Llueve en Chuspipata. Es un día frío, húmedo y repleto de desafíos. Como es común en la zona norte de Los Yungas, pronto se forma una neblina que apenas permite ver un precipicio boscoso e inmenso, donde el vértigo y la adrenalina se conjugan en la única vía ferrata de Bolivia, capaz de desafiar los sentidos en una aventura extrema.
Bienvenidos a Vertical Route, un circuito construido en las condiciones naturales del lugar, donde los participantes se ponen a prueba con cinco actividades que cumplen estándares internacionales de seguridad.
Una vía ferrata es un itinerario vertical u horizontal que se recorre con equipo de escalada.
Este trayecto fue diseñado y construido por el catalán Didac Cabanillas, un apasionado por los deportes extremos que hace cuatro años halló una veta turística en esta ecovía del municipio de Coroico. Entonces se puso manos a la obra con la ayuda de los pobladores de las comunidades de San Juan de la Miel y Villa Ascensión.
Después de dos años intensos de trabajo abriendo la vía, construyendo el refugio, pegando los escalones de acero a las paredes de piedra laja, fijando los mosquetones, las cuerdas y los cables de acero que sujetan a los clientes, finalmente Didac logró establecer un servicio turístico en beneficio de las comunidades.
Antes de empezar el circuito, los cinco guías del trayecto reparten overoles, arneses, cascos, cuerdas y mosquetones, un equipo imprescindible para realizar las actividades durante cinco horas. El nerviosismo invade el cuerpo; ya no hay vuelta atrás.
Cada soga, al igual que el sistema de la vía ferrata, resiste 10.000 kilos, suficiente para cargar a los nueve clientes del día.
"Sólo tienen que confiar en el equipo”, sentencia Cabanillas al iniciar el descenso o rápel, por un imponente muro vertical de 15 metros de altura.
Dadas las instrucciones, y con la supervisión de los guías Freddy Aparicio, Germán Lamarca, Mateo Larrea y Carlos Mamani, se inicia el primer desafío, que consiste en bajar esa pared enfangada, inclinando el cuerpo a 90 grados del precipicio.
Aquel trayecto, que de lejos aparenta ser corto y sencillo, se dificulta por el temor a que la cuerda se suelte o se rompa.
Para los guías, esto es el pan de cada día.
"Nuestra responsabilidad es que los clientes se sientan cómodos, velar por su seguridad y darles confianza”, asegura Larrea.
Al final del descenso aparece un reto mayor: cruzar un puente tibetano de 30 metros que atraviesa una parte del precipicio, y se forma con tres cables, uno para caminar y dos para sujetarse con las manos. Ésta es una misión digna de un equilibrista de circo.
Debido al viento ligero que sopla de repente, la neblina pronto se disuelve y deja en evidencia la magnitud y la lejanía del paisaje florido que se forma bajo los pies. Los latidos se aceleran.
Al otro extremo del puente, Lamarca espera con paciencia la llegada de los participantes para indicarles el primer tramo de vía ferrata que conduce nuevamente al camino, pero con la dificultad de enganchar y desenganchar los mosquetones a medida que se avanza por esas gradas de 15 centímetros de ancho.
Después de un breve descanso, comienza la segunda parte del itinerario. Se trata de escalar un muro de piedra laja vertical de 300 metros con los mismos escalones incrustados, bajo una lluvia incesante, hasta llegar a la plataforma donde es hora de lanzarse del Zip Line o tirolesa, una polea suspendida por cables montados en un pronunciado declive.
Aprovechando la gravedad, uno se desliza desde la parte superior del cable de 100 metros hasta el otro extremo, nuevamente atravesando ese precipicio intimidante.
Aparicio, que además es el representante legal de las comunidades aledañas, es quien más anima a los escépticos. Él mismo aprendió a superar sus temores al ser parte del proyecto.
Basta levantar los pies para iniciar un viaje por aire que dura 20 segundos intensos y, por supuesto, divertidos.
La sensación es tan impresionante que al llegar al destino surge el deseo de repetir la hazaña. Pero no es posible porque -según el cronograma- es el momento de descender otro muro de 30 metros hasta el refugio donde espera un refrigerio oportuno.
Pasada la digestión, llega el último desafío de la jornada: el Rope Swing, una especie de columpio no apto para cardiacos, que balancea el cuerpo sobre el despeñadero después de dar un salto al vacío, sujeto a una cuerda atada a una estructura elevada.
Éste, sin duda, es el punto álgido del circuito. De frente o de espaldas, sin importar el estilo, cada salto produce un impacto indescriptible que, además de desatar gritos de todo tipo, quita el aliento por un par de segundos, hasta que la cuerda de 12 metros se estira por completo y comienza el balanceo como un péndulo.
Ahí el tiempo se detiene. No quedan palabras. Sólo resta admirar y disfrutar el panorama desde un ángulo que sólo las aves podrían apreciar.
Bien valieron las cuatro horas de viaje desde La Paz. Sobrevivir a esta experiencia es la mayor satisfacción después de una jornada intensa, cargada de emociones al límite del vértigo y la adrenalina.
El circuito
Costo El costo del circuito es 350 bolivianos por persona. Esto incluye transporte privado ida y vuelta, guías bilingües, equipo personal para el circuito y un refrigerio.
Contacto Para más información y reservas llamar al 2723987 o 78963263 (Liliana Vélez). También consultar en su página en Facebook: Vertical Constructores.
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