domingo, 12 de octubre de 2014
Aterrizaje en Beni
Con qué hierbas me cautivas, dulce tierra boliviana”, dice la canción De regreso, de Matilde Casazola. Y nada más cierto en el caso de estos extranjeros que decidieron hacer de Beni su morada, donde incluso ya formaron su familia y establecieron sus negocios. Cada uno llegó por diversos motivos y encontró en la Amazonía boliviana su nuevo hogar. Aquí, algunas historias de estos extranjeros que también hacen patria.
Prefiere que lo llamen Jorge
“Llámeme Jorge, porque todos me conocen por Jorge”, expresa este suizo que vino a Bolivia en 1987 y quien decidió hacer de Rurrenabaque su morada definitiva.
Jürgen Steiger arribó al país para dirigir la construcción de puentes gracias a la cooperación suiza. Después de recorrer gran parte del territorio nacional con diversos proyectos, este ingeniero decidió residir en la ciudad de La Paz, donde llevó a cabo varios planes. “¿Conoce la urbanización Lomas del Sol, pasando el Club de Golf?”, pregunta. “Pues, yo la he construido”, responde. “¿Conoce el hotel Oberland en Mallasa? Yo lo he construido”, resalta sobre sus negocios en la sede de gobierno. Imbuido por ese espíritu aventurero, Jorge cuenta que también ha escalado el Sajama, el Illampu, el Illimani y “casi cada fin de semana he estado en el Huayna Potosí”. No obstante, estuvo a punto de perder la vida en un accidente. “Casi me muero, estaba paralítico, puesto que ya no sentía mis piernas, mi columna se desplazó, pero fue temporal la desconexión de los nervios”, asegura.
Aquel percance y la presencia de su hija, quien nació en Bolivia, hicieron que Jorge decidiera establecerse en un lugar más tranquilo y más cálido. Fue así como llegó a Rurrenabaque, donde compró la colina Susy, a unos diez minutos del centro de la urbe, y construyó el complejo Mirador, un espacio donde hay cabañas, espacios recreativos y una piscina. En ese lugar, Steiger instaló un tanque con capacidad para 80.000 litros de agua y edificó su morada, una especie de torre de control desde donde se puede apreciar gran parte de la población, el río Beni y la serranía.
“Rurrenabaque es un lugar privilegiado, tenemos un río navegable y atractivo; está la serranía, que es un gran cambio a la planicie, y es un centro para visitar el Parque Nacional Madidi y lo que llaman las pampas, donde hay una gran cantidad de animales”, resalta el suizo.
“Aquí se encuentra mi hija, mis amigos, mi instalación hotelera, aquí voy a dejar mis huesos”, afirma este suizo que, casi siempre vestido con polera, short y chinelas, aún tiene proyectos para Rurrenabaque, como la instalación de un teleférico que conecte uno de los cerros más altos de la región con el pueblo.
Un moskkito de Perú
Rómulo Trujillo es un especialista peruano en ecoturismo que trabajó en Machu Picchu y en otros espacios similares, pero desde que pisó Rurrenabaque se estableció para crear uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad.
“Llegué a Bolivia en 1999. Con la experiencia de mi trabajo en parques nacionales y albergues ecológicos en Perú, vine al país para asesorar en el proyecto ecológico Chalalán”, cuenta el cusqueño.
Cautivado por los emprendimientos en esta región beniana, Rómulo se trasladó junto a su esposa y su hija a Rurrenabaque, donde cooperó en varios proyectos comunitarios, como San Miguel del Bala. “Mi hija mayor tenía en aquel tiempo tres años; mi segundo hijo nació en Rurrenabaque hace 15 años”, añade orgulloso.
Fue también en 1999 cuando este peruano abrió Moskkito Jungle Bar & Lounge, uno de los locales más conocidos de Rurrenabaque y donde se sirve pizza, chicharrón de pescado y hamburguesas, además de tragos de la casa como zancudo a la vena, luciérnaga incendiaria y libélula.
“Pasamos muchas noches pensando qué nombre podíamos darle al restaurante. En un principio se iba a llamar Jungle Bar Roots. Fueron noches de trabajo en vela porque la luz se apagaba a las 22.00, por lo que en ese transcurso de tiempo éramos comida de los mosquitos”, comenta Trujillo acerca del nombre del local.
“Creamos un mosquito con rostro y aspecto humano, pero Moskkito con doble kk, es decir, un bar que se diferencie por brindar una buena atención”, añade.
Empero, Trujillo atravesó por un momento difícil cuando su pub fue destruido. “El local se incendió totalmente hace dos años, pero no había tiempo para buscar responsables o mirar atrás, pues reconstruimos el local en cinco días, y lo más interesante es que los turistas ayudaron a reedificarlo”, resalta.
“Vine por tres meses, pero como tomé agüita del río Beni, como dicen acá, te quedas, y aquí me quedé. Después de estos años estoy muy contento de vivir en Bolivia”, asevera el dueño de Moskkito.
El dunucuabi australiano
Paul llegó a Bolivia como turista en 1998, pero nunca imaginó que iba a quedarse en tierra beniana y que iba a formar su familia, además de crear un platillo que mezcla dos culturas. El australiano Paul Borg dirige actualmente el restaurante El Nomádico, ubicado en el centro de Rurrenabaque, donde se sirve, entre las especialidades, bife al vino, lasaña de quinua y el tradicional dunucuabi, un platillo a base de surubí u otro pescado de agua dulce envuelto en hojas de japaina o de patujú y amarrado con una fibra, que se cocina al calor de la brasa o a la plancha.
“Trabajaba en un restaurante como mesera y también hacía de cocinera. Un día, él (Paul) fue a tomar cerveza y después iba todos los días en la mañana a pedir su bebida; entonces le pregunté si quería un café para variar un poco, y lo conquisté con eso”, cuenta Simona Pinto, una trinitaria que se casó con este australiano a finales de 1999 y con quien se trasladó a Australia. Debido a la vida cara y estresante de aquel país, la pareja determinó establecer su hogar en Rurrenabaque, para lo cual planearon la apertura de un restaurante.
“Siempre he querido construir un establecimiento de tipo colonial”, afirma Paul, quien utilizó madera cuta y cedro, con piso laja, para dar personalidad propia a este emprendimiento gastronómico.
El nombre de Nomádico lo pusieron porque Rurre tiene una mezcla de varias culturas y debido a que los indígenas de la región andaban de un lugar a otro, explica Sissy Pinto, hermana de Simona.
Este restaurante se diferencia de los demás de la ciudad porque se sirve el dunucuabi al curry, que además de los ingredientes tradicionales benianos tiene una mezcla de especias provenientes de Australia, enviados por la madre de Paul. “Él se considera más boliviano que cualquiera”, sostiene Simona, con quien el australiano ya tiene tres hijos nacidos en esta tierra.
El capitán alemán
Su principal trabajo es la organización. Tiene que hacer el pedido de los víveres, revisar que el barco se encuentre en buenas condiciones y que la tripulación esté preparada. “Los motores tienen que estar operando para funcionar”, refiere. Nico Fellman es un alemán que arribó a Bolivia hace siete años, donde en un principio se estableció en Coroico, en los Yungas paceños. “En Coroico trabajé en una agencia de turismo, luego en un restaurante-pastelería alemán y más tarde en la selva como guía y traductor en un campamento ecológico, y ahora estoy en el barco”, describe acerca de los trabajos que le tocó llevar a cabo en el país. “A mis 20 años he salido de Alemania con la intención de viajar un año por Sudamérica; tenía que empezar mi viaje por Venezuela y un año después debía llegar a Buenos Aires porque tenía que regresar a Alemania. Ahora tengo 27 años y en todo este tiempo no he regresado a mi país”, relata sonriente, mientras mira el horizonte del río Mamoré, a bordo de la Reina de Enin, el flotel más famoso y conocido de Trinidad, desde donde se puede recorrer la Ruta del Bufeo, una travesía para observar a estos delfines de agua dulce que recorren los ríos benianos, y otros lugares donde se puede apreciar la fauna y flora de Trinidad.
Fellman indica que es una aventura constante trabajar en la embarcación, pues tiene contacto directo con la naturaleza. Además, resalta que aprende mucho de la conversación con los visitantes. “Llegan bastantes europeos, hay muchos bolivianos, chilenos, argentinos y venezolanos, también vienen de empresas”, menciona el capitán. Este alemán, quien tiene una esposa yungueña y un hijo de tres años y medio, sostiene que decidió continuar en el país y trabajar en la Reina de Enin. “Algún día seguro que volveré a Alemania, pero no a vivir”, manifiesta siempre con una sonrisa que refleja que quedó encantado por estas tierras.
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