lunes, 10 de septiembre de 2012
Pampas del río yacuma, Dos naturalezas contrapuestas.
El paisaje que se apreciaba al navegar por el río en ese tiempo casi mítico no debió ser muy diferente al que hoy puede observarse; sin embargo, hay una alteración que hace que todo sea muy distinto: en esa temporalidad legendaria en que los conquistadores buscaban un creíble Paitití, el viajero se enfrentaba a una naturaleza adversa y totalmente hostil a sus propósitos… a su propia vida. Si esa fuerza de la naturaleza siempre terminaba por perder al aventurero; ahora la relación se ha trastornado al punto de haberse invertido la realidad: la amenaza latente proviene del visitante y el equilibrio de la naturaleza es lo que puede ser vulnerado; tan es así, que Pampas del río Yacuma es hoy un área municipal protegida.
Mientras la embarcación que me transporta avanza y animales de diversas especies se sumergen en el río, temerosos por la presencia extraña, esa paradoja subyace y hace pensar en aquella visión de la naturaleza como un infierno en el que gobierna un instinto violento por alimentarse y reproducirse.
Ese modo de percibir la naturaleza como una hostilidad se representa muy bien en el film Aguirre, la ira de Dios de Werner Herzog, donde justamente el explorador vasco Lope de Aguirre navega un río buscando El Dorado y es literalmente devorado por una naturaleza que puede ser muchas cosas, pero nunca una entidad maternal y benefactora.
La cantidad de fauna que se presenta al turista, durante la navegación, hace posible convertir en ficción el relato de viaje escrito por uno de estos aventureros católicos en busca de oro y alucinados por la novedad: “Entre las aguas túrbidas avizoramos cientos de dragones o serpientes con extremidades las más de las veces ostentando sus colmillos en advirtiendo una embestida. Miriadas de aves de desiguales plumajes y de mil hechuras circunvolaban siguiéndonos empeñados en que sirvámosles de alimento. Deste punto a tres leguas hacia el septentrión, vimos unos roedores colosales que son maravilla y que por su gran porte no exhiben resquemor de los dragones. Un descomunal dragón tricéfalo, escuro como la brea, atravesó por delante; por su corpulencia no debió ser sino padre de los demás. Ya en aguas profundas, en dirección al austro, vimos un grupo de sirenas que nadaba al rededor de la nao, temimos ser hechizados por su canto, más non aconteció”.
Los monstruos son los otros
Dejando de lado los “astrolabios” con que se guiaban los navegantes españoles, cada uno de sus delirios corresponde a animales ya “domesticados” por la nomenclatura de la biología: los lagartos nos muestran sus dientes, sí, pero no porque preparen una “embestida”, sino porque nos temen y por eso se sumergen y huyen; las aves de rapiña volando justo encima de la canoa son más bien una mera casualidad; las capibaras no se inmutan ante un lagarto, que por otro lado no podría hacerles daño pues son los roedores más grandes que se conozca; un caimán negro que en vez de tres cabezas posee tres metros de largo, también se zambulle desconfiado. Son criaturas “ermitañas”.
Ya en aguas más hondas juguetean unos confiados bufeos (delfines de río) con quienes terminamos por nadar. Toda la hostilidad de la naturaleza se invierte, es al ser humano a quien los reptiles, aves y mamíferos que habitan en la rivera temen, con excepción de los sociables bufeos.
Grupos de distintas especies de monos gritan y se internan entre los árboles perturbados hasta la locura por nuestro paso; imposible no hacer un símil opuesto con las escenas finales del film de Herzog en las que aparece un Lope de Aguirre consumido por el delirio de El Dorado, agonizando por la falta de alimento y rodeado de cientos de primates que han invadido la nave de los exploradores españoles.
Se continúa el zigzagueante correr del río, el avistamiento de toda clase de animales es constante: caimanes, monos, aves. Si se tiene suerte, se podrá ver por unos segundos al enorme caimán negro que, siempre solitario, es el que más rápidamente se sumerge temeroso de las canoas a motor;contrariamente a éste, las capibaras siempre están en grupo, al igual que las petas que descansan en troncos para calentarse con los rayos del sol.
Después de dos horas de navegación, se llega a un albergue, se descansa y ya en la noche se vuelve a zarpar. A esta hora retorna esa visión percibida por Herzog de una naturaleza infernal sólo gobernada por el instinto desbordado por la urgencia de alimento y reproducción: “en la noche todos cazan”, dice el guía Luis Saucedo.
En efecto, las pirañas y otros peces suben a la superficie en busca de un bocado, los murciélagos merodean el cauce alimentándose de mosquitos, éstos succionan la sangre de los mamíferos y los lagartos con sus ojos que brillan, rojos, acechan estáticos. De tiempo en tiempo, el silencio se rompe por un chapoteo en el agua: un reptil abandonó su mimetismo y, quién sabe, sostiene ya en sus fauces alguna presa. Sin embargo, esta guerra no es interrumpida, sino suspendida por el paso de la embarcación, aun cuando ésta se deslice con el motor apagado.
El serpenteo del río persiste, así como la impresión engañosa de una naturaleza hostil que se interpone entre el aventurero y El Dorado. Tal vez, cuando la nave rebase la siguiente curva aparezca la ciudad mítica brillando en la oscuridad, jactándose: “siempre estuve aquí”.
En Rurrenabaque (Beni), varias operadoras turísticas con la certificación de turismo sostenible Acción Verde pueden ser contratadas para realizar el tour por las Pampas del Yacuma (localizadas a 90 kilómetros de esa localidad). Como habiendo previsto esa inversión, que va de concebir una naturaleza a ser domesticada por la civilización a un ecosistema frágil susceptible de ser vulnerado por el turismo, Usaid implementó Acción Verde para el área de la Amazonía boliviana, con el fin de que el turismo no cause impactos negativos en el medio ambiente.
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esta nota corresponde a la revista Escape, del periódico La Razón. Texto y fotos son de Ricardo Aguilar. Por favor, respetar los créditos.
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