Édgar Kantuta baja de su barquita que se balancea suavemente junto a los totorales. Lo hace para mostrarnos el tesoro que él mismo encontró a orillas del sagrado lago Titicaca: la imagen de una virgen pintada sobre una piedra. Fue el 2 de noviembre del 2009. Para sus fieles, ya le han construido un modesto altar en la playa de la comunidad Sahuiña. De hecho, hay un cartel en la entrada al pueblo que invita a visitar a la “Milagrosa Virgen del Lago”.
El hombre saca la piedra de la vitrina que la protege y nos la muestra. Está convencido de que tiene la forma de la patrona de Copacabana, la Virgen de la Candelaria. Sin embargo, esta pieza venerada tanto por los sahuiñeños como por fieles de Cochabamba que acuden a visitarla el 17 de noviembre, guarda otra sorpresa: su descubridor interpreta que en el reverso está dibujado el mapa de Bolivia, incluida la salida al mar perdida con Chile en la Guerra del Pacífico. Si se mira el dibujo en otra pose, el supuesto mapa se asemeja a un sapo con la boca abierta. En el altar, cerrado con llave, se halla también una roca negra con la forma de este anfibio que parece tallada pero que es natural, asegura un Édgar emocionado.
La rana gigante del lago (Telmatobius culeus) es una de las especies que están en peligro crítico de extinción en Bolivia, según el Libro rojo de los vertebrados. Es muy preciada tanto por sus ancas —ingredientes de un plato típico en alrededores del Titicaca— como por sus supuestas propiedades medicinales y afrodisiacas. Esto provoca su caza y tráfico ilegales, explica Arcenio Maldonado, de la Fundación Codespa, que apoya el proyecto turístico de Sahuiña. En esta localidad paceña, hace algún tiempo que tomaron conciencia de la desaparición de este ejemplar y, por ello, han decidido combinar su preservación con el ecoturismo.
Sahuiña fue la primera comunidad en crear islas flotantes en la parte boliviana del Titicaca. La primera, Pachacamac, se creó en el 2007. Édgar Kantuta fue uno de los que construyó este atractivo con sus propias manos. La idea la tomaron de las plataformas de los Urus del lado peruano del lago, y que son frecuentadas por gran cantidad de turistas. Pero también se inspiraron en una de las aves del entorno, la choca, la cual hace sus nidos en medio de los totorales, adonde no llegan las barcas.
En total, hay siete islas flotantes pero, dado que el nivel del lago ha ido descendiendo en los últimos años, han quedado estancadas y los botes ya no pueden llegar hasta ellas. Se encuentran en una pequeña bahía que queda al otro lado de la población. Pero, frente a Sahuiña, entre criaderos de truchas, hay una nueva isla. El guía Simón Kantuta nos conduce por la playa a un diminuto embarcadero hecho de material reutilizado (parece neumático). Nos espera un balsero que, asegura, tiene alrededor de 40 trajes folklóricos que alquila a bailarines incluso en el suelo peruano.
La isla está a unos minutos de la playa, a remo. Está recubierta de totora y tiene dos estrechas cabañas hechas con el mismo material. Es cuadrada y cada uno de sus lados mide ocho metros. Simón comenta que tiene capacidad para 50 personas.
Una piscina para anfibios
En uno de los extremos de la plataforma está una pequeña piscina en la que nadan 10 ejemplares de la rana gigante. Las hay verde botella, negras, a lunares... Para observarlas, normalmente hay una especie de telescopio que se introduce en el depósito de dos por dos metros, más otro par de profundidad. Pero el día de nuestra visita, lo han retirado por un arreglo.
Lástima, porque el limpio cielo ofrecía las condiciones para ver a los anfibios en su hábitat. “Cuando hay nube, no se puede observar, es oscura el agua”, alega Simón. Entre el remero y el guía, sacan un par de ranas para que las veamos. Inquietas, se mueven en las manos de Simón. Su piel despide brillo bajo el potente sol.
Para poner en marcha esta plataforma, que flota en el lago hace medio año, han acudido hasta Sahuiña expertos en biología que han capacitado a dos personas de la comunidad en el cuidado de la rana. Más tarde, una bióloga les recomendó habilitar un espacio mayor para los anfibios. “Cosas que ahorita son difíciles de ponerlas en práctica”, reconoce Arcenio Maldonado.
El objetivo: concienciar
En esta piscina no se cría la rana, únicamente se recogen ejemplares medianos que pueden adaptarse al microentorno para que los visitantes los puedan apreciar. El objetivo es, según Arcenio, “que la gente se sensibilice un poquito más mirando, viendo”. Aunque no son los especímenes más grandes (pueden llegar a los 30 centímetros), ayudan a que los visitantes se hagan una idea de lo que son las ranas gigantes del lago sagrado binacional.
La concienciación ha calado en Sahuiña. “Aquí ya no se las caza con fines de negocios”, afirma Maldonado. Y eso que “es igual que carne de conejo”, añade Simón. Aunque ambos afirman que sigue la pesca y el tráfico ilegales de este animal del que no se tiene un censo de población. “No hay un manejo sostenible en el lago”, denuncia Arcenio. Y hay criaderos de rana que se han convertido en negocio: generalmente, se cría ranas para venderlas a restaurantes. En algunos de Copacabana, señala Arcenio, se sigue preparando las ancas de rana.
Gente de la comunidad alimenta con ispis a los resbalosos habitantes de la isla flotante, aunque éstos también comen los microorganismos que se cuelan en la piscina a través de la malla. Alrededor de la plataforma se ven los criaderos de truchas. Las hay de distintos colores y tamaños. “Éstas son del Bolívar”, bromea Simón cuando, de regreso a Sahuiña, pasamos por uno en el que hay truchillas azules. Es que en Sahuiña, dicen los anfitriones, todos son del Bolívar, incluso el estadio de fútbol lleva el nombre.
Una nueva isla funcionará a fin de mes. También existe el proyecto de un centro ecoturístico y fomentar la observación de aves. Pero, el proyecto de aeropuerto anunciado el 2007 por el Gobierno, amenaza a la fauna en la zona, comentan los entrevistados. Por ahora, los sahuiñeños se han convertido en los protectores de la rana que habita el lago donde vivieron sus antepasados, aquella que llaman en su lengua aymara jamphatu huankele y keles.
El Titicaca, un paraíso animal en peligro
Sahuiña, creen los comunarios, viene de “sahui”, el nombre de la pequeña barca de totora con la que pescaban sus abuelos. Eran otros tiempos, en los que había mayor cantidad de animales en las aguas del lago Titicaca, y más variedad. Simón Kantuta asegura que ya se han acabado dos clases de peces: la boga y el umanto. O, al menos, ya no se ven. La rana gigante también desaparece. La trucha y el pejerrey, especies invasoras, se comen los renacuajos. El cambio climático, la contaminación y la pesca ilegal también son factores que están mermando su población. Estos problemas están, además, acabando con un rasgo característico de la rana: su tamaño.
Aunque ya hayan pasado cinco años, no puedo dejar de pensar en que tengo la obligación de visitar la comunidad y pasar buenos momentos que permitan una nueva perspectiva de la vida. Muchas gracias por la reseña. Espero con ansias viajar al sitio y espero que el cambio ambiental no haya hecho de este maravilloso lugar un sitio apagado. Saludos!
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