Capadocia, la “tierra de hermosos caballos”, es un capricho de la naturaleza fruto de la lava de cinco volcanes que hace millones de años cubrieron su superficie y donde, con el paso del tiempo, la lluvia y la erosión han esculpido enormes rocas cónicas y paisajes ondulados que pueden observarse en toda su belleza, desde los globos aerostáticos que constantemente surcan el cielo de este lugar para deleite de los turistas.
La mano del hombre también ha contribuido a crear un entorno sugerente, excavando casas, iglesias y cuevas en sus paredes de piedra e incluso enormes ciudades subterráneas, hoy abandonadas, que fueron la clave de la supervivencia de sus moradores, los primeros cristianos. El hombre ha aprendido, a lo largo de los siglos, a buscar su refugio y forma de vida entre las piedras de este singular espacio al que ha conferido una apariencia única.
En la región turca de Anatolia central, los aeropuertos de Kayseri y Nevsehir son la puerta de entrada a Capadocia, aunque una vez allí la pequeña y altamente turística localidad de Goreme es la favorita de los visitantes, por su cercanía a los lugares más significativos.
Turquía es también lugar de leyendas y cuentan que Capadocia estaba habitada por hombres y hadas, hasta que un día dos de ellos se enamoraron, causando el enfado de la reina de las hadas que las convirtió a todas en palomas y las encerró en estructuras de piedra, mientras que castigó a los humanos a cuidarlas.
Las palomas aún pueblan la Capadocia y sus montañas de piedra están cuajadas de pequeños agujeros a modo de palomar, donde los hombres, a los que proporcionan su estiércol, usado en la agricultura, siguen cuidándolas en lugares como el valle de las palomas, entre Goreme y Uchisar, donde la mayoría de las cuevas están pintadas de blanco para atraer a las aves.
Donde viven las hadas
Aunque si hay una imagen reconocible de Capadocia es la que forman sus chimeneas de hadas, altas columna de piedra -pueden llegar a los 40 metros-, coronadas por una roca cónica, de formas caprichosas y cuya estabilidad parece desafiar, en ocasiones, a la gravedad.
Los miles de años de erosión sobre montículos de tufa (roca blanda de origen volcánico) coronados por una piedra de basalto de color más oscuro han formado estas chimeneas de hadas (peribacalari), aunque los lugareños se refieren a ellas como castillos (kales).
Las chimeneas, que han servido como palomares, casas e incluso enterramientos, pueden verse en lugares como Pasabag (el valle de los monjes) o en el valle de la imaginación, muchas aún altas e imponentes, excavadas en una de sus caras por los hombres que han creando casi pequeños vecindarios, mientras que otras apenas son un vestigio devorado por siglos de erosión.
Ciudades invisibles
Desde los 40 metros de las chimeneas de hadas hasta las profundidades de la tierra, los antiguos hititas comenzaron a crear auténticas ciudades subterráneas, hace cuatro siglos, para escapar de sus enemigos, y después fueron ampliadas y usadas por los cristianos que huían de las persecuciones y en las que podían vivir pueblos enteros durante meses.
En la región se conocen casi 40 asentamientos subterráneos, aunque los más famosos son los de Derinkuyu (Pozo profundo) y Kaymakli, que llegan a tener hasta unos 100 metros de profundidad, aunque sólo una parte está abierta al público. Es una laberíntica visita que discurre por angostos túneles que obligan a caminar, a tramos en cuclillas, para acceder a amplias estancias perfectamente organizadas por niveles.
Las entradas estaban en los mismos pueblos y cuando se daba la señal de alarma, los habitantes acompañados de su ganado se trasladaban a estas ciudades perfectamente organizadas ya desde su estructura, donde el lugar para los animales y las cocinas estaba en las plantas más altas. Equipadas con respiraderos y tomas de agua, el espacio estaba distribuido, en profundidad, en almacenes, escuelas, habitaciones, pequeños templos y hasta necrópolis, para reproducir bajo tierra una vida “normal”.
Iglesias en piedra
El viajero que explora Capadocia debe incluir entre sus puntos de visita obligada el museo al aire libre de Goreme, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad. Se trata de un conglomerado de capillas, iglesias y monasterios, de los siglos X a XII, excavados en la roca de la montaña a escasa distancia unos de otros, en los que se conservan hermosos frescos bizantinos.
Entre las numerosas capillas que se abigarran en la roca destacan por sus frescos la iglesia Oscura (Karanlik Kilise), la iglesia Manzana (Elmali), con muros enlucidos en ocre y rojo, o la de Santa Bárbara, esculpida por soldados bizantinos en honor de su patrona, con motivos geométricos y símbolos militares pintados en rojo directamente sobre la piedra. La visita al museo propone un paseo por senderos en altura por un paisaje típico de Capadocia, esculpido en piedra. (EFE Reportajes)
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