Yotala, municipio chuquisaqueño, tiene la ventaja de estar muy cerca de Sucre, la capital. Pero también la desventaja, pues el pequeño pueblo poco a poco va perdiendo la tranquilidad propia del área rural, para convertirse en un ajetreado sitio al que llegan micros y minibuses, levantando polvo y haciendo ruido. Las calles que rodean la plaza central se ven colapsadas por momentos. Por suerte, la vegetación verde por efecto del húmedo verano pasado parece absorber los contaminantes y entonces el cielo permanece azul y aun estrellado por las noches.
Las calles empedradas y algunas de tierra, las que salen del pueblo tres cuadras a la redonda, son estrechas: dos coches se cruzan a duras penas por ellas. Los viejos tejados, las artesanales puertas de madera y los muros de adobe hablan de un pasado más republicano que colonial (fue fundado en 1816, como Villa de Yotala). Pero en general lucen destartalados, en franco contraste con nuevas edificaciones de dos pisos que asoman en varias de las esquinas. Se nota que hay un esfuerzo para tratar de mantener una estética, pero es difícil y la nostalgia hace mirar con no muy buenos ojos este aggiornamento arquitectónico.
Lo que sí se conserva es el quechua entre los vecinos, cuyo dejo contagia también su español cantadito. No es gente que se comunique fácilmente con el extraño. De hecho, su tono cortante puede atemorizar a cualquiera, inclusive en las tiendas. Pero es sólo apariencia, pues vencido el preámbulo no parece haber gente más amable y dispuesta a abrir su casa, si uno se lo pide.
Juana de Llanos atiende un negocio pequeño que recuerda las antiguas tiendas de barrio de las urbes: alimentos abarrotados, botellas sobre todo, y pan. No cualquier pan, sino el de Yotala, envuelto en un paño o un aguayo, dispuesto en un cesto, sobre una mesita u otro mueble en la acera. Juana, una mujer menuda, prepara ella misma el producto que es famoso y que se vende en Sucre, nunca mejor dicho, como pan caliente. “Se prepara con harina blanca, manteca, levadura, sal y azúcar”, enumera y no parece ningún misterio. “Es que el secreto está en el horno de barro y leña”, susurra y conduce al curioso hasta la trastienda.
“Aprendí de joven, cuando me casé y vine al pueblo a vivir con mi suegra, que era panadera. En esos tiempos me levantaba a las dos o tres de la mañana para calentar el horno y preparar la masa. Había que amasar muy bien, en el piso y hacer los bollitos antes de darles la forma de plato plano”.
Hoy, ya con años a cuestas y sin hijos a su lado —tres tienen familia propia en Yotala, tres se han ido a Santa Cruz y uno a Buenos Aires—, prepara pocos panes y empanadas de queso, que vende allí y envía a Sucre. “Aquí es todo demasiado tranquilo, no hay venta”, se queja. Pero quizás no sea así por mucho tiempo, pues varios de los yotaleños que migraron están retornando, con dinero que se invierte en las construcciones que se aprecian a cada paso.
A quien le llueven los clientes al mediodía y al final de la tarde, al grado de que apenas se da abasto, es a Silveria Vera. Esta mujer prepara y vende los rellenos de papa con queso o con huevo que son famosos en el pueblo. Los hay, según el tamaño, de Bs 2 y de 1,50. Uno se da cuenta de que algo pasa en cierta puerta por la cantidad de niños que revolotean por allí a la salida del colegio. “¿Papa me das?”, piden en su particular sintaxis. “Ya señorita”, “claro caballero”, responde Silveria mientras pone en la sartén llena de manteca caliente el preparado. “Con ají”, “con ahogado”, reclaman algunos pequeñitos y poco a poco van recibiendo sus rellenos dentro de una bolsa de nylon.
Pero Yotala es mucho más que sólo el pueblo, hace notar Gonzalo Sandi, funcionario municipal. Saliendo de éste se halla el puente colgante sobre el río Quirpinchaca, con la fascinación que ejerce caminar por él mientras las tablas de madera parecen acomodarse a los pasos y al vaivén. Al otro lado está San Roque, donde destacan las vías del tren Potosí-Sucre, muy poco transitadas ya. La pequeña estación está muy cerca de la hacienda donde tiene su sede el internacional Teatro de los Andes.
A 45 km de distancia, ya sobre el río Pilcomayo, hay otro puente colgante, llamado Antonio José de Sucre. La obra de ingeniería de 200 metros de largo fue encargada por el presidente Aniceto Arce (1824-1906) y sorprende aun hoy, con todo y sus torres de aires medievales.
Hablando de haciendas
Las grandes propiedades de antaño son hoy parte del atractivo yotaleño; por ejemplo, cita Sandi, la de Pitantorilla (a 22 km), antiguas tierras de José Mariano Serrano (1788-1852, redactó las actas de la Independencia de Bolivia y Argentina y llegó a ser presidente interino del país), donde se ha habilitado un centro de hospedaje, con habitaciones y cabañas, al pie del cerro Obispo.
No se puede dejar de mencionar la de Cantu Ñucchu (a 21 km de Sucre), que perteneció al expresidente de Bolivia Gregorio Pacheco (1823-1899, hoy también un lugar para el solaz de los turistas.
Pero si lo que se busca es la fiesta, hay que saber que el pueblo de Yotala celebra en carnavales. Por si acaso no hubiese forma de retornar a Sucre, hay alojamiento en el lugar que cobra, informa Sandi, 20 bolivianos por persona.
En materia de fiestas patronales, hay al menos dos comunidades para visitar fuera del centro yotaleño. Está Huayllas, donde se venera al Cristo del mismo nombre, cada 6 de agosto, y La Calera, donde manda el Señor de Maika, con fiesta el 6 de octubre. Hay procesiones, muestras de devoción y el infaltable baile.
Felicitaciones por la excelente información sobre el pueblo de YOTALA y sus costumbres, tradiciones e historia.
ResponderEliminar