A 27 kilómetros de Riberalta (Beni) hay un lugar alejado del ruido donde se puede comer alimentos cultivados allí mismo o peces recién sacados del agua. Es el lago Tumichucua, un vocablo tacana que significa “isla de los tomacuses o de las palmeras” y que ha dado nombre también a la comunidad que hay en la orilla del frente, que usa el islote para plantar pomelo, banana, yuca y otros frutos de consumo propio y para venderlos en Riberalta (es una de las actividades económicas de los habitantes del lugar).
Allí viven aproximadamente 350 personas que, en su mayoría, recolectan la castaña amazónica entre noviembre y marzo.
Éste es uno de los lugares turísticos por los que se trabaja en Riberalta, donde el reciente 22 de mayo se inauguró el paseo y mirador La Costanera, que transcurre junto al río Beni a lo largo de 725 metros. Mientras una parte de la población riberalteña se concentra en el nuevo corredor turístico de la ciudad, unos metros más abajo, cerca de la ribera, la vida continúa como cualquier otro martes. No parece importar que allá arriba, en una tarima, esté el presidente de la nación, Evo Morales, y toda la comitiva de autoridades políticas, civiles y policiales.
Luz Marina Domínguez se balancea en una hamaca junto a un bebé de pocos meses, a la sombra del porche de su humilde casa de tablones de madera. Al preguntarle a su marido si ellos no acudirán a ver la inauguración, éste comenta, mientras se asea a la puerta de su casa, que acaban de regresar del trabajo.
El sol, a lo lejos, comienza a ponerse y numerosas barcazas yacen en la orilla mientras los trabajadores realizan los últimos arreglos antes de ir a casa o, tal vez, a alguno de los típicos karaokes del pueblo a relajarse con una cerveza, o dos, o tres, bien frías.
Al lado de la casa de la familia Terebas Domínguez, un vecino del barrio de La Cruz se enjabonaba el cuerpo, cubierto sólo con un traje de baño, en el lavadero de la zona. Al otro lado, dos chicas jóvenes lavan ropa afanosamente y una wawa se remoja en un bañador mientras balbucea sus primeras palabras. Más allá, las vecinas charlan a las puertas de sus casas y los niños juegan con los últimos rayos de sol.
Siguiendo el curso del paseo en el que se han invertido 5,5 millones de bolivianos del programa “Bolivia cambia, Evo cumple”, pero por debajo de él, se conoce otra Riberalta, también atractiva para los de afuera (de otro departamento o país). Casas de madera, embarcaciones, vecinos charlando tranquilamente, niños correteando y chapoteando… Como comenta Miguel Ángel Salazar (66), un vecino que acaba de comprar dos viviendas en La Cruz, hasta ese lugar seguramente bajarán muchos de los visitantes que espera acoger la ciudad gracias al nuevo paseo. Él es cruceño, llegó hace tres años y se enamoró del clima, de la gente y de las oportunidades laborales del lugar, “un mar de riquezas naturales”. Pasea cerca de la embarcación que está construyendo por encargo, trabajo que durará un mes y por el cual recibirá unos 30 mil bolivianos. Luego, ya en uno de los puestos gastronómicos del corredor turístico, ofrece un jugo de asaí, típico del lugar, pues nadie puede irse de aquí sin probar este fruto de una palmera de la zona, rico en nutrientes.
La comitiva de inauguración se marcha tras descubrir la placa conmemorativa del acontecimiento y ahora son los vecinos los que disfrutan de la nueva obra.
El paseo (ilusión de mejora para muchos riberalteños) está hecho. Pero hay calles que siguen sin asfalto, el suministro de agua no es perfecto e internet es lento y caro. La vida sigue igual bajo el mirador turístico: sencilla, humilde, rutinaria.
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