Ubicado en el sur del departamento de Chuquisaca y entre Potosí y Tarija se encuentra uno de los valles más hermosos que tiene el país y que ha sido fundamental en la historia y desarrollo de la actividad vitivinícola de Bolivia. Se trata del Valle de Cinti, donde a lo largo de su gran cañón se encuentran las poblaciones de Camargo, Villa Abecia y Las Carreras. Sitios en los que se puede disfrutar de un clima agradable, paisajes naturales de gran belleza y degustar vinos y singanis de alta calidad.
El valle está rodeado de cerros de un intenso color rojo. Tiene dos importantes afluentes que proporcionan agua todo el año a la región. Uno de ellos es el río Chico, a cuyas orillas se encuentra Camargo y a 10 kilómetros de allí el río Grande, en la localidad Palca Grande.
Su clima es seco y templado. Casi todo el año se disfruta de días cálidos y de noches frescas, lo que convirtió al valle en uno de los sitios de descanso predilectos de acaudalados mineros que en la época colonial construyeron grandes y bellas fincas allí, algunas de las cuales todavía han resistido el paso de los años y conservan vestigios de los alambiques y otros utensilios con los que se procesaba el vino o se hacía el singani.
Cinti es también un lugar que produce una gran variedad de frutas todo el año. Son famosos sus duraznos, manzanas, higos, ciruelas, frutillas y membrillos por citar solo algunas de ellos. Pero si de algo se puede jactar este valle es de la calidad de sus uvas, que son ideales para el consumo directo, en la fabricación de vinos y otros derivados.
La tradición vitivinícola del Valle de Cinti es centenaria y está relacionada con el inicio de esta actividad en Bolivia. A fines del siglo XVI fue elegido por los españoles para la instalación de viñedos y una de las primeras variedades que se cultivaron fue la Moscatel de Alejandría, que posteriormente dio origen al singani.
Hasta principios del siglo pasado este valle chuquisaqueño fue el principal productor de singani y de otras variedades de vinos que se destacaron por su sabor, pero con el tiempo fue perdiendo esa hegemonía. Sin embargo, nunca bajó en calidad y es por ello que los viticultores cinteños y otras instituciones del lugar están impulsando el proyecto de que los vinos que allí se producen tengan el sello de Identificación Geográfica (IG), denominación que se les da a ciertos productos con cualidades específicas de un lugar, que lo hacen especial y que sirve también como sello de su calidad.
“A partir del año 2000 las pequeñas bodegas que son manejadas por familias nos propusimos la tarea de lograr una producción que no sea muy grande, pero que tenga alta calidad. Ese es el perfil de nuestros vinos y singanis y estamos haciendo una renovación de equipamientos e incorporación de nuevas técnicas que junto al manejo de tipo artesanal haga trascender más nuestros productos”, explica Mario Molina, presidente del comité impulsor de la IG de Cinti.
“Los vinos de los Valles de Cinti son muy afrutados por la misma uva que tiende a tener más cuerpo. Tiene taninos altos, lo que le da un gusto que queda muy bien con nuestras comidas. Eso es importante, porque nosotros tenemos una gama muy grande de comidas y hasta el día de hoy no hemos sabido marinar nuestras comidas tradicionales con los vinos nuestros, y estos lo logran de una manera excelente”, dice la sumiller Carmen Buitrago.
Teniendo al vino como su principal aliado también se piensa reactivar con mayor fuerza la Feria Vitivinícola de Camargo, que fue creada en los años 60 por decreto del entonces presidente Víctor Paz Estenssoro y que en esos años fue la cita obligada para los productores del país. Tratando de recuperar ese liderazgo se prepara una nueva versión de la feria para febrero de 2013, lo que promete ser un encuentro de gran nivel y una excelente oportunidad para conocer estos valles.
¿Cómo se llega hasta allí? Ahora con la carretera asfaltada que une la zona con Tarija se lo puede hacer en dos horas y media desde la capital chapaca. Un viaje que puede hacer con toda la familia o con amigos a precios accesibles. No se lo pierda.
Tierra que enamora
Paura Rodríguez Leytón / Periodista
Quien ha estado en tierras cinteñas nunca olvida el eco del canto de los gallos que al amanecer rebota en la encañada de altos cerros rojos y vuelve al valle como un rumor misterioso. Tampoco olvida del sabor ni la forma del pan, llamado bollo en la región. Pan grande, redondo, con un punto hecho con el dedo al centro de la masa. Pan cocido en horno de barro que huele a gavillas de molle.
Quien ha estado en tierras cinteñas guarda en su corazón el temor al río, ese viejo ‘bramador y borracho’ que cada primavera llega con furia y se cobra la vida de viñateros, burritos de carga y árboles. Pero a pocos días se amansa, su cauce parece dormirse y sus aguas bendicen y fertilizan la tierra, cuyos frutos son dulces y sensuales. También queda en la memoria la tierra roja, su textura invasora que está presente en todas partes y que con el tiempo también se instaura en el alma de la gente.
Quien ha estado en los Cintis comprende la importancia de la presencia del Chuquilluni (un viejo volcán) y sabe de las noches tibias.
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