domingo, 6 de abril de 2014
El Salar de Uyuni visto por el turismo chino
Conozco el salar de Uyuni desde 1970, entonces no era frecuentado por turistas, menos por uyunenses. Sin embargo, cruzaban varias rutas para el transporte de pasajeros y mercadería, desde Llica hasta Uyuni como centros de abastecimiento. Para llegar a las comunidades al borde del desierto blanco como Tahua o Jirira también había que atravesar el salar. El turismo —la comercialización de circuitos por esa región— comenzó en 1973 con la primera agencia boliviana especializada en aventura, TAWA, y varios trotamundos franceses; en 1978 fue cruzado a pie por guías de la misma agencia, el hombre clave en Uyuni era don Jesús, dueño de una pequeña pensión, el hotel Avenida, y en Jirica doña Lupe y su esposo Carlos, fueron los pioneros.
Tomó 30 años hacer del salar y Sud Lípez un destino de notoriedad mundial. En Uyuni, por cierto, pocos se interesan en la historia reciente o lejana de esa región excepcionalmente bella, que fue una parte del altiplano mencionada desde la exploración colonial y posterior conquista del norte de Chile. Todos conviven con el apogeo que representa el salar sin percatarse que se trata de un puñado de minutos en su tiempo geológico y su extraordinaria atracción desde la época prehispánica. Esperamos que algún historiador se interese.
Puesto que, hasta la distante China, el desierto de sal ha cobrado la atención. Ciudadanos de Pekín y Hong-Kong escucharon y vieron por un canal de televisión que en América del Sur existe una extensa mancha blanca de sal, tan grande que se la ve desde el cielo. Habitualmente, según las agencias de viaje, son japoneses los que más frecuentan Uyuni. Mi amigo, Darius Morgan, gerente de la pionera empresa de turismo Crillon Tours, me propuso hacer las fotos de un grupo de turistas chinos, que estaría solo dos días. Los visitantes llegaban invitados por dos parejas de recién casados, ellos venían rodeados por otros diez conciudadanos prestos a constituir la barra. Pues, llevar a cabo semejante circuito VIP es muy exigente y la organización no es poca. Experiencia nueva por el hecho de que se trata de plasmar gente de un país tan lejano —en distancia y cultura—, en las antípodas. Llagaron con un instrumento de música con gran antigüedad desde su tierra y sorprendieron cuando pidieron vestirse con ropas locales, contradicción o fusión de culturas, ya que con internet nadie puede ignorar que el encuentro de diferentes modos de vida es parte de la globalización.
La sonrisa a flor de labios, los ojos bien alargados: las mujeres chinas son esbeltas, finas y de piel lisa como la porcelana de sus afamados jarrones.
De La Paz volamos con Amaszonas a Uyuni, un trayecto corto de 40 minutos, pero con una vista impresionante a unos 3.000 metros de altura. El salar visto desde el cielo es sorprendente, inmaculado una parte y medio azulado con fuerte resolana, en otra; obviamente, sus tablas de aguas poco profundas resplandecen bajo el sol y parece un extenso espejo al infinito.
El primer día de tarea consistió en ensayar la ropa de matrimonio, ponerse a la moda china con qipao auténtico y, por supuesto, escuchar música —nada de clásica—, una melodía que salía de un instrumento de cuerdas, tan extraño para mí que no pude recordar el nombre. Nos quedamos hasta las 20.00, tuvimos al anochecer una impresión de otro planeta. Los turistas chinos igualmente deslumbrados no perdieron tiempo, vinieron también para contemplar lo que creemos es peculiar en la naturaleza. Algo fantástico. Con botas de goma, en medio del agua, unos 20 a 30 centímetros. Vimos desfilar todavía vehículos hacia las playas de Colchani, entrada forzosa para llegar a Uyuni. Sacamos muchas fotos hasta que la oscuridad nos cubrió, el horizonte pasó del amarillo al rojo y tonos fucsia; las sombras preñaban el salar, un anochecer que recomiendo a todo boliviano, ya que es injusto que esa belleza sea guardada tan solo para quienes pueden pagar, en su momento tendrán que bajar los costos para los nacionales.
Tempranísimo, por la mañana (05.00), salimos en jeep para ver lo contrario: el amanecer. Yo lo vi a menudo en los años 70 y 80 cuando entonces llevaba a los pocos clientes europeos a pie, cruzándolo de A a Z, es decir, de Colchani —hoy en día un centro de venta de artesanía que llega de La Paz— a Llica, la bella durmiente que todavía no se beneficia de la economía turística. Pues llegamos a un punto del salar, esperamos en el frío cortados con la entrega de bebidas calientes y tostadas por el que cada año más gente llega: un amanecer formidable. Poco puedo decir para plasmar estos instantes, creo que las fotos hablan por sí solas. Una creación paradisíaca que sabemos se tendrá que cuidar, de no hacerlo, el salar de Uyuni, nuestro primer destino turístico, se llenará de basura. Plásticos, papeles y cartones que son tirados sin ninguna consideración ni escrúpulo.
Finalmente, después del amanecer tan esplendoroso, los chinos jugaron como si fueran niños, les faltaba construir castillos de arena, menos mal, no hay.
Uno de los guías intérpretes me decía “Alain, no creas, no es gente de a pie, son importantes empresarios; se van, pero van a hablar del salar, hablarán en China y Hong-Kong”.
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