Son paisanos de Pedro Domingo Murillo. Viven al sudeste, en la cálida Yungas, en la cima de una colina cuya mancha urbana satelital parece una bota. Son los habitantes de Suri, gente que evoca leyendas de pueblos de oro encantados y de “tapados” incaicos y coloniales, pero que infla el pecho al contar una en particular: la del líder de la Revolución paceña, que nació hace 254 años en esa tierra que yace sobre vetas del metal del diablo y que está rodeada por el verdor de los cocales.
“Murillo vino al mundo aquí, gracias a una sureña. Lo veo por eso como mi hermano, como todos los de aquí”. Israel Maldonado recupera juventud al hablar de “su hermano”. Y mientras lo hace, el octogenario señala hacia una casa vestida de blanco y con un sombrero de tejas que se erige al lado de la iglesia de San Juan Bautista. Son las dos preciadas reliquias de la historia sureña, donde habitaron los personajes de un amor prohibido, los padres del héroe: la bella María y el cura Ciriaco.
Las otras historias
Cuna del protomártir de la independencia americana. Así es reconocida Suri a nivel departamental. Los sureños recuerdan como un hito lo logrado en su cruzada de los años 90 del siglo pasado, junto a representantes de su municipio (Cajuata) y de su provincia (Inquisivi). Ello es resaltado por plaquetas que brillan en la vivienda de la madre del “hijo predilecto” y el busto dorado de éste, sobre un pedestal y enmarcado por rojas flores cardenales en la plaza.
Los lugareños no han dejado nada al azar, impulsaron investigaciones como la de Samuel Prado Pérez, que desechan las tesis de que Murillo nació en Nuestra Señora de La Paz o que tuvo culpa para el descuartizamiento de Túpac Katari en 1781. Otro punto con que no concuerdan es la fecha de nacimiento más aceptada por los historiadores: 17 de septiembre de 1757; para ellos, Murillo nació un 12 de mayo y su bautizo fue un año más tarde en la catedral paceña, un 13 de octubre.
“Dicen que era muy bella”. Edmé viuda de Crespo no se reserva halagos al hablar de María Ascencia Carrasco, la joven que trajo a este mundo al héroe paceño en su humilde casona que se yergue en una de las esquinas de la plazuela. No hay retratos de ella, pero el mito de su hermosura adolescente, inocente, pasó de bocas a oídos por más de dos siglos y medio.
Era hija de Sebastián Carrasco, oriundo de la ciudad peruana de Cusco.
La historia sureña recuperada por el libro de Prado relata que, en 1756, don Sebastián era el preste mayor de la fiesta de la patrona local: la Virgen de la Natividad. Fue así que contrató para hacerse cargo de la misa del 8 de septiembre a un joven seminarista que implementaba sus primeras liturgias en la aldea vecina de Irupana: Juan Ciriaco Murillo y Salazar, quien llegó a Suri con dos días de antelación. Ello sorprendió al anfitrión, que tuvo que darle cobijo y alimentación en su vivienda.
Ciriaco conoció a María durante su estadía; pasaba y repasaba por allí porque la parroquia está al lado de la casona de los Carrasco. En algún momento, sedujo a la muchacha y fruto de esa relación que no fue aceptada por don Sebastián, nació Pedro, quien al primer día de haber nacido, según historiadores, fue abandonado en puertas del hogar del ya flamante cura de Irupana. Sin embargo, la versión de Prado resalta que María vivió junto a Ciriaco y su hijo en ese poblado, bajo la apariencia de una familia mantenida por el tío del niño.
El clérigo se convirtió en su guía. Le dejó su herencia, pero ésta le fue arrebatada a Pedro por una tía. Su riqueza la construyó como director de ingenios mineros, tramitador, papelista y abogado (aunque no se tituló). Los sureños admiten que él no habitó el hogar de los Carrasco, pero manejan que lo visitaba de vez en cuando. Ellos realzan la procedencia del protomártir paceño; al contrario de sus enemigos que lo llamaron despectivamente “hijo de cura” o evitaron referirse al primer episodio de su vida porque, según su parecer, iba en contra de las “gentes de honor”.
La casona fue declarada patrimonio municipal de Cajuata y restaurada en 1999. El único legado material de los Carrasco es hoy la principal atracción de Suri. Blanca Aguirre rememora que se tomó medidas extremas cuando la reliquia fue convertida en basural y estaba a punto de desmoronarse. Buscó fotos antiguas en periódicos para conocer su apariencia. Se pintó la fachada de blanco y su interior, color crema. Se arreglaron los tablones del piso, la escalinata y el balcón. “No podíamos dejar morir el único recuerdo de María y su hijo”.
Al interior, en la planta baja, se armó una especie de museo. Una pintura firmada por “Medina 76” que fusiona la imagen de Murillo y el fuego de la tea que atraviesa la horca, da la bienvenida. Una cocina oxidada, una hacedora de hostias, un reloj solar y otro de 1905, alforjas, monturas, baúles de cuero, urnas de madera y otros artilugios antiquísimos yacen sobre el piso de piedras, troncos, un escritorio y otros muebles. A la izquierda, como en un altar, está el retrato oficial del líder juliano.
Al piso de arriba se llega por unas escalinatas de madera al aire libre. “Es el futuro Salón de los Protomártires”, anuncia Juan Pablo Mendizábal, presidente de la Organización Territorial de Base (OTB) de Suri. El cuarto ocupado por mesa y sillas simboliza un espacio de reunión y albergará cuadros de los revolucionarios que acompañaron a Murillo ese 16 de julio de 1809. El ambiente contiguo luce una cama desarmada y un estante destartalado con libros de física, historia, poesía y novelas.
Con vista al templo
Por las tres ventanas se aprecia un parque con resbalín y barras sin columpios, y la construcción colonial donde Ciriaco dirigió la misa de ese 8 de septiembre de hace 254 años. Precisamente la imagen asceta de San Juan Bautista con el brazo derecho levantado y con una cruz sujetada en el izquierdo, se halla en la puerta de la iglesia que tiene la misma edad que el pueblo: data de 1630. A la izquierda, la torre de piedra y barro donde repiquetean las campanas traídas de Europa en el siglo XVIII.
La parroquia es la otra joya histórica de los lugareños. Pero está desmantelada. Yolanda Álvarez repite como una oración —al igual que sus vecinos que la acom- pañan— lo sucedido con esa casa de Dios. Todos alegan que el altar mayor tallado en madera y estatuas de santos fueron llevados por pastores chilenos al templo de San Francisco de la urbe paceña, que una campana fue trasladada al santuario de Obrajes y que el piano que daba fondo musical a las liturgias fue remitido a Inquisivi. Todo, hace poco más de medio siglo.
Cortinas blancas son el telón del frontis del púlpito donde sangra un Cristo crucificado. A los costados, pinturas, y en frente, banquetas. No hay camerino para el capellán, la única privilegiada para recibir las ofrendas de sus creyentes es la Virgen de la Candelaria. Otras de las piezas más apreciadas son la sonajera de madera que anuncia la procesión de Semana Santa ante el mutismo obligado de las campanas y un incensario de metal que se remonta a los albores de Suri y que, aseguran, tuvo que estar entre las manos del cura Ciriaco.
“Queremos que el templo vuelva a ser como lo recuerdan los antiguos”, manifiesta Lidia Navarro. Todos quieren que luzca como hasta mediados del siglo XX, cuando se achicó el largo de la construcción. Aparte, junto a los residentes sureños en La Paz, se moldea una nueva cruzada: la recuperación de los objetos que fueron extirpados de la parroquia. “Son piezas coloniales invaluables, estamos haciendo el pedido al Arzobispado”, dice Mendizábal.
Es la punta de un ovillo de demandas. Mendizábal informa que el movimiento cívico ya inició las pesquisas sobre otros bienes que habitaron la casona de los Carrasco y que, según su hipótesis, fueron remitidos a sitios como la vivienda del protomártir en la calle Jaén de la ciudad paceña. “Con lo recuperado queremos equipar un buen museo en nuestro pueblo. Murillo y su madre hubieran querido que eso permanezca en su tierra”.
Sin Murillos ni Carrascos
La historia sureña maneja que Murillo también transitó por esa región a sus 24 años, cuando enlistado en el bando contra el que se sublevaría dos décadas después, guió a Cochabamba a familias de españoles y criollos que huían del hambre y el caos provocados por el cerco indígena de 1781. Desde entonces no hay rastros de su paso por allí, y no hay descendientes ni de los Carrasco. Los lugareños afirman que “una tal Eduvije” fue la última familiar del valiente (su tataranieta) que vivió con ellos hasta hace pocas décadas.
Ahora, los sureños quieren que su horizonte siga ligado al mito de Murillo, a través del turismo; ya no quieren depender sólo de la ganadería, la coca y el oro. Miran esa veta desde que Suri fue reconocida como cuna del protomártir, y por las frecuentes visitas de delegaciones de universidades y de colegios que peregrinan para pisar la tierra y la casa donde nació la leyenda de julio de 1809. Y tienen más para ofrecer: la cascada Toma de Agua, el Juturi o túnel que emerge de la unión de dos cerros y por donde pasan varios ríos, los árboles de “mil raíces”, el mirador de Triguni...
La Alcaldía de Cajuata secunda este anhelo, según el intendente Hernán Mercado. Así se construye otro sueño en este pueblo con más de 300 almas, con más de 300 paisanos de Pedro Francisco Murillo y Salazar, más conocido como Pedro Domingo Murillo, el héroe nacido del amor entre la bella María y el cura Ciriaco, el triángulo de la leyenda predilecta de Suri.
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