Recuerdo cuán molestos y contrariados estábamos al salir del aeropuerto de Larnaca, en la Isla de Chipre.
Hasta horas antes, el viaje había sido fabuloso, un rápido recorrido por Londres y Frankfurt nos llevó a conocer por varios días esta isla casi paradisiaca, cuna de la cultura grecorromana y madre de la alucinante mitología que hasta hoy tiene influencia planetaria.
Disfrutamos de Nicosia y alrededores; además habíamos bebido del calor humano de las personas que se consideran las más bellas del mundo por ser hijos e hijas de la misma Afrodita, diosa del amor.
Sus playas, sus sitios míticos, sus templos dedicados a los originales dioses egeos hacen retroceder hasta los cimientos de la gran cultura griega y la simple belleza ordenada de la capital chipriota ahora dividida. Sentimos cierta lástima ajena por sus conflictos territoriales no resueltos.
Cuando se suponía que partiríamos hacia Jerusalén israelí, a último momento tuvimos que postergar la visita porque nos advirtieron de ataques a extranjeros en esa bíblica ciudad y que el seguro no cubriría nuestra permanencia allá.
Es así como adelantamos nuestra visita a las tierras del Nilo. Luxor, Karnak, Assuan y El Cairo fueron nuestras metas intermedias; no puedo negar que navegar en ese río egipcio de la vida fue una experiencia inolvidable.
La llegada a Luxor tuvo su aventura inicial cuando seguimos mal el consejo de hotelería del piloto de EgyptAir, ya que aparecimos en un pequeñísimo y muy misterioso hotel en un barrio suburbano de la ciudad.
La molestia inicial, la fatigosa rápida escala en El Cairo y el nuevo viaje no nos hicieron percatar de que casi sin pensar estábamos alojados en una habitación de un hotel digno de ser descrito por Agatha Christie.
Al salir a buscar un lugar para desayunar a media mañana, nos dimos cuenta del entorno del novelesco lugar donde ya habíamos dejado nuestras pertenencias. Luego de una comida ligera, caminamos hasta la costanera del mismo Nilo, donde ya dedujimos que quizá estábamos en la “boca de algún lobo” porque hasta la comunicación había sido extraña.
El precavido miedo de mi compañera fue el motivo para retornar sólo al hotel para enfrentar un serio problema, porque el dueño del local no pretendía devolverme los pasaportes, las pertenencias y equipajes que estaban en la habitación. Ni siquiera aceptaba el pago de todo un día y noche, porque aseguraba que lo estábamos “traicionando”.
La acalorada discusión con todos quienes parecían ser familiares y en la que sólo uno hablaba “medio inglés” se puso tensa para mi solitaria presencia, ya que no me dejaban salir.
En un instante revelador tomé en cuenta que la foto de mi pasaporte me mostraba vestido con uniforme de la aerolínea. Entonces, me puse a imponerles enérgicamente que llamen a la Base Aérea Militar de Luxor, porque allí me estarían esperando para reunirse conmigo, que notificaran mi nombre “como en el pasaporte” y la dirección donde yo estaba.
Al principio se desconcertaron y luego, al ver detenidamente mi foto, empezaron a bajar la voz y a pretender arreglar la situación.
El asunto concluyó con el pago por un día completo y cargando todo nuestro equipaje en un carretón tirado por un caballo para salir del lugar.
Así llegaríamos luego a hospedarnos en un sencillo y bonito hotel a orillas del Nilo, donde los posteriores días pudimos disfrutar de una de las ciudades más acogedoras, plena de monumentos e historia que asombran al mundo.
Pero quizás el momento más digno de este viaje haya sido una semana después, en el enigmático Sahara, luego de un día pesado y muy controvertido.
Ya al entrar la noche se nos permitió casi por encantamiento deambular por los terraplenes de Giza hasta entrada la noche, cuando sobre un camello recorrimos el desierto cercano, con el fabuloso perfil milenario de la magníficas y ancestrales pirámides egipcias como marco existencial.
Se mezclaban los sonidos del pasado glorioso y el presente en el que plenamente absortos no queríamos salir jamás de ese sin-tiempo que estábamos creando dentro la natural magia del emplazamiento de Giza, el desierto del Sahara, las grandes pirámides, la luna y una noche que hacía revivir los mitos de Isis y Osiris.
Al día siguiente de esa noche de romanza egipcia, de manera totalmente fuera de regulaciones y gracias a un sorpresivo privilegio, pudimos filmar y permanecer dentro de la Gran Pirámide todo el tiempo que deseamos y gozamos lo que ese coloso maravilloso podía mostrarnos.
Egipto tiene los más fabulosos relatos, leyendas e historia' y en nuestra visita, nosotros fuimos parte de todo aquello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario