En la 4x4 conocí al resto del grupo que viajaría conmigo los siguientes días por el altiplano.
Alexander y Ted de Inglaterra, Joel de Suiza y las argentinas que venían conmigo desde Villazón, Judith y Jessica.
Antes de salir rumbo al Salar, anduvimos un poco dentro de Uyuni, pasamos a buscar a la madre de nuestro chofer-guía, quien sería nuestra cocinera el primer día, y luego fuimos hacia las afueras del pueblo, al Cementerio de Trenes, que no es más que eso: un montón de locomotoras abandonadas que en su tiempo llevaban carga hasta el Pacifico. Es una especie de museo al aire libre al cual vale la pena dedicarle un rato.
Terminada la visita a los trenes, volvimos a pasar por Uyuni y tomar un camino por el cual recorrimos unos 25 kilómetros hasta un muy pequeño pueblo, casi fantasma, llamado Colchani. Colchani está aún más cerca del Salar que Uyuni y la gente que vive acá trabaja de procesar la sal y de la venta de artesanías a los turistas.
El pueblo hoy en día está prácticamente abandonado, la mayoría de las casas se han destruido con el paso del tiempo y al estar alejado de todo, en medio del altiplano, lo vuelve un típico pueblo fantasma, desolado, con tan poca gente que es difícil cruzarse con alguien luego de que se van los turistas, sin transporte y sin comunicación'¡Y ahí pasaría la noche!
En Colchani, el guía Evans nos llevó a ver cómo procesaban la sal: todo artesanal. Es increíble el trabajo que pasan sacando la sal para exponerla al sol y luego procesarla para ganar una miseria; un pequeño camión lleno de sal costaba 50 dólares y llenarlo llevaba varios días. Colchani fue el lugar más pobre que vi en todo el viaje y sorprende que teniendo a Uyuni tan cerca vivan acá.
Después de pasar un rato viendo cómo se procesaba la sal, comprando algunas artesanías hechas de sal -muy interesantes-, llegó el momento de cumplir uno de los objetivos que tenía en este viaje.
Nuevamente en las 4x4 partimos rumbo al Salar. Y ya entrando nos dieron una gran noticia: ¡el Salar estaba inundado! Quería ver el Salar con agua sí o sí, ya que el agua y la sal reflejan el cielo y se puede ver un paisaje increíble.
Nos adentramos en el Salar unos cuantos kilómetros hasta el Museo de Sal. Y de ahí a caminar por ese desierto blanco y a sorprenderse con los paisajes y el reflejo del cielo en el agua, lo que hacía que a lo lejos el horizonte desapareciera: tierra y cielo eran una sola cosa. ¡Se puede jugar con las perspectivas y sacar fotos geniales! Miraba alrededor y sólo se veía blanco y blanco, y algunas montañas a lo lejos.
Evans nos explicó que, si penetras demasiado en el Salar sin conocer las rutas y te sorprende una tormenta que te nuble la vista hacia las montañas, terminas perdido porque no sabes en qué dirección ir, ya que es todo igual.
Nuestro guía resultó ser bastante bueno: nos explicaba todo, aunque daba muchos datos erróneos, pero se esforzaba por informarnos y nos trató muy bien. Por ejemplo, durante la explicación de Evans sobre cómo sacaban la sal, nos dijo la fecha en que se comenzó a emplear el tren, pero lo extraño es que ese año Colón aún no había descubierto América.
El sol es muy fuerte en el Salar pero inclusive así hace frio. Lleven abrigo, lentes con filtro pues los rayos solares se reflejan en la sal' Y, claro, protector, porque si no van a salir como camarones.
Visitar este desierto de sal de más de 12.000 kilómetros cuadrados es algo único, una maravilla del planeta. Lamentablemente la visita fue corta porque la mayoría de mi grupo quería irse, de modo que volvimos a Colchani, donde pasaríamos la noche en un refugio construido de sal. Los pobladores se las ingeniaron para construir bloques de sal y con ellos levantaron construcciones, entre ellas el refugio, donde hasta las camas y las mesas eran de sal. Después de que se fueron los últimos grupos que venían del Salar, el pueblo quedó en una paz total. No había mucho para hacer: sólo descansar, física y mentalmente.
Fue un día fantástico en el que cumplí uno de los objetivos del viaje y conocí un lugar increíble.
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