a Amazonia sigue siendo el bosque continuo más grande del mundo, pero las taras humanas la pueden convertir en el bosque discontinuo más grande del mundo. ¿En qué dirección se va? ¿Ganan terreno los depredadores de su riqueza natural o ganan presencia los que la aprecian en su integridad? ¿Suicidio o esperanza?
Ambas tendencias, la mala y la buena, están dejando huella en esa maravilla geográfica. Tal afirmación se desprende de las diferentes ponencias
y debates que se generaron en el foro denominado Escenarios y perspectivas de la Panamazonia, realizado en Belem (estado de Pará, Brasil) el mes pasado. Allí se congregaron cerca de 350 representantes de gobiernos, empresas, organizaciones indígenas y de la sociedad civil de seis países que forman parte de la cuenca amazónica: Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Ecuador y Brasil.
De entrada, una panelista se pregunta: ¿Cómo se miden los avances y retrocesos en un ecosistema? ¿Sirven los indicadores nacionales, como el PIB?
Danielle Celentano, miembro de la Articulación Regional Amazónica (ARA), una de las organizadoras del encuentro, señala que el PIB tal vez sea un indicador importante para los políticos, pero que este no refleja la calidad de vida en una selva degradada ni el valor de los ecosistemas. Es decir, el PIB aumenta cuando se toman en cuenta los ingresos generados por la agricultura o por la extracción de madera, pero no dice nada de la pérdida de riqueza o activo natural de un país.
De ahí surge la necesidad de mirar al mayor bosque tropical del mundo con ojos más rigurosos. Eso consigue el libro La Amazonia y los objetivos de desarrollo del milenio, que fue presentado por ARA durante este foro. La publicación hace un seguimiento a 20 metas de desarrollo establecidas por la ONU en el 2000, las cuales se tendrían que cumplir hasta 2015.
Este mosaico de medición es la más certera representación de desarrollo en la Amazonia. Se miden niveles de extrema pobreza, acceso a la educación, mortalidad infantil, salud, deforestación, etc., en cada una de las regiones que conforman la cuenca. La infografía de esta nota muestra el estado actual de 9 de las 20 metas establecidas. Usando la analogía del semáforo, los colores verdes denotan las metas cumplidas; los amarillos, las que se pueden cumplir hasta 2015; y los rojos, las que difícilmente se podrán cumplir. A simple vista se puede deducir que las malas tendencias le están ganando a las buenas.
Si algo ha evolucionado para bien en los últimos años es la percepción de la gente con respecto a la Amazonia. Una encuesta realizada en Colombia revela que 9 de cada 10 colombianos consideran que la Amazonia debe ser conservada; y 3 de cada 10 cree, además, que este bosque es patrimonio mundial, no solo de su país. Esa mayor conciencia medioambientalista es alentadora.
Para muchos, la Amazonia ya dejó de ser un espacio para conquistar y explotar. “Hubo épocas en que los dictadores militares pensaban que la Amazonia era un vacío que había que llenar”, dice Beto Ricardo, coordinador de la Red Amazónica de Informaciones Socioambientales Georreferenciadas. Admite, sin embargo, que hay gente que todavía sigue pensando de esa manera. Parecen ignorar que el bosque amazónico es el hogar de 370 pueblos indígenas. Esta dimensión humana no figura en los datos cartográficos satelitales que se manejan en esferas del poder. “Hay que poner a los indígenas en el mapa”, sentencia Ricardo.
La Confederación de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica) es una de las que quiere hacerse más visible. Su coordinador, el ecuatoriano Edwin Vásquez, afirma que “el territorio no es solo agua o mariposas; los pueblos también existen. Y donde ya está talado no existen pueblos indígenas”.
Vásquez sostiene que si no se reconocen los territorios indígenas y áreas protegidas de la Amazonia no será posible hablar de desarrollo sustentable ni de la reducción de los gases de efecto invernadero. Hizo mención de acuerdos vinculantes que los países han firmado, mediante los cuales se comprometen a respetar los derechos de sus pueblos. Y en este foro internacional denunció una violación a tales acuerdos: Evo Morales “atropella a sus hermanos” queriendo construir una carretera por el medio del Tipnis.
Marina Silva fue una de las invitadas estelares del foro. Su rol como ministra de Medioambiente durante la gestión de Lula y la sorprendente votación que obtuvo en las últimas elecciones presidenciales de Brasil la proyectan como líder relevante de toda la región amazónica.
Una toma del Tipnis.
Silva reconoce que ha habido un retroceso en la elaboración y aplicación de políticas medioambientalistas. Lamenta que se pretenda modificar algunos artículos de la Ley Forestal de Brasil. Critica que el Gobierno brasileño haya entregado en concesión millones de hectáreas de bosque sin ningún criterio técnico y considera que la crisis del Tipnis en Bolivia es también un retroceso.
La excandidata ve la necesidad de transformar proyectos pilotos en políticas públicas de largo plazo. “La sustentabilidad no es una manera de hacer las cosas, sino una forma de ser”, dice Marina, refiriéndose al deber de los gobiernos de involucrar a todos los integrantes de la sociedad civil en la práctica del desarrollo sustentable. Desde su perspectiva, no se precisa de un Estado proveedor, sino de un Estado movilizador.
Beto Veríssimo, investigador del Instituto Hombre y Medioambiente (Imazon), advierte que la deforestación de la Amazonia se puede escapar de control a merced de intereses económicos, como los de la industria de la madera y de la coca. Propone algunas acciones para detener la arremetida, como mejorar la tecnología de monitoreo y revolucionar los procesos de gestión.
La propuesta requiere de voluntad política y de recursos. Y es aquí donde Veríssimo cree que el tan vilipendiado mercado (empresa privada) puede dar una mano: “No concibo el desarrollo sustentable sin empresas ni mercado; son fundamentales”.
Pero el mercado debe ir de la mano con la regulación. La gobernanza ambiental pasa por lograr pactos con productores. La normativa tiene que ser uniforme de un municipio a otro e incluso de un país a otro. De nada serviría tener controles estrictos para evitar la tala ilegal si al otro lado de la frontera la piratería forestal hace de las suyas, creando un desbalance comercial.
Este es un tema que a Brasil le preocupa, habida cuenta de sus mayores exigencias forestales frente a sus vecinos. Según Marina Silva, Brasil, con el 64% de la Amazonia en su territorio, debe asumir un “liderazgo solidario” en la región. Los nuevos paradigmas demandan la incorporación de planes de desarrollo entre los países de la cuenca y esos planes deben incentivar la producción con valor agregado.
Las historias de éxito se registran en los denominados ‘municipios verdes’. Daniel Avelino, procurador del estado de Pará, explicó cómo en la ganadería, una de las actividades que causa mayor deforestación, se ha logrado influenciar a todos quienes participan de la cadena productiva. Los municipios verdes de ese estado consiguieron que los terratenientes saneen sus tierras y obtengan su licencia ambiental; también consiguieron que los frigoríficos firmaran un acuerdo mediante el cual se comprometían a comprar carne vacuna solo de proveedores con documentación en regla.
Los resultados saltan a la vista. Paulo Barreto, de Imazon, señala que entre 1997 y 2007 el grado de deforestación en ciertos municipios brasileños siempre había acompañado a los precios de la carne vacuna y de la soya. Es decir, a mayores precios de mercado, se registraba mayor deforestación y viceversa. Pero a partir de 2007, bajo la tutela de los municipios verdes, la deforestación de esas mismas regiones disminuyó, pese a que los precios de los productos subieron. Moraleja: se puede producir y ganar plata sin arrasar el monte.
No faltaron en el foro los clamores de impulsar una nueva economía para la región amazónica. Rubens Gomes, presidente del Grupo de Trabajo Amazónico, critica las políticas públicas que aún permiten que en la Amazonia se siga produciendo con criterios del siglo XIX. Basta con mencionar que la extracción de productos que no lastiman el bosque -como la castaña, caucho, maracuyá, granadilla, guanábana- apenas significan el 0,4% de la economía. Pese a que con esta materia prima se puede elaborar un sinfín de productos con valor agregado, las prácticas depredadoras, como la agricultura, siguen ganando por goleada.
Los expertos proponen definir políticas para la exploración petrolera, ahora que el petróleo se ha convertido en el nuevo ‘gran dorado’ de la Amazonia; o para conseguir que las 60.000 familias que viven de la recolección de la castaña puedan asegurar mercados aún cuando los frutos están en los árboles.
Ni qué decir en temas de infraestructura. Paradójicamente, Brasil está provocando deforestación fuera de sus fronteras. Apoya y financia la construcción de grandes carreteras interoceánicas y de represas generadoras de energía. Tal vez no se está considerando que lo que suceda en la Amazonia que está fuera del Brasil tendrá un impacto negativo en la provisión de agua que el bosque brasileño necesita.
Así como hay impactos transfronterizos, también hay alianzas. “Una epidemia no reconoce fronteras”, dice Juan Fernando Reyes, director de Herencia, en Pando. “De nada sirve vacunar a los de este lado si los del otro no lo están”.
Tal razonamiento ha hecho posible la creación de MAP (Madre de Dios, Acre, Pando), una organización que aglutina a ciudadanos de las regiones fronterizas de Perú, Brasil y Bolivia. No son una ONG ni tampoco dependen de gobierno alguno. Aprecian su independencia, les da mayor margen para pensar y ser más eficientes. Cada integrante siente orgullo de ser ‘mapiense’, un término que vale como gentilicio como para incentivar el uso de la cabeza.
Elsa Mendoza es mapiense del lado brasileño. En perfecto portuñol explicó en el foro que ya llevan 10 años impulsando acciones hacia un manejo responsable de la cuenca trinacional del río Acre. Aúnan esfuerzos de los tres países, por ejemplo, para combatir incendios forestales. Pero también piensan en cómo darles alternativas de trabajo a los más de 30.000 agricultores que siguen recurriendo al chaqueo. Aplican esa visión integral de desarrollo sustentable que tanto se reclama en encuentros medioambientales. La Amazonia necesita muchísimos mapienses para sobrevivir. Da para pensar.
Para apreciar la importancia de un bosque de pie
- La Amazonia alberga la mayor selva tropical y biodiversidad del planeta, provee servicios ecosistémicos vitales para el bienestar de la humanidad y resguarda una de las mayores diversidades étnicas del mundo.
- Los beneficios de conservación de los bosques todavía tienen un valor ecológico intangible y no pueden competir con las ganancias a corto plazo de explotación predatoria. Por eso hay altas tasas de deforestación.
- Brasil es el cuarto principal emisor de gases de efecto invernadero. Y los chaqueos y quemas forestales tienen mucho que ver con ese problema.
- Por fortuna, hay mayores esfuerzos internacionales para garantizar la conservación de los bosques. Se reclama la participación de la sociedad civil.
- Las historias de éxito también suceden en la Amazonia. El estado de Pará ha reducido un 40% su deforestación.
- En Pando, los ‘mapienses’ se valen por si mismos. Pero se vienen amenazas medioambientales: carreteras y represas.
- Si la temperatura del planeta sube más de dos grados centígrados, los efectos serán desastrosos. Para que eso no suceda, las quemas forestales deben reducirse un 75% a nivel global.
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