Para un “viajero” o un “aventurero” que se precie como tal, resulta un desafío permanente aquel de conocer o estar en lugares en los que nunca antes puso pie, y así dar rienda suelta a aquella pretensión propia de este tipo de personas.
Fui delegado por la institución en la que trabajo, radicada en La Paz, a entregar materiales diversos en Santa Rosa del Yacuma, departamento del Beni. Poco o nada conocía de aquella población, aunque sí sabía de la existencia de Santa Ana del Yacuma, incluido el comentario de que allí habitaban las mujeres más lindas del país, así que supuse que el lugar debería estar situado por ahí nomás.
Al momento de partir, pregunté al conductor (con quien ya hicimos otras “travesías”) cuál era el itinerario o “plan de vuelo” para llegar hasta Santa Rosa del Yacuma y la escala a donde iríamos a descansar, porque en ese momento ya eran las 18:20 del jueves 26 de julio de 2012. Su respuesta de algún modo me preocupó: “De aquí directo a Rurrenabaque, y ahí preguntamos por dónde se va a Santa Rosa, porque nunca he ido por esos lugares”. “O sea –le pregunté–, ¿vamos a viajar toda la noche, sin parar, por caminos que ni siquiera los conoces?”. Me respondió asintiendo con la cabeza, sonriente, mientras nos aprovisionábamos de dos bolsitas de hojas de coca, estevia, agua embotellada y gaseosas a la salida de la ciudad.
Las llanuras
Ya en medio de las llanuras, que son visibles ni bien se sale de Rurrenabaque, la ruta está trazada como con una regla: más recta no podía ser. Y así, en el transcurso, los bosques interminables se ven adornados por enormes árboles y también por el vuelo de aves de gran tamaño unas, pequeñas otras, y por ahí, indiferente a los que atraviesan su territorio, un lagarto o caimán que, así en su entorno, resulta, a mi vista por lo menos, tan hermoso y a su vez conmovedor.
Y de súbito atravesamos por las calles de un lindo pueblo, tan pintoresco como el anterior: Reyes, colorido, y el deseo de visitar ese lindo lugar algún otro día. Una hora y media más de viaje, ya sintiendo los rigores del cansancio de más o menos 20 horas de viaje, divisamos el letrero: “Bienvenidos a Santa Rosa del Yacuma”, por donde finalmente ingresamos a nuestro destino final, aproximadamente a las 18:00 del viernes 27 de julio.
Santa Rosa del Yacuma
Santa Rosa del Yacuma es una población linda, ni grande ni pequeña, con sus calles y manzanas trazadas en cuadrículas, y su amplia y acogedora plaza, protegida por inmensos y frondosos árboles en cuyo centro se destaca una fuente con esculturas de aves, antas, lagartos y bufeos (delfín amazónico), característicos de la región.
Al tiempo de cambiar una llanta del vehículo, que pinchó menos mal cuando arribamos a nuestro destino, y antes de darnos a la tarea de buscar hospedaje en algún hotel de la población, escuchamos nítida, a nuestras espaldas, una voz con aquel acento particular de la gente beniana que denota amabilidad aparejada de aquella manifiesta satisfacción del buen anfitrión para con el visitante: “Buenas tardes, bienvenidos a Santa Rosa del Yacuma”. Se trataba del burgomaestre santarroseño, acompañado de un par de concejales del municipio, que anoticiados de nuestra llegada acudieron a prestarnos auxilio.
Luego de hospedarnos en un bonito hotel, a invitación de la autoridad edil acudimos a un restaurante a servirnos la cena, y qué cena, con carnes de res asadas, huevos fritos, leche, yuca frita y refrescos fríos de frutas diversas. Un menú que iría a replicarse en toda la jornada siguiente, ya para el desayuno, luego en el almuerzo y en la noche para la cena. ¡Una delicia!
En el Triunfo
Nuestra misión en Santa Rosa del Yacuma no terminaba ahí. Teníamos que distribuir materiales en otra población beniana, llamada El Triunfo, a una hora y media por carretera.
El Triunfo es un lugar hermoso y se diferencia de otras poblaciones porque ahí no se ve pavimento en sus calles, y casi todas sus viviendas mantienen el techado tradicional de palma. Vacas y toros, niñas y niños, mujeres y hombres, ancianas y ancianos deambulan por sus calles llenas de vegetación. A mi entender, a esto sí que se le puede llamar “un pedazo del Paraíso”. Y quién no quisiera permanecer un poquito más de tiempo en un lugar como éste.
El Paraíso está aquí
A quienes la vida nos delegó “vivir” en reducidos y a su vez hacinados espacios geográficos como son las ciudades, más aún en las sobrepobladas urbes, adentrarse alguna vez en aquellos ámbitos de naturaleza virgen resulta un espectáculo tal que ojos faltan para mirar allá o acá, y los intentos por reflexionar acerca de la relevancia de la vida silvestre, origen de nuestra propia existencia, resultan inútiles, dado el abrumador espectáculo en el que las aves vuelan, entre garzas y parabas, batiendo con soltura y elegancia sus extensas alas, con la total libertad que la naturaleza les otorgó, o ver desplazarse por las orillas a caimanes, lagartos, tortugas, capibaras y venados, o ver emerger, aunque sólo por instantes, al hermoso delfín rosado o bufeo, o de pronto fijarse en el bullicio que desde los ramales frondosos brindan decenas y hasta cientos de monos amarillos o chichilos, que ante el ofrecimiento de bananas, que los eventuales visitantes desde sus canoas les hacen, se aproximan, primero, se arriman, después, a los turistas para pelarlas con parsimonia infantil, comerlas y luego retornar a su cotidianidad en esa su hermosa casa grande, intensa en sus formas y colores que sólo la naturaleza puede brindar.
Es el Área Protegida Municipal Pampas del Yacuma, donde se encuentran las especies más representativas de los pantanos bolivianos, por lo que constituye un potencial turístico yo creo que muy poco explotado todavía, aunque el gobierno municipal de Santa Rosa del Yacuma viene desarrollando emprendimientos destinados a este propósito: hacer de este espacio paradisiaco un lugar para que el visitante nacional y extranjero logre contactarse con la naturaleza que aquí se encuentra en su estado más silvestre, y de esa manera también obtener recursos destinados a garantizar sistemáticamente su protección, teniendo en cuenta el avasallador empuje que la “modernidad” comete en contra de estos lugares todavía vírgenes como una suerte de aplanadora de la que las indefensas especies animales y vegetales son las primeras víctimas.
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