David y su hermano Jorge Kapa, de 36 y 22 años respectivamente, aprovecharon su llegada a Copacabana para comprar las tradicionales pasank’allas. “No he caminado desde Tiquina hasta aquí (Copacabana) para no llevarme pasank’allas”, dice David.
Ambos comenzaron su peregrinación el jueves en la tarde y no durmieron hasta llegar a las 7:00 a Copacabana. “Claro que lo hicimos por la Virgen y también aprovechamos para llevar ‘cositas’ para compartir en familia”, señala el hermano mayor.
Las comerciantes de este producto de maíz aseguran que es la mejor temporada.
“Comprar y comer pasank’alla es una tradición en Copacabana, ya que acá se venden las más grandes y frescas, en comparación a las que traen desde Perú”, comenta Lucy Ferrano, de 40 años, quien mira con recelo el producto peruano que cruza la frontera a pocos kilómetros de Copacabana.
La avenida 6 de Agosto de Copacabana se convierte en la preferida por los peregrinos –que se distinguen por las grandes mochilas en las espaldas y las cañas en las manos–, quienes preguntan por los recuerdos de la Virgen de Copacabana.
Las estatuillas de yeso con la imagen de la Virgen cuestan entre 15 y 40 bolivianos y recuerdos como chalinas o adornos para el vehículo valen diez bolivianos.
En la calle paralela hay varios puestos de películas en DVD que ofrecen películas de Jesús. La que más se vende, según los comerciantes, es La Pasión de Cristo de Mel Gibson.
Otro de los “productos estrella” son las poleras con la inscripción: “Yo estuve en Copacabana”, además de bolsos y sombreros artesanales y una parafernalia de adornos religiosos.
Un feriado en Copacabana
Aydeé Torrico, de 42 años, y su compañera de colegio y amiga de infancia, María Ávila, de la misma edad, partieron desde Tiquina el jueves en la mañana y llegaron a Copacabana ayer a las tres de la madrugada. Las mujeres caminaron junto a hijos y sobrinos. Todo el grupo de fieles sumó ocho personas.
La recompensa para los pequeños que caminaron todo ese trayecto fue una deliciosa trucha muy bien sazonada a la plancha y poder navegar en botes en las aguas del lago Titicaca.
“Es algo que realizamos entre dos familias cada año. Refuerza tanto la amistad que tengo con María y mi relación con mis hijas”, dijo Torrico.
La orilla del lago estuvo abarrotada de carpas y también de comensales que, desde sus vehículos, buscaron algún espacio para degustar pescados y luego poder entrar al lago bajo un sol radiante, al menos hasta las 10:30, cuando pareció que llovería.
Todos buscaron trucha, según las caseras de los 25 puestos instalados que ofrecen el producto a los transeúntes. En promedio, los platos cuestan 20 bolivianos. Había trucha a la plancha, al ajo, al limón, a la mantequilla, a la romana, entre otras variedades.
El lago fue tomado también por botes y kayaks y en la orilla se vio a niños que ingresaron tímidamente para remojar los pies. Otros prefirieron descansar en carpas instaladas y que también se ubicaron e en plazas y otras áreas verdes de Copacabana.
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