Si se mira bien, atentamente, el aspecto que tiene el Museo Tambo Quirquincho es el de una mezcla de estilos que en teoría podría parecer imposible. Pero allí está, de pie, la única casa de un cacique indígena que queda de las que hubo en la América colonial hispánica, según avala la experiencia de la arquitecta Teresa Gisbert: “No he visto ninguna más, que, de paso, conserve el nombre del cacique”. Es ella misma quien confirma: hay huellas —“una sumatoria”— arquitectónicas de los siglos XVIII, XIX y XX en el inmueble ubicado en la antigua zona de Churubamba, la que pasó a ser uno de los tres “barrios de indios” de La Paz colonial.
Quirquincho era el nombre totémico de una autoridad aymara que los españoles respetaron para poder relacionarse sin grandes conflictos con la población indígena. Hay que recordar que en ese espacio se fundó la ciudad de La Paz, el 20 de octubre de 1548. El capitán Alonso de Mendoza tomó la decisión de establecer allí una nueva urbe. En tal punto, ubicado en el actual centro-oeste de La Paz, se creó la parroquia de San Sebastián, destinada a los originarios, es decir a los indígenas aymaras. La iglesia, de las más antiguas de la ciudad, data de 1560.
Otra parroquia era la llamada de forasteros o de la gente de paso, y estaba en San Pedro, hoy sector del centro-oeste. Y una tercera o de los incas respetaba el territorio que correspondía a los quechuas que, en tiempos prehispánicos, se habían instalado allí para explotar el oro del río Choqueyapu. La casa del cacique inca se hallaba en Santa Bárbara, hoy parque Roosevelt, pleno centro de la urbe paceña del siglo XXI.
En 1781, la casa ya construida al estilo español —en la original se habían alojado siglos antes el propio Mendoza y la primera mujer española que llegó a estas tierras, Lucrecia Sansoles, “esposa de Juan de Rivas, que creó el lugar de obrajes de paños y bayetas y contribuyó a levantar iglesias, protegiendo a los indios”, según el texto que resume la historia del lugar y que promociona la Alcaldía de La Paz— fue quemada durante el cerco indígena de Túpac Katari.
El inmueble estaba en los límites de La Paz colonial, separado por el río (hoy debajo de la avenida Montes) de la “ciudad de los españoles”. El fuego no logró destruirlo, pero aún hoy se aprecian los efectos en partes de techos que, a propósito, las restauraciones han dejado a la vista.
En tiempos republicanos, la casa de Quirquincho, con modificaciones del espacio según requerimientos y estilo del momento (los balcones interiores, por ejemplo), fue asumida plenamente como un tambo, es decir el lugar a donde llegaban los campesinos con productos variados para hacer el trueque y para venderlos a los habitantes de la urbe.
La información de la Alcaldía resume que el lugar pasó a cumplir diversas funciones entre el siglo XIX y buena parte del XX: “centro de bailes (sobre todo en los carnavales) y también pista de patinaje, guardería y hasta un kínder, según consta en la Gaceta Central”. Más en detalle, se dice que en el siglo XIX fue propiedad “de Vicenta Juaristi Eguino; en 1880 se convirtió en un tambo de quinas y tabacos. También funcionó como el hospicio San José y después el kínder Óscar Alfaro”. Para completar el panorama de funciones, también fue casa de citas y de comerciantes.
En la segunda mitad del siglo XX, el Quirquincho fue expropiado, en virtud de gestiones impulsadas por los alcaldes Mario Mercado Vaca Guzmán y Raúl Salmón de la Barra. La resolución que consolida el hecho, en favor del municipio paceño, es de octubre de 1980. Y entonces se planificó la restauración del inmueble.
Los arquitectos Teresa Gisbert y su esposo José de Mesa (1925-2010) aceptaron el encargo. Identificaron y recuperaron una buena parte de la estructura colonial, de la que hay evidencia en los anchos muros hechos de adobes a la manera de tapiales, paja y otros elementos aglutinantes nativos. Hay muestras visibles o testigos para que el visitante admire la antigua técnica.
El arco de ingreso, por la calle Evaristo Valle, es original, con el escudo —que la corona española atribuía a la jurisdicción indígena— y todo; pero el resto de la fachada “está muy alterado” y tiene retoques más recientes, como el arco de piedra para una puerta lateral que acaba de ser trasladada desde el muro norte.
Los Mesa Gisbert se animaron a instalar, en la fachada que da a la plaza Alonso de Mendoza, la portada principal —un impresionante arco de piedra—, que correspondía a la derruida casa del cacique de San Pedro. Allí se luce el correspondiente escudo para certificar la procedencia y “la unión de caciques” a la que dio lugar la restauración.
Pero ya llegarían más elementos que hablan no sólo de conjunción de poderes “horizontales”, sino de un diálogo con otro poder, el de la religión católica. Diálogo, en todo caso, silencioso el que se da en el patio del Quirquincho.
El arquitecto José de Mesa tuvo una sospecha al saber de la demolición del cine Ebro, que se hallaba en la calle Genaro Sanjinés. Como la sala se había erigido sobre el antiguo monasterio de las Concepcionistas, Mesa pidió los permisos necesarios y la ayuda de cuadrillas de obreros municipales para excavar en el terreno. “Él creía que, para habilitar el cine, se había usado, en los cimientos, las piedras del antiguo monasterio; parecía algo lógico”, relata Teresa Gisbert.
El convento de marras fue fundado en 1663 y la construcción terminó en 1763, mucho más rica que el de las Carmelitas (calle Ballivián esquina Colón), escriben los arquitectos en el libro Monumentos de Bolivia (Ed. Gisbert, 2002).
“El claustro fue uno de los más bellos ejemplos de arquitectura mestiza en La Paz”, se lee. “Todo de piedra labrada con pilares de sección cuadrada en los pisos alto y bajo. Tanto las enjutas (superficie entre el arco y el dintel) como el friso están profusamente decorados. El friso se decora con jarrones de donde se desprenden tallos cargados de frutas tropicales. Las enjutas se adornan con rocallas y los fustes del piso alto con eslabones y motivos vegetales”.
Ese claustro fue usado para cimentar el cine, evidentemente. Guiados por Mesa, los obreros hallaron pieza a pieza todos los arcos, casi completos. El dueño del terreno las cedió sin problema. Había que decidir qué hacer con esa maravilla.
“No sabíamos si llevarla a una plaza u otro sitio público; pero veíamos que podía ser peligroso si el lugar no era el adecuado para sostener bien los arcos. Pepe (José de Mesa) tuvo entonces la idea de llevarlos al Tambo Quirquincho”, explica Teresa Gisbert.
Mesa tuvo que marcharse a Perú, por trabajo. La arquitecta se quedó al frente de las obras, las que emprendió en 1984 junto a su colega Nelson Mostacedo.
“Llevamos las piedras al tambo y usando las fotografías del convento fuimos armando los arcos”: un trabajo de rompecabezas en el patio de la antigua casona, como se ve en varias imágenes que Gisbert tiene debidamente archivadas. Para ella, “no fue un trabajo muy complicado y sí muy interesante; hubo poquísimas piezas que reponer, del cinco al diez por ciento del total”.
Otra decisión que había que tomar era el sitio exacto para ubicar los arcos. La parte frontal, respecto de la puerta de ingreso, fue la elegida. “Las dimensiones eran perfectas; no hubo problemas para instalar en lugar de la baranda de barrotes de hierro; se colocaron fierros en medio y la arquería se la enganchó a la pared del fondo”.
Los otros muros que rodean el patio principal conservaron el barandado de madera y fierro que ayuda a limitar los corredores superiores.
De esta manera —y con el apoyo financiero de las embajadas de Alemania y España— se terminó de definir el aspecto del inmueble que es parte de un terreno de 1.224,50 metros cuadrados, ubicado en uno de los puntos neurálgicos de La Paz y de intensa actividad económica. El 20 de octubre de 1988, durante la segunda gestión como alcalde de Raúl Salmón, la obra fue inaugurada con la misión de constituirse en museo histórico y colonial.
Hoy, la calle Evaristo Valle, que es de una sola cuadra en pendiente, ha sido convertida en peatonal. Los vendedores callejeros que menudeaban por el lugar no están más, lo que ayuda a tener una vista despejada de la fachada oeste. La plaza Alonso de Mendoza, al norte, es un espacio amplio que con el enrejado sí le resta visibilidad al inmueble, aunque menos que los edificios levantados en los flancos de la iglesia de San Sebastián.
Bajo la actual jefatura de museos municipales —son seis—, a cargo de la arquitecta Leonor Cuevas, a mediados de 2012 se emprendió un nuevo trabajo de refacción del Quirquincho, labor que demandó cinco meses. Las tejas han sido cambiadas en su totalidad; debajo de las que se lucen hoy se ha impermeabilizado con calamina, pues había problemas de filtraciones, explica Cuevas.
La Escuela Taller de La Paz, que bajo la dirección del arquitecto Rolando Saravia capacita a personas para trabajos especializados de restauración, realizó las obras. La madera de los balcones —que, como se ha dicho, datan de la República— fue limpiada, se cambiaron las gradas que van del patio al segundo y tercer piso en el ala oeste y se cambió la pintura de los muros.
Este último trabajo es muy delicado, a decir de Cuevas. Para no afectar la estructura de adobe, hay que proceder con la técnica de la lechada de cal, a la que se añade el ocre para darle el color.
Las capas de pintura encontradas durante el proceso muestran que en la restauración de los años ochenta se eligió un color rosado viejo. En los noventa hubo otra labor de pintado y esa vez se optó por el rojo terracota. Esta vez se escogió el azul oscuro que, sin embargo, dada la delicadeza de la técnica descrita y por efectos del clima, se ha tornado celeste.
Lo que resulta evidente es que las decisiones puntuales de los encargados de asumir el cuidado de un bien patrimonial, según el tiempo que corra, son distintas. En el patio, por ejemplo, las piedras que en su momento han debido ser vistas, están cubiertas de pintura. Cuevas señala que en algún momento habrá que limpiarlas. Asimismo, trozos de empapelado han asomado en una de las paredes de los arcos de adobe: hoy se pueden ver.
La fachada principal luce también como nueva, en virtud de que las puertas de madera de los balcones y los barandados de fierro han sido intervenidos.
Pese al cuidado, no falta un grafiti estampado en el muro, sin que el autor comprenda lo difícil que es reparar un daño de ese tipo.
La otra fachada, la del portal del cacique de San Pedro, queda pendiente de restauración. Está en los planes futuros de la gestión municipal dedicada a los museos.
En medio del eclecticismo, por llamarlo de alguna manera, es notorio, porque no se integra visualmente al conjunto, un nuevo pilar de cemento y una cubierta traslúcida en el sector de la escalera en la esquina norte. Cuevas explica que es temporal, que se va a trabajar en ello, pero que más importante es la función que va a cumplir como sostén de un techado que se prevé extender para cubrir el patio. Es decir, a la sumatoria de épocas habrá que añadir la del siglo XXI.
Lenguaje contemporáneo
Pese al mandato que en sus inicios recibió el repositorio, de albergar y exponer arte colonial, ha asumido como museo de arte contemporáneo. Dos de sus salas de muestras permanentes exhiben parte de las obras premiadas en el Salón Anual Pedro Domingo Murillo (artes plásticas); el resto está guardado en una sala acondicionada para el efecto (financiada por los Países Bajos) en un pequeño segundo patio. Y las salas de exposición temporal pueden ser solicitadas por los creadores.
El patio suele ser utilizado para actividades vinculadas con el calendario festivo de La Paz: exposiciones artesanales y artísticas, actuaciones musicales, etc.
Cuevas reconoce que el largo periodo en que la calle Evaristo Valle se llenó de comerciantes (mientras se construía el nuevo mercado Lanza), alejó al público que ya tenía costumbre de llegar hasta el Quirquincho para hallar arte. En ello se pretende trabajar ahora. “Como arquitecta, me ocupé de poner en las mejores condiciones el lugar; ahora se puede pensar en programar actividades”.
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