Con sus casas coloniales -algunas abandonadas después del terremoto de mayo de 1998- Totora vive su presente. La joya de la arquitectura colonial y republicana evoca entre sus calles casi vacías y los tejados de sus viejas construcciones una historia cálida suspendida en el tiempo.
Con casas de 400 años de antigüedad que demuestran su fortaleza ante el tiempo, tiemble o no tiemble la tierra, Totora tiene un encanto que conservan pocas poblaciones en la actualidad y que ha inspirado a escritores, pintores y artistas.
Es un día cualquiera, previo a Todos Santos, pasado el mediodía. Jóvenes y niños salen de clases y la tarde sumerge a Totora en un letargo. Las calles vacías son transitadas por unos pocos niños en bicicleta, entre gallos, gallinas, burros y perros. Algunos ancianos charlan sentados en las puertas de sus casas.
Ubicada a poco más de 140 kilómetros de la ciudad de Cochabamba, Totora ve transcurrir el tiempo. Los vecinos descansan en las calles alejadas de la plaza principal, donde se centra todo el movimiento. Las casas de adobe y ladrillo saludan, vejestorias y bellas, a quienes recorren las rutas solitarias. Cerca del mercado y en la calle se ofrecen frutas voluptuosas y productos de primera necesidad.
Sus puentes, sus calles llenas de recovecos con puertas y balcones tan diversos que parecen hechas por un orfebre, y su arquitectura única hablan de tiempos lozanos y de una historia que sobrevivió a la Colonia, a la República y se mantiene estoica en el presente.
Sin embargo, cada vez son más las construcciones que se alejan del particular estilo colonial del pueblo, debido a que, según sus pobladores, la restauración de una vivienda antigua es más costosa que la edificación de una nueva.
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