Colonia. No olvidemos que los españoles vinieron con la cruz y la espada, ¿más era la cruz o más era la espada? De repente juzgamos bien o mal a la Iglesia de la Colonia, incluso actualmente, pero tenemos todavía varias cosas que saber de ella”.
As igrejas cristinas,escondem muitas historias,que encobrem bem antes dos tempos da inquisição,é as entranhas da catedral de Sucre,tem muita coisa escondida,agora com a moderna tecnologia tal vez se possa ver algo,mais será que o clero vai permitir?.
ResponderEliminarEntre dichos y diretes, algo habrá de cierto, por qué el clero se resiste a que se puedan investigar en profundidad dando puertas abiertas a cualquier investigación en el subyacente de sus iglesias y conventos? Si en verdad son mitos, como dice Salinas y otros, por qué no salimos de dudas y abrimos los pasadizos que fueron sellados por la mano del hombre, con qué motivo, no lo sabemos pero podemos descubrirlo, claro si la iglesia católica deja de seguir escondiendo y poniendo en duda su existencia. Después de 13 años que se escribió este artículo, este fin de semana, mayo de 2024, se abren los pasadizos de la recoleta y el túnel del socavón del cerro Churuquella. Hace dos semanas atrás se abrieron las catacumbas del teatro gran Mariscal de Ayacucho y se pudo evidenciar que hay pasadizos que están tapiados por la mano del hombre, deliberadamente, no se sabe con qué motivo, tenemos fotos. Al parecer, cada vez es tanta la presión de la ciudadanía, que poco a poco se va develando los misterios que la iglesia católica guarda bajo las entrañas de la ciudad capital Sucre Bolivia.
ResponderEliminar