En la carretera de La Paz a Oruro, nada más pasar Patacamaya, a la izquierda se abre un camino de tierra. A ambos lados lucen cultivos de papa, cebada y trigo. La apacheta, a 4.500 msnm, inaugura la bajada al valle por una carretera serpenteante decorada por cactus y tuna. Tras cuatro horas y media de trayecto desde la sede de gobierno, se alcanza el cartel de meta: Luribay “Capital del durazno y de la uva”.
Es en este lugar, capital de la provincia paceña Loayza, donde se encuentra la Cabaña Unión, cuyo dueño, Samuel Apaza, es el rescatador de la producción de vinos y singanis en el pueblo. Y es aquí también donde acaba de abrirse un albergue para alojar a visitantes dispuestos a conocer los miles de viñedos y distintos frutales de un lugar cien por cien agricultor. Turistas que observarán el ritual del vino y del singani de altura. No: de mucha altura. Y por qué no, catarán más de uno.
Apaza trabajó desde niño en una hacienda en Poroma (Chuquisaca). Fue allí donde aprendió a tratar la uva para fermentarla y destilar el líquido. Sucedió que tanto el hacendado como otros patronos terminaron abandonando y la mayoría de la descendencia de estos productores emigró a La Paz, y se perdió así la costumbre del vino.
En 1983, Apaza compró dos hectáreas de la hacienda La Unión, donde décadas más tarde, marzo de 2007, se formó la asociación La Cabaña Unión-Turismo Rural, encargada de la fabricación de vinos, singani, mermeladas de fruta, lágrimas de uva y jugos. Se rescató así la elaboración de productos de la tierra; “el singani estaba desapareciendo, si no llega a ser por esta asociación yo creo que se hubiera perdido”.
Para llevar a cabo este cometido tuvieron que convencer a otros cultivadores y amigos del pueblo. No fue tarea fácil. “En un principio no nos comprendían y no veían claro el emprendimiento. Lo hicimos con quien nos entendió”. Finalmente consiguió juntar a 22 socios activos y diez pasivos (proveedores). Los primeros ponen capital a partes iguales, pero aun así es necesaria la ayuda de otros organismos. Según Hugo Choquecallata, guía y coordinador de actividades de la asociación, la Cabaña Unión tiene varias contrapartes que les han ayudado a sacar su proyecto adelante. Entre ellas, el Fondo de las Organizaciones Económicas Campesinas (Oecas), la Red Tusoco y la Cooperación Técnica Belga (CTB).
Al llegar a la Cabaña Unión se degusta un almuerzo originario que incluye cui y vino casero. Vino blanco elaborado con uva moscatel de Alejandría. Vanni de Michele, natural de Verona (Italia) —famosa por sus vinos— y voluntario de la ONG Progetto Mondo, lo define como “un vino hecho de manera artesanal sin aditivos químicos. Natural, turbio y no filtrado; de color amarillo paja”. Dice que en la nariz se siente el aroma de durazno y nuez fresca. “Seco y fresco en el paladar —continúa— tiene un sabor persistente que recuerda el sabor de frutas frescas como la manzana y la pera. Es un vino joven, suave con baja graduación alcohólica (9,5°)”. La moscatel de Alejandría es la que usan también para la producción del singani. El uso específico de esta uva es lo que diferencia al singani boliviano del pisco peruano, elaborado éste con uva torontel, albilla, quebranta o uvina, entre otras.
La grandeza de la naturaleza te abraza instalado en el albergue. Mires donde mires está la serranía; a cada lado se alzan recias montañas marrones y verdes. Pero destaca una entre todas ellas, el cerro Laurany, la más imponente y peculiar. A simple vista se diría que se trata de un macizo rojo. Hugo Choquecallata se me acerca y cuenta conmigo los colores. No es sólo rojiza. Hugo recuerda una montaña argentina conocida por su diversidad de tonalidades; entiendo que debe referirse al macizo de Purmamarca, conocido por sus siete colores.
No es temporada de uva, y parece que los viñedos más cercanos a la finca ya se quedaron sin frutos; así que hay que ir una hora y media en vehículo hasta llegar a Porvenir —parte del municipio de Luribay— para ver otros viñedos que aún están cargados. Según una publicación de Redalyc, de diciembre de 2008 —número dedicado a los vinos de altura en Bolivia—, “la introducción de las primeras plantaciones de vid se remonta al siglo XVI en la población de Luribay (La Paz) y Mizque (Cochabamba); posteriormente se introdujo a otros valles, como el de Cinti en 1584 y más tarde Tarija”. Luribay posee pues de los más antiguos viñedos que se pueden encontrar en el país. Justiniano Díaz, guía también del emprendimiento La Cabaña Unión, cuenta que fueron los jesuitas los que trajeron las plantas. “Se cuenta que reprodujeron por pepas, porque no dejaban traer las cepas. También se puede reproducir así, pero es más lento”.
Al éxodo de los patronos hay que añadir la plaga de filosera —insectos que atacan la raíz y merman la cosecha— que abatió la mayor parte de los cultivos de vid criolla en Luribay. Estos dos motivos hicieron que la producción de vino y singani se viera menoscabada de 1975 a 1995. La implantación de nuevos cultivos con pie de injerto americano —más resistente a la filosera— solucionó el problema.
Víctor Touchard (socio proveedor) calcula que tiene unos 5.000 viñedos distribuidos en 7.500 metros cuadrados: el 30% es injerto. Son las viñas más altas de Luribay, y posiblemente de Bolivia. Están a 2.825 msnm. Pareciera que el injerto se tuviera que hacer directamente con las nubes.
Es inevitable no sacar a colación los famosos vinos de altura tarijeños, que si bien proceden de viñedos muy altos, se cultivan un kilómetro más abajo que los paceños de Luribay.
“En Tarija se atribuyen el vino de altura —comenta Touchard— pero el nuestro es más alto”. Reconoce que va a ser un poco difícil que puedan superar a Tarija. “Su calidad es muy buena y tienen mucha experiencia. Tienen cantidades extensas de producción de uva. En cambio a nosotros, en Luribay, nos desfavorece esa parte porque no tenemos grandes terrenos”.
Durante la estancia en Luribay, todos los socios hablan de Luis Vicente Elías. Oriundo de La Rioja —la denominación de origen más famosa de España— acabó visitando los viñedos de Luribay de la mano de Apaza y su hijo, Omar, presidente de la asociación. Elías estaba recorriendo los viñedos de América cuando aterrizó en Bolivia con la intención de visitar Tarija y Chuquisaca. En la Cabaña Unión se enteraron de su llegada y le buscaron para enseñarle sus viñedos y la hacienda. Luis Vicente se alegra de este encuentro y rememora su estadía, que califica como una “experiencia única”. “En Luribay —comenta el español— hay cultivos de la época de la conquista; formas de plantación únicas; altitudes extraordinarias; y una gente como Apaza y toda su familia que son un encanto”. Sobre el vino piensa que “necesitan algo de tecnología y mejores tratamientos en la viña, aunque los singanis son excelentes”. Si Omar y Hugo se pusieran a trabajar en serio en vinos —reconoce— podrían entrar dentro de ese marco de vinos de altura tan alabados y buscados.
Luis Vicente Elías colaboró con Fautapo, la fundación que más está trabajando por el viñedo en Bolivia, en la elaboración de un libro que contará las experiencias de su viaje. Durante su paseo por Bolivia se realizaron cursos a los que acudieron los principales productores de vino del país, entre ellos representantes de Luribay. Apaza recuerda que el español se refirió varias veces a los viñedos de Luribay, y entre risas espeta: “Medio celosos se han puesto de La Paz”. Es que Elías reconoce que “los viñedos de Luribay, junto a los de Camargo y Cotagaita, son los más antiguos y originales”.
Aguas glaciales
La altura y el agua para el cultivo parecen ser los principales motivos del dulzor de la uva, que según cuentan supera a la de otras regiones. “Regamos con aguas glaciales—asegura Touchard— con aguas de la cordillera que son cristalinas. La calidad del agua es lo más importante para que el producto esté sano y limpio”. Además, no usan insecticidas. “Nosotros cultivamos la uva de forma natural y orgánica. No utilizamos químicos para la producción; simplemente usamos abono orgánico de vaca u oveja”. Para curar las plantas, y alejar a los hambrientos insectos, no usan insecticidas sino que bañan los frutales en azufre que, según cuenta este patrón de Porvenir, no es tan dañino como el químico, y no es tóxico.
Entre sus plantaciones de uva también encontramos duraznos, el otro símbolo de Luribay. Podemos rescatar algunas de estas frutas, pero no hay buenos ejemplares porque tampoco es la temporada. Su cosecha suele ser en febrero. Las viñas hacen sitio a los manzanos y de éstos sí que podemos saborear su fruto pues su temporada es prácticamente todo el año.
Touchard tiene una pequeña destiladora en la que hace singani para consumo propio, básicamente. Explica que “la tradición viene desde mis abuelos. Hacer vino no es algo difícil. Acá todos saben hacer vino, es una costumbre entre la gente del lugar, no es algo extraño”.
La visita a Porvenir incluye otros viñedos. Los cultivos de Hugo Zapata y su hijo Wilfredo son colindantes. De los del vástago agarramos una gran cantidad de frutos que vamos saboreando mientras cruzamos a pie el camino que separa ambas plantaciones. Durante este tramo, Hugo Choquenallata relata, como antes Apaza, la dificultad inicial de encontrar proveedores. Recuerda que cuando el emprendimiento arrancaba fueron a pedir a los cultivadores que les vendieran las uvas. Les decían que les pagarían lo mismo que recibían en La Paz; se evitarían el camino de viaje y cobrarían la misma plata. “Aun así no querían —recuerda Choquenallata—, así que tuvimos que tomar una medida drástica: nos fuimos a La Paz y les compramos las uvas al mismo precio que les habíamos ofrecido en Luribay”. A partir de ahí todo cambió y una gran cantidad de proveedores se sumaron al proyecto. Ganarían lo mismo y se ahorrarían el viaje.
En la vivienda de Hugo Zapata probamos por primera vez el singani. La botella reza: Elaborado y etiquetado en origen por “Bodegas y viñedos Luribay”. Es un producto elaborado íntegramente con uva 0moscatel de Alejandría, cosechada en nuestros viñedos y seleccionada cuidadosamente por viticultores de la Región del Valle de Luribay. La asociación no está muy contenta con el etiquetado que temporalmente están llevando sus envases. “Necesitamos un plan de marketing” dice Hugo Choquenallata. Calculan que el singani se comercialice en La Paz a final de año y para ello tienen que lanzar el producto con fuerza; una buena imagen es esencial para introducirlo en el mercado. El vino, sin embargo, tardará más en comercializarse, y no por problema de etiquetado, sino porque tienen que seguir mejorando el género. “A mí me gusta el slogan vino de altura para gente de altura”, reconoce Samuel Apaza.
El sabor del singani es fuerte e intenso. Unos cuantos tragos nos servirán para afrontar mejor el traqueteo de la carretera de vuelta al albergue. La zozobra y una luna redonda, lechosa, brillante y titánica nos acompañarán en el retorno.
El zarandeo de la carretera de bajada al valle es uno de los mayores inconvenientes para los cultivadores de frutas, verduras y hortalizas del pueblo. La mayor parte de su producción se vende en La Paz y muchas veces llega maltrecha por los vaivenes de la carretera, que no está asfaltada. Sabino Gerónimo y Néstor Chávez, mientras desayunan junto a otros dos compañeros una botella de singani a las 08.00, comentan que la fruta está lista para venderse en época de lluvia. La dificultad del terreno hace que la carga llegue maltrecha a la capital. “La arroba de la uva (12 libras) cuesta 60 bolivianos, pero como llega rematada la tenemos que vender a 40”. Esto sucede en el mejor de los casos, pues si la carretera se ha inundado, la fruta se desperdicia por completo.
Eddy Aguilar Canaza —del MAS— es director de Desarrollo Humano del Gobierno Autonómico Municipal de Luribay, y asegura que el problema de la vía se va a solucionar. “El proyecto de asfalto se ha dado inicio, ahorita ya están removiendo tierra”. Según Aguilar, en dos años más la carretera estará totalmente asfaltada.
Omar Apaza y Hugo Choquenallata se encargan de enseñar el proceso de producción de vino y singani a los visitantes. En grandes bidones almacenan las uvas con agua, en la sala de fermentación. De ahí pasa a la destiladora, que Samuel compró de la vieja hacienda del expresidente José Manuel Pando, nacido en Luribay.
Luribay, además de tierra de durazno y uva, es patria de expresidentes. Son tres los nacidos en este territorio. A Pando se suman José María Pérez de Urdininea y Felipe Segundo Guzmán. El visitante podrá conocer sus fincas como una curiosidad más de las muchas de Luribay. A ellas se suman las leyendas de los tapados, según dice Justiano Díaz. A lo largo y ancho de Luribay —que comprende tres climas: altiplano, cabecera de valle y valle— están escondidos remotos tesoros de la época incaica, o incluso anteriores. “En realidad no están catalogados — dice Hugo Choquenallata— se cree que pueden ser tiwanakotas, pero no se sabe”. Don Samuel afirma que no son leyendas. En su propia finca han descubierto dos tapados: “Hemos detectado tres cajitas en un lugar y, en otro, un hornito. Intentamos sacarlos, pero no hay dinero para contratar maquinaria”.
El sabor de la uva destilada nos acompaña de vuelta a La Paz. Parece que la canción que Justiniano Díaz entonaba a ratos durante la visita tiene razón. La cantata aymara Luribay Durazno anuncia que en esta tierra “turista que pescan lo ahogan en vino”.
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