jueves, 21 de marzo de 2013
En Iquircollo norte, el sol implacable quema la piel ardiente de quienes se disponen a emprender
En Iquircollo norte, el sol implacable quema la piel ardiente de quienes se disponen a emprender la travesía de un turismo diferente, más ligado a la madre tierra que lo habitual. Los protagonistas son diez personas, los caballos y el testigo de la experiencia, la naturaleza vegetal, que se conjugan en la experiencia de un turismo ecuestre, es decir, sobre caballos.
Pasan minutos de las 16.00 horas, todos se encuentran en el lugar a la espera de las indicaciones de Stefanie Arce, guía del recorrido que tendrá por destino la casa de campo aviaria, lugar en el que se conservan aves rescatadas.
En el Centro Ecuestre Tunari (Quillacollo) los viajeros se dirigen a las caballerizas junto a la guía, donde conocen a Luana, una pura sangre negra de carrera que tiene 12 años y se ha adjudicado más de 55 premios (que se encuentran expuestos en la pared, por detrás de ella, como ostentación de la campeona frente a la mirada curiosa de los visitantes).
La visita a las caballerizas se prolonga por algunos minutos, luego las personas se dirigen hacia el predio en el que aguardan los otros caballos que las transportarán a destino.
EN MARCHA El momento llega: Stefanie va asignando un caballo a cada uno de los inexpertos que a fin de no cometer errores (desconocen de la reacción de los caballos debido a su prematuro acercamiento), invaden de preguntas a la joven conocedora: “¿Cómo hago si de repente empieza a acelerar el trote?”, “¿me puede patear si me paro detrás de él?”, son algunas de las preguntas.
Despejadas las dudas, Stefanie colabora con los visitantes para que suban a su animal, utilizando un pequeño tronco que sirve como ayuda para alcanzar el lomo del caballo.
Finalmente, con todos los aventureros encima de sus caballos, se inicia la marcha a paso lento. Algunos animales se muestran inquietos, otros más serenos y hay una mamá marrón y blanca preocupada por su cría (Wendy).
El viaje avanza lento. Durante el trayecto, los caballos se distraen con el pasto y quienes los montan deben darles la orden de continuar el camino, mediante el estirón de los estribos. Algunos caballos no obedecen y a pesar del “jalón”, continúan comiendo. “Estíralo una vez más apretando su lomo con tus talones”, “estás estirando demasiado la cuerda, aflójala más para que el caballo se distienda un poco”, sugiere Stefanie.
EL AVIARIO Luego de 15 minutos de recorrido se avista el destino: la casa de campo aviaria que funciona como centro de acogida de diversas especies de aves en peligro de extinción o amenazadas por el tráfico y comercio que hace el hombre en el mercado ilegal, además de algunas plantas. Los aventureros junto a la guía, descienden de los caballos y los atan a los troncos de los árboles que rodean el lugar.
Marcelo Antezana, propietario de la casa protectora, recibe a los viajeros dispuesto a disipar las dudas sobre la importancia de la conservación de las aves. Se trata de un lugar mágicamente natural en el que reina el aroma de la pureza ecológica, carente de cualquier vestigio urbano que pudiera contaminarlo. Los presentes se quedan admirados, sus rostros expresan la emoción de un niño que sabe que recibirá un regalo grande.
Antezana, un hombre de alrededor de 54 años, con una sonrisa en los labios, les da la bienvenida y aclara: “Quiero que sepan que esto no es un zoológico donde la gente puede ir el fin de semana y comprar pipocas”, aclara quien hace más de 30 años se dedica a esta actividad y lucha por la integridad animal.
Ahora el retorno es calmo, tiene otras características en relación a la ida. Son las 18.00 horas y el sol ya no se muestra despiadado, sino que acaricia la piel y ofrece una mezcla de colores en el horizonte que invitan a disfrutar aún más la cabalgata.
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