Un río de aguas tan azules como el cielo transcurre por una zona de cañones insertados en otros barrancos más grandes, al estilo de las muñecas rusas. Es el Desaguadero, y sobre él cruza un puente colgante llamado Concordia, construido en 1880, y que siguió utilizándose hasta finales de los años 90 del siglo pasado. De este lado, hay una pequeña estancia que pertenece al municipio de Corocoro (capital de la provincia Pacajes), pero poco antes de llegar a la pasarela, el suelo ya pertenece al municipio de Calacoto. Una de las teorías sobre el origen del nombre es que deriva del aymara qalaqutu (montón de piedras). Y la verdad es que no falta este material en la zona.
El puente colgante conserva aún un farolillo medio despegado de la pared de ladrillos, pero poco más queda de lo original: toda la pasarela está medio desmontada. Hasta hace poco se encontraba en refacción a cargo de una empresa, pero la Alcaldía ha paralizado las obras porque no estaban restaurando sino reconstruyendo (no se estaba respetando el estilo de la construcción).
Lo mismo le pasó a la iglesia colonial de Calacoto, pueblo al que se llega por un moderno puente paralelo al estilo del siglo XIX. Un rayo destruyó gran parte del edificio y ahora luce más moderno, con una imagen algo distorsionada de la que guardan en su memoria los vecinos, ya entrados en años en su mayoría.
En el municipio viven alrededor de 9.000 personas, aunque constantemente los jóvenes migran en busca de oportunidades a la ciudad. Sin embargo, el día 17 de junio se estrenó oficialmente una ruta turística en la zona que pretende dar a conocer la antigua cultura pacajes, una de las más resistentes de Bolivia ante la invasión española, y crear puestos de trabajo para evitar la fuga de los jóvenes.
Un plato antes de comenzar
En la amplia plaza de Calacoto, donde se encuentra la iglesia, se puede tomar un plato típico del pueblo en alguno de los puestos callejeros, bajo el toldo que resguarda de los rayos del sol, implacables a más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Trucha fresca del cercano río (a veces, también se pesca pejerrey) y chicharrón de llama o chancho son lo más popular.
Aquí arranca la ruta que ofrece variadas posibilidades de viaje, así como distintos días de duración, dependiendo del turista. De hecho, forma parte de un camino andino internacional que parte de Purmamarca, en el norte de Argentina, salta a territorio boliviano recorriendo la zona de San Pedro de Quemez y la provincia Pacajes y termina en el sur del Perú, en Tarata. Calacoto ha sido la última parte en sumarse al Camino Andino, cuya creación ha sido financiada por la Unión Europea.
El viajero puede conocer tanto los restos arqueológicos de la cultura pacajes, como las tradiciones aymaras, los paisajes de la zona, las edificaciones religiosas coloniales o realizar escalada y caminatas en compañía de llamas.
A unos minutos en coche desde Calacoto está la comunidad de Rosario. Tras atravesar el lodoso lecho del río, en el que deambulan algunas vacas, se arriba a la plaza y a su iglesia colonial. A diferencia de la de Calacoto, ésta mantienen su estilo, pero está medio derruida y saqueada, lo cual paradójicamente le confiere cierto encanto. Se puede indagar por el interior, lleno de escombros y algo de basura. Del altar sólo se mantiene la estructura, no queda ni tan siquiera la marca de polvo de las riquezas que atesoró en algún momento. No están ni los bancos para los fieles.
Al preguntar a unos vecinos en la plaza si la gente no va a misa, explican que sí, pero al templo adventista, que se halla un poco más abajo. Alrededor de 1920, esta creencia se instaló en el pueblo y fue desplazando, poco a poco, a la fe cristiana. Después de la Revolución del 9 de abril, la iglesia católica quedó en el completo abandono y así sigue hasta hoy.
A la salida del pueblo, tras circular por una recta carretera de tierra, entre campos llenos de vicuñas, ovejas y huallatas (una aves blancas y grandes), se llega a un cerro con forma de sombrero que guarda en su cima la fortaleza funeraria Jach’a Apaza. En ella es posible observar, recortados contra el cielo, más de 300 mausoleos con los restos de guerreros y miembros de la realeza de los antepasados pacajes.
Cerca hay otro cerro conocido como Cóndor Iquiña. Desde él, lugar de anidación de cóndores y apacheta para los habitantes, se tiene una vista espléndida de la siguiente parada: la Ciudad de Piedra.
En media hora se llega a la comunidad Campero, uno de los puntos de acceso a la peculiar urbe. Hay que subir una montaña tras la cual se encuentra el paraje. Las altas piedras que parecen guarecerlo sirven también para practicar escalada, pero se recomienda tener experiencia para ello.
En la Ciudad de Piedra hay pedruscos con formas de personas y animales, como un cocodrilo en cuyas fauces se menten los turistas para tomarse una fotografía.
También se encuentran restos de antiguas fortalezas, algunos chullpares y vías entre barrancos que parecen calles. Todo ello tiene una extensión de 70km2.
Mariano Lluscu (65), comunario de Campero, asegura que él puede atravesar el lugar caminando en día y medio, pero recomienda no atreverse a hacerlo si no se conoce bien el lugar: es demasiado fácil perderse en las subidas y bajadas de los cañones, entre las calles naturales y los restos de fortalezas. Y no hay agua con la que abastecerse en gran parte del trayecto. Uno de los tours ofrece pasear por el lugar en compañía de llamas amaestradas.
En la parte de arriba, los lugareños crían ganado y, en el pasado, se servían de los abundantes árboles de queñua (Polylepis) para hacer carbón.
El árido paisaje llega hasta Curahuara, desde donde parte otra ruta que incluye la visita al lago Cokoruro, la fortaleza de Condoriri o el salar de Tarquimaya. Por el otro extremo del municipio están los caminos del Diablo y del Arriero, además de otros chullpares y pequeñas estancias, así como comunidades que aguardan la llegada de visitantes que quieran descubrir los encantos de esta zona de los Andes.
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