El abuelo de Cecilia Scholz, un alemán afincado en La Paz de fines del siglo XIX, adquirió una propiedad en la zona de San Pedro, que había sido edificada en 1886. Los hijos, nietos y bisnietos de este hombre habitarían la casona, ampliada y remodelada en distintas épocas, hasta que cada quien eligió su camino y su espacio lejos del edificio de la calle Colombia. Éste, asumido ya como una galería de negocios diversos, ha debido extrañar la presencia de gente durmiendo, desayunando y hasta jugando al calor de sus formidables muros de adobe. Así que, de seguro, ahora está feliz, pues uno de esos bisnietos —Camilo, el hijo de Cecilia— tuvo la idea que la familia de arquitectos se apresuró en respaldar: habilitar un hospedaje para jóvenes viajeros, con el sello Onkel.Inn, cuya franquicia adquirieron de la alemana Hostelling International (HI), de presencia mundial.
Antes de aquel 10 de junio de 2008, cuando abrió sus puertas el hostal para mochileros, como se conoce más popularmente a este hostal, fue preciso hacer un trabajo de refuncionalización y remodelación de la casona, tarea que asumió Brisa Sánchez Scholz, la hermana de Camilo. “Había que cumplir con los estándares de calidad de HI, que tienen que ver con comodidad, seguridad y hasta con el diseño de los muebles”, dice Camilo.
El resultado es un espacio que se abre de una manera impensada hacia el fondo del edificio que, por delante, sigue albergando a los negocios. Tras una puerta de vidrio, asoma la pequeña recepción. El viajero se registra y es conducido a la habitación elegida: una privada o una colectiva. “En general, los jóvenes que viajan solos optan por este lugar porque pueden hacer amigos”, comenta Camilo, mientras desde su oficina vigila en una gran pantalla cada área relacionada con el hostal.
En el pasillo que lleva a los cuartos se descuelgan dos columpios. “Los chicos juegan como niños”, cuenta Cecilia Scholz, que ha sido testigo de estas escenas, así como de las veladas musicales que se arman en la salita que, normalmente, sirve para ver películas o trabajar en la computadora. El paso del área de los dormitorios al comedor, a la sala o a la terraza da la impresión de un laberinto: corredores, gradas, pasillos... Es que el área relativamente pequeña ha sido aprovechada al centímetro por la arquitecta Brisa, al grado de que pueden alojarse hasta 43 personas al mismo tiempo.
Parte de las exigencias de HI apunta al mobiliario: todo debe ser uniforme en cuanto a estilo y color, y tiene que responder a la necesidad del viajero de acomodar una gran mochila y de dejar los zapatos en un área que no incomode a los demás huéspedes (no se olvide que hay dormitorios colectivos). Brisa se inclinó por muebles rústicos de madera de pino color claro que hacen contraste con el edredón de plumón (otra exigencia ineludible) forrado con tela naranja encendido.
Lo más llamativo es el techo: sobre la cubierta de la casa se ha habilitado un puente que conduce al jacuzzi encerrado entre vidrios, desde el que se aprecia el paisaje enmarañado de La Paz.
La calificación que dan los huéspedes una vez que se van —en general estudiantes y/o voluntarios de Europa y EEUU, de 18 a 20 años, o profesionales de 25 a 35— , es clave para mantener la franquicia. Y todo está en internet, a la vista de futuros viajeros.
Como parte de los servicios para los huéspedes había nacido el Meeting-Point, restaurante-bar que da a la calle Colombia. Hoy recibe también a comensales externos.
Este sitio es el más antiguo de la casa, el que propiamente data de 1886. Brisa demandó obras de ingeniería para recuperar las bóvedas originales que hoy lucen su belleza. Quien acuda al lugar verá que en el fondo hay un bar y hasta un área más íntima con sillones de cuero. O reparará en las obras de arte que hay en cajas empotradas en los muros o en las mesas con cubierta de vidrio: todo hecho por jóvenes.
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