Una imponente estatua color barro se alza con mirada grave en la plaza 26 de Enero de Vallegrande. Por su yelmo, sus pantalones y su espada se le identifica de lejos como un antiguo colonizador ibérico. “Somos los únicos en Bolivia que tenemos en la plaza principal un monumento al fundador, no al libertador”, manifiesta con orgullo el presidente del Concejo Municipal, Sergio Salazar. Afirma que no se ha escuchado quejas de los vallegrandinos, que todo el mundo está orgulloso de su herencia genética. En la calle, muchos apoyan este comentario. Otros se hacen la burla y se refieren a la escultura como “Hulk”, por sus abultadas piernas. También hay quien recuerda que con los españoles vinieron enfermedades y otras lacras para el pueblo americano. Sin embargo, el monumento al capitán Pedro Lucio Escalante de Mendoza está ahí y será oficialmente inaugurado el 30 de marzo, día del 400 aniversario de la fundación de este municipio de los valles cruceños.
En 1612, el Virrey del Perú emitió en Lima la Cédula Real que ordenaba la fundación de Jesús y Montesclaros de los Caballeros de Vallegrande (su verdadero nombre) en un lugar clave para la ruta entre San Lorenzo el Real (la futura Santa Cruz) y La Plata (Sucre), y para aplacar los conflictos que los guaraníes causaban sobre los colonos que ya habitaban la zona.
Mario Sandóval, propietario de la Galería Cultural El Castillo y amante de su localidad, ha recopilado todo tipo de documentación sobre Vallegrande. Asegura que el viaje de Pedro Lucio hasta esa región oriental llevó largo tiempo pues, por el camino, fue acopiándose de todo lo necesario para levantar una nueva población, incluidas personas para ocupar el lugar.
Con la promesa de que todos los habitantes serían libres, llegaron junto a los españoles mozárabes y judíos sefardíes. El acta de fundación se extravió, aunque se calcula que fue entre el 14 y el 16 de enero de 1614. Antes, los colonizadores se asentaron unos kilómetros al sur, en Pampa de la Rayuela (nombre derivado de una laguna que había allí, llamada Las Bayuelas). No obstante, las condiciones no eran óptimas y el capitán y su séquito se trasladaron a las orillas del río Yaguary, donde se asienta el Vallegrande de hoy. Ante la falta del acta, el aniversario se festeja el día en que se firmó la Cédula Real de fundación.
Los ‘trigueños’ del oriente
Dice la leyenda que los pueblos guaraní, del sur, y quechua, del norte, estaban en constantes luchas en la zona de los valles cruceños. La única solución fue pactar un matrimonio entre dos miembros de estas culturas indígenas, unión de la que nació una mujer. Después, con la llegada de los colonizadores, ella tuvo descendencia con un español. Así nació el primer vallegrandino. Como dicen en esta localidad, ellos son 50% españoles, 25% guaraníes y 25% quechuas. Por ello, son de “raza trigueña”, con una identidad propia reconocible hasta en su forma de hablar, que recuerda al acento del sur de la península ibérica, pero repleto de palabras locales.
En el municipio de Vallegrande viven alrededor de 28 mil almas, de acuerdo con el alcalde Casto Romero, de las que entre 8.000 y 10.000 habitan el pueblo. Las personas de ascendencia vallegrandina presentan unos rasgos muy diferentes a los de los habitantes de otras regiones de Bolivia: ojos azules y verdes, hay algún que otro rubio y el tono de su piel es dorado. También hay apellidos característicos del lugar, que en algunos casos han ido cambiando con la escritura y la pronunciación a lo largo de los siglos. Peña, Osinaga y Sandóval son los más abundantes, pero igualmente resaltan Eid y Lid, de descendientes de antiguos inmigrantes de Medio Oriente, incluso algunos se apellidan directamente Árabe.
De los judíos también quedan vestigios. Por ejemplo, en una vetusta puerta de la calle Leonor Suárez se puede ver uno de sus símbolos religiosos: la flor de seis pétalos. Cerca de allí, está Pampa Grande, en cuyo escudo aparece el candelabro de seis brazos, cuenta el Presidente del Concejo.
Pero la herencia más fuerte, ibérica también, es el fervor religioso. El patrón, el Señor de Malta, igualmente llegó del otro lado del océano Atlántico. Pastor Aguilar, personaje ilustre vallegrandino que ha recuperado cuentos y canciones populares locales, rememora la historia de este Cristo Negro.
“Cuenta la leyenda —ni tan leyenda, creo que fue real—, que fue encontrado en la isla de Malta”, comienza Aguilar su relato. De este emplazamiento mediterráneo, la imagen fue llevada a España. Allí fue a parar a manos de un Caballero de la Orden de Malta, al que destinaron a Lima para ocupar un alto cargo; y se llevó la efigie consigo. Posteriormente, lo enviaron a Cuzco y, finalmente, a La Paz. Años después, sin saber cómo, el Señor de Malta se encontraba en Punata (Valle Alto de Cochabamba), en poder de un canónigo que no tenía familia. Los Luján cuidaban de este religioso que, al morir, les dejó la imagen en herencia.
Al cabo de un tiempo, los Luján decidieron mudarse a Sucre, donde tenían allegados. Cuando los comunarios supieron que iban a abandonar la aldea, se reunieron y les dijeron que ellos podían irse, pero que el Cristo se quedaba. Entonces, los Luján comunicaron que no se marcharían. Pasó un tiempo y, de repente, la gente de Punata se dio cuenta de que la casa de esta familia se encontraba vacía. Un grupo de jinetes salió en su busca y estuvo cerca de darles alcance en la serranía de la localidad cochabambina de Vacas.
Pero los Luján engañaron a sus perseguidores: al llegar a la división del camino, tomaron la vía a Sucre. Dejaron las huellas en un trecho del trayecto y se desviaron hacia Vallegrande. Allí mostraron al Cristo y la gente los atendió gratis.
Pasado el tiempo, de nuevo, los Luján quisieron continuar su periplo; no obstante, al cargar el cajón con la efigie en el carro, la mula se echó al suelo y no pudieron moverla. Al día siguiente, sucedió lo mismo. Por ello, los vallegrandinos pidieron a la familia que el Cristo se quedara con ellos. Y así fue. Desde entonces, el Señor de Malta tiene su propia capilla, situada en la calle que lleva su nombre. Numerosos negocios se llaman como el patrón, cuya fiesta se celebra dos jueves antes del Carnaval. Aguilar escribió siete libros dedicados a las tradiciones de su tierra. “Yo he recuperado mil coplas”. El origen de esta especie de poema utilizada en la canción popular está, una vez más, en suelo español. Este vallegrandino rememora una copla que escuchó cantar a un hombre en la víspera de la fiesta de la Virgen de Alta Gracia: “Pa cuando hace frío / yo tengo el remedio, / buscarse unas dos y dormir al medio”. A lo que alguien le respondió: “No es ése el remedio / oiga don Francisco / porque al otro día / amanece bizco”. A esta forma de responder se le llama contrapunteo y —afirma— son las mujeres las que mejor lo hacen. “Es increíble la habilidad de nuestra gente para improvisar coplas”, cuenta orgulloso.
La tierra del Cardenal
“Vallegrande es muy rico en patrimonio cultural porque aquí se dieron la mano tres culturas: la española, la andina y la oriental o camba”. Dan fe de ello nombres como el de Juan Zabala, quien compuso la canción carnavalera La ovejerita, el del guitarrista Hugo Barrancos o el de Manuel María Caballero, autor de La isla (1864), considerada la primera novela boliviana.
Pero, si de un personaje reconocido están orgullosos en este paraje, es del primer cardenal de Bolivia, Julio Terrazas, al que en su pueblo todavía le llaman “padre”. Cuando aún era párroco, fue nombrado Presidente del Comité de Defensa de los Intereses de Vallegrande y Pastor Aguilar fue su vicepresidente durante la reivindicación de agua potable ocurrida en 1969, cuando el pueblo bloqueó 48 horas la carretera entre Santa Cruz y Cochabamba.
Ya entonces este municipio cruceño iba decayendo en cuanto a protagonismo político y económico, lo que desencadenó un problema: la emigración. En esta zona, la principal actividad económica ha sido, desde su fundación, la agropecuaria. La papa y las frutas (especialmente el durazno, la manzana y el ciruelo) son la fuente de ingresos de numerosas familias. La ganadería es de subsistencia, y una actividad que todavía está desperezándose es el turismo.
El hecho de que el cadáver de Ernesto Che Guevara fuese expuesto en la lavandería del Hospital del Señor de Malta y luego enterrado cerca del aeropuerto (hoy cerrado), hacen de Vallegrande un lugar indispensable para los viajeros que recorren la Ruta del Che. En la Casa de la Cultura hay un museo dedicado al revolucionario guerrillero argentino-cubano y, junto al cementerio, un mausoleo sobre la que fue su tumba.
A principios de siglo, cuenta Mario Sandóval, Vallegrande apareció en un listado de prensa de las diez ciudades más importantes del país. Ello atrajo a la segunda ola de inmigrantes árabes que se dedicaron al comercio. Antes, a mediados del siglo XIX, ya había publicaciones regulares, que llegaron a ser diarias en el primer cuarto de siglo. Ahora, apenas hay un periódico mensual.
‘Somos cruceños, no cambas’
A pesar de sus actividades económicas y de su rebosante cultura, a partir de 1950 esta localidad ha sufrido la partida de varios de sus hijos. Hay grandes comunidades de vallegrandinos en Santa Cruz, Cochabamba y también en La Paz. Gentes amantes de su tierra que, sobre todo para Carnaval, regresan al pueblo para festejar, a reunirse con sus familiares y amigos. Son pocos los que retornan para quedarse, aunque hay casos, como el del propio Pastor Aguilar.
La construcción de la carretera (hoy antigua) entre Cochabamba y Santa Cruz, en 1953, dejó a un lado a la tierra de las coplas. Ahora, señala Casto Romero, se trabaja “para conseguir lo que era antes Vallegrande”, que poco a poco se está levantando y hace años que llegan inmigrantes bolivianos. Un pedazo oriental que cumple 400 años de identidad propia. “Somos cruceños, pero no cambas, somos de la región de los valles, vallegrandinos”, expresa el Alcalde. Mario Sandóval relata que los de fuera les dicen que “son de la raya”. Y Pastor Aguilar, sentado en una silla de su patio lleno de flores, típico de este pequeño paraíso, sólo recita: “Soy vallegrandino /por donde yo voy / me siento orgulloso/ de ser lo que soy”.
Artesanía en chala y la palma sunkha
La palma sunkha es un tipo de palmera endémica de la región vallegrandina. Con su fibra se hacen unas muñecas que son un claro ejemplo de la artesanía más típica del lugar. Son de color marrón y muestran a la mujer de Vallegrande, como las muñecas hechas de la hoja de maíz (chala). Éstas lucen colores y son también un reflejo de las costumbres: las hay tejiendo (foto), con un cántaro en la cabeza, portando flores...
Chancho y maíz, bases de la dietaEl único día que no se come carne de cerdo es el lunes. Después, hay un platillo para cada día. Las kjaras (foto), es cuero de chancho y se come tradicionalmente los miércoles, jueves y sábado; el viernes es turno del chicharrón y, los domingos, del asao colorao. También se prepara el tamal (cara de chancho recubierta de maíz), aviones (costillas) y sándwiches de picana (chola). Para desayunar reina el maíz: jichaska, pire y tujuré.
Rimpollo, licor de frutas y sucumbé
La bebida que reina en Vallegrande, especialmente en Carnaval, es el rimpollo: leche, huevo y alcohol. Parecido es el sucumbé: leche caliente con huevo y licor. También están los tragos de fruta macerada (tanto cultivada como silvestre), de los que hay alrededor de 12 variedades. Son familias artesanas las que elaboran estos licores. Lo curioso es que todas las botellas son iguales: son de singani Tres Estrellas, que los productores compran a los bares.
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