domingo, 8 de julio de 2012

Sucre: historia,leyendas y milagros

Existen en Bolivia ciudades que nos transmiten los rumores circundantes de más de cuatro siglos, llegados hasta nuestros días en un abrir y cerrar de alas portadoras de las imágenes ya trazadas por la historia, el amor y la gratitud. La nostalgia sacude nuestras entrañas y crea un silencio armonioso en el que se anidan los recuerdos, como murmullos retenidos tras lo majestuoso de sus elevaciones o como un tamboreo en escala ascendente que rememora la epopeya de tiempos gloriosos evocados al paso del viento con soplos de miles de años. Una de esas ciudades lleva el nombre glorioso de Sucre, levantada en la legendaria Charcas y extendida por los tibios valles de la región mezoandina, acariciada por la brisa del pampero.

Pueblo enarbolado de banderas revolucionarias que aún asoman, en su flamear, la faz de su heroína Juana Azurduy de Padilla, cabalgando por polvorientos caminos luego de rescatar la cercenada cabeza del valiente esposo, Manuel Ascencio Padilla, en la más patética imagen de heroísmo contemplada con los ojos de horror nebuloso de los yamparáez.

Las otoñales páginas de la historia refrescan fechas y nombres: En 1540, Pedro de Anzúres funda Chuquisaca. En 1552 tiene lugar la fundación del Obispado de La Plata. En 1560 se edita en Valladolid la obra Arte y gramática de la lengua quechua. En 1809 se registra la rebelión armada contra el dominio español. En 1825 se proclama la independencia de Bolivia.

Pasó el tiempo y, al llegar un nuevo aniversario de la justa libertaria en Chuquisaca, el pueblo enarboló banderas nacionales en celebración a los dos siglos de libertad. Doscientos años en pos del progreso. El linaje de Sucre extendido por los caserones de blancas fachadas. Su cultura, rememorando la cuna de libertad y sabiduría desde los muros de una de las universidades más prestigiosas de Bolivia, la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca, donde se escucharon las primeras voces de rebeldía.

La ciudad, hoy

Ya en pleno siglo XXI, Sucre abre las ventanas de una ciudad moderna. Edificada sobre la nostalgia de una arquitectura religiosa atrayente y espiritual. Sus calles y avenidas abren espacios hasta donde convergen historia, fantasía, duendes y amoríos.

Hoy es la modernidad la que asoma y embellece los alrededores de la Culta Charcas. Son los barrios aledaños los que le dan una nueva brisa de encanto. Imponente el Churuquella, en diálogo con el Sica Sica, velando por la ciudad. Visitar la capital de la República es descubrir nuevos rincones, palpar su historia desde el silencio de sus viejas construcciones. Es penetrar en la penumbra de sus colosales templos, donde el recogimiento eleva oraciones ante imágenes divinas que fortalecen la fe en una gigantesca exposición plástica, reveladora del talento de los pintores, arquitectos y escultores surgidos en el Virreinato, en la Colonia y en la República. Historias sagradas, milagros admitidos y leyendas que dieron solidez a un pueblo inmerso en una cultura superior, recogida de las escuelas de Sevilla y Granada. Barroco, manierismo, influencia flamenca, romanismo y arte moderno, sin olvidar las creaciones indígenas, brillantes en su artesanía. Todo, en un despliegue de belleza extendida por el centro de la ciudad, como si fuera un inmenso museo sacro de pasado invencible.

Cargada de gloria está la Casa de la Libertad, donde aún parecen departir las figuras emblemáticas de los Padres de la Patria. El Palacio de Gobierno, La Glorieta, con sus fantasmas y sus oropeles aristocráticos y un Prado con la Corte Suprema de Justicia. A todo ello se suman los edificios bancarios, los históricos colegios, los monumentos a próceres de la independencia y un señorial teatro. Sumar a todo aquello plazas, parques y lugares de paseo es tener presente la visión de una ciudad encantadora, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Los pobladores del territorio chuquisaqueño entregan su esfuerzo a un desarrollo que se advierte desde los cambios sustanciales del corazón del departamento. Puna, valle y subtrópico encierran en sus entrañas la riqueza natural, sumándose la biodiversidad entre flora y fauna salvaje. Los jalq’a, tarabucos y guaraníes son testigos vivientes de un pasado que no pierde sus raíces originarias.

Lugares de ensueño

En Sucre hay algo especial para el turista, el investigador y el visitante ávido de sensaciones nuevas: El Bramadero, en la serranía de Chataquilla, un lugar donde puede respirarse la pureza de los bosques, apreciar los roquedales con tintes de cielo y riachuelos en los que la faz del sol se detiene como un Narciso contemplando su propia belleza. Si aquello fuera poco, el observatorio astronómico hace posible un coloquio con los astros que alumbran el valle.

Cajamarca es otro lugar de ensueño con poéticas aguas cristalinas que limpian los peñones y vigorizan los altos pinos, cuyas sombras refrescan un bosque con orquestación de pájaros. Y los que llegan hasta la capilla de Chataquila podrán escuchar oraciones de piedra, materia prima con la cual fue creado ese espacio elevado al Ser Supremo. En el mismo lugar, el homenaje de admiración y agradecimiento a Tomás Katari, traduciéndose en Ave Marías, como un ofertorio a su memoria.

El tiempo se detuvo en Pumamachay, donde la pictografía certifica unos 1.500 años de antigüedad. Pinturas rupestres de trazos oscuros, atribuidas a la cultura huruquilla, son mensajes de creencias religiosas a las que el tiempo no echó polvareda de olvido.

El nombre de Samay Huasi tiene resonancia turística. Se trata de una hermosa hacienda esforzada en mostrar otros atractivos. Se encuentra en Chaunaca. Es un hospedaje en medio de paisaje cautivante, pues muestra singulares prodigios de la naturaleza, en un ámbito de silencio, sólo interrumpido por las voces que nacen en las arboledas. Si de allí seguimos avanzando nos encontramos con otra faz de la Chuquisaca tradicional: Potolo, donde las formas zoomorfas de sus textiles son el certificado de la creación artesanal conservada en los años. Cada una de esas piezas tejidas al impulso de un lenguaje abstracto nos habla de tiempos remotos, de fe pagana y de creencias míticas propias de los jalq’a.

La lengua quechua endulzada en las frases de bienvenida pone un tinte especial, allí donde las serranías y el río que baña sus sembradíos ya son otro motivo de particular atracción.

Y así como aquellos lugares, otros se extienden en una muestra de riqueza natural, como la gran altitud llamada Cerro Obispo, donde la piedra es el centro atractivo del lugar, pues desde aquella elevación se descubre un panorama idílico, capaz de inspirar encendidos versos. Son los anocheceres bajo un cielo que va ocultando sus laderas y escondiendo bajo las sombras, lo real maravilloso, hasta la llegada del alba con sus luces entibiadas por los primeros rayos solares.

Treinta kilómetros hacia el norte de Sucre hay huellas que impresionan, al transportarnos a mundos desconocidos. Son las huellas de dinosaurios, vestigios de especímenes monstruosos que dominaron la Tierra, dejando a su paso la identidad de su presencia solitaria en la región llamada Cal Ork’o, imagen del farallón con huellas de 332 especies, origen del Parque Cretácico, réplica paleontológica de abelisaurios, iguanodontes, titanosaurios y reptiles marinos.

Yotala

Al sur de Sucre está Yotala. Su encanto tiene dos cauces: por un lado, la corriente colonial aún reflejada en la arquitectura; la otra, un lugar ideal para el reposo.

Hay nombres que corresponden a sitios o actividades que todo Bolivia recuerda: Ñucchu, balneario tradicional y comunidad histórica, donde el Mariscal Sucre escribió su último mensaje a la nación. Se suman Pitantorilla, con la hacienda de José María Serrano, y Puente Sucre sobre el río Pilcomayo.

Al este destaca Tarabuco, abriendo sus brazos a los sedientos de nuestra historia, escenario de la batalla de Carretas o Jumbate. Allí retumba la música del pujllay, danza folklórica de multicolor vestimenta, sonidos de percusión nacidos en las espuelas danzantes con ritmos originados en el tokoro y el pinkillo, en tanto bombos y campanillas acompañan a la ñusta, belleza nativa que porta una bandera blanca en homenaje a la Madre Tierra llamada Pachamama. Es la Pukara, hasta donde llegan todos los danzantes luciendo los más bellos textiles de la región.

El oriente del departamento se enriquece con nuevos poblados: La Candelaria, atractiva hacienda. Icla, como un ejemplo de vida rural. Presto, que recuerda la imagen combatiente de Juana Azurduy. El Palmar, con su bosque endémico de palmeras y estancia del jukumari, el oso americano.

Lo dicho y mucho más es la tierra del grito libertario. Músicos y poetas le cantaron con encendida emoción, destinándole a la capital de Bolivia los versos que dicen: “Charcas universitaria, La Plata colonial, Chuquisaca legendaria y Sucre su capital. Ciudad de los cuatro nombres, la más grande en nuestra historia”.

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