“El Tío es el dueño de los minerales, si quiere te quita si quiere te da”, asegura Renán Velásquez, un antiguo minero, mientras vamos adentrándonos en El Rosario, una de las 190 minas activas del Cerro Rico de Potosí, explotada hace más de cinco siglos. Se trata de uno de los recorridos más emocionantes y enigmáticos.
Al principio se siente un frío estremecedor, sin embargo, después de minutos de caminata al interior del socavón, la temperatura aumenta junto a la humedad.
“Griten cabezas cuando atravesemos por lugares bajos y guarden silencio para escuchar los vagones”, advierte Renán que se muestra impaciente por continuar con el recorrido.
Al tratarse de una visita social, minutos antes, nos dotamos de coca, jugos, alcohol y dinamita que son comercializados en más de 75 casetas ubicadas en la calle Hernández, a los pies del Cerro Rico.
Al interior de la mina El Rosario existen cooperativistas que trabajan en equipos conformados por carreros, chasquiris, perforistas y un jefe de grupo que generalmente es quien tiene mayor experiencia.
Según Renán, el trabajo de perforista es el más riesgoso y se debe conocer muy bien el oficio por dos razones. La primera, porque debe identificar dónde existe mineral y la segunda, porque debe saber cuánto y dónde debe ponerse la dinamita; de lo contrario “podría destruir las otras galerías y causar accidentes fatales”.
Mientras se siente calor agobiante, el polvo invade los pulmones a lo largo de una caminata de más de un kilómetro que nos dirige al tercer nivel del socavón, donde se encuentra el Tío, a más de mil metros de profundidad.
En este recorrido participan más de 25 periodistas de todo el país que junto a funcionarios del Viceministerio de Cultura y Turismo, están dispuestos a conocer cómo se pide permiso al dueño de las profundidades -el Tío- para extraer mineral. Éste es uno de los cultos más interesantes.
“Tío por favor dame mineral para mí y mi grupo, para que siempre nos avises de algún derrumbe o gas tóxico, salud tío, a tu salud”, dice Renán al ch’allar con un bote pequeño de alcohol puro, iniciando el ritual.
El Tío es un personaje mítico representado con una estatuilla hecha de barro, pelo de chancho, canicas y cuernos de chivo.
El primer y último viernes de cada mes los mineros se reúnen en torno a esta figura mítica. Al inicio del periodo le piden que durante el mes les conceda bastante mineral y al culminar se le agradece por todo lo extraído y por superar este lapso de tiempo sin accidentes.
La estatuilla tiene un falo erecto que denota abundancia y productividad, según Renán es la representación de la Pachamama.
Después de ofrecerle un puñado de coca, le introducen en la boca la kuyuna, un cigarrillo elaborado de forma artesanal.
Se trata de uno de los Tíos más antiguos del Cerro Rico de Potosí porque presenta una rodillera de cuero que solamente era utilizada en tiempos de la colonia.
Se llama Jorge, pues según un relato bíblico se trata de un ángel caído del cielo que fue condenado por Dios a permanecer en la tierra.
“Él con los poderes que tenía se ha hecho dueño de todo lo que hay en el subsuelo, por eso es dueño de todos los minerales, te puede dar como también te puede quitar”, manifiesta Renán.
Algunos mineros cuentan que esta figura mítica les advierte sobre los derrumbes o hacia donde deben dirigirse para encontrar mineral.
“Si les cae en el casco tres veces las piedritas, algunos cuentan que se levantan y en la noche o en la madrugada -en ese lugar- han caído rocas”, relatan.
El día especial del Tío es jueves de compadres. Durante esta jornada los mineros se dedican a adornarlo con mixtura de colores y serpentina, nadie trabaja al interior del socavón.
La figura mítica del Tío se ha convertido en el temor de los devotos y reina en las profundidades de la mina donde solamente los trabajadores del subsuelo lo pueden ver.
Al salir del socavón, aún se observa la forma artesanal en la que se explota el mineral y la falta de atención por parte de las autoridades para brindar medidas de seguridad que resguarden la vida de quienes trabajan de cuesta a cuesta.
A la distancia se observa el imponente Cerro Rico que contrasta con la deprimente imagen de pobreza que tiene a sus faldas. Ese paisaje retrata el letargo eterno de la explotación.
Monedas de plata
“Soy el rico Potosí, del mundo soy el tesoro, soy el rey de los montes y envidia soy de los reyes”, señalaba la inscripción del escudo entregado por Rey Carlos V, otorgándole a Potosí el título de “Villa Imperial”, tras descubrirse uno de los yacimientos de plata más grandes del mundo, que dio pie a que este símbolo reine en la Casa Nacional de Moneda.
Al transcurrir 214 años tras el descubrimiento de la riqueza que entrañaba el Cerro Rico de Potosí por el indígena, Diego Huallpa en 1554, se inicia la construcción de la Casa de Moneda.
La edificación construida a lo largo de 14 años, inicialmente tenía el objetivo de acuñar monedas para la corona española, sin embargo, se continuó con la acuñación hasta el año 1951.
En su interior existen más de 730 cuadros del periodo virreinal. Uno de los más importantes es el cuadro denominado “La Virgen Cerro” que encierra el sincretismo religioso entre la cultura europea y la cultura andina.
Cuando se recorre por los pasillos de esta edificación se siente un ambiente pesado y frío. Según Rubén Ruiz, director de la Casa de Moneda, “es el terror de los potosinos” por la mano de obra empleada para la acuñación de las macuquinas (cierta moneda cortada, de oro o plata, que corrió hasta mediados del siglo XIX).
Entre la importante muestra de cuadros del periodo virreinal existe una colección de pinturas de Melchor Pérez de Olguín cuya técnica que perduró en el tiempo se caracterizó por el retrato de figuras humanas con rostros cadavéricos, las orejas puntiagudas, las narices aguileñas y las manos deformadas.
Después de visitar varias salas con colecciones de pinturas, ingresamos a la sala de monedas. En ella se aprecia macuquinas de 1574, que adquirieron la denominación de reales y fueron acuñadas a golpe de martillo.
La moneda de 8 reales pesaba 28,75 gramos de plata. En un lado estaba el escudo de armas de España y al reverso la cruz de Jerusalén con dos castillos y dos leones en forma cruzada.
La corona española llegó a tener 11 casas de acuñación en toda América, las más importantes fueron la de México y la de Potosí. Por esta razón cada una de las monedas, en el escudo de armas, tiene dos iniciales, una de ellas refleja el nombre de la casa de acuñación y la otra el de la persona que la ensayaba y certificaba el 91,6 por ciento de plata.
Cuando se inició la acuñación de monedas a presión, las iniciales desaparecieron y se implementó un logograma que reflejaba el nombre completo de las ciudades en las que fueron hechas.
Las monedas netamente bolivianas fueron acuñadas en 1827 y se caracterizaron por tener, en un lado, el busto de Simón Bolívar y en el reverso el árbol del pan con dos llamas enfrentadas y seis estrellas. Estas monedas adquirieron la denominación de sueldos.
Continuando con el recorrido, se puede divisar un conjunto de maquinarias, cada una de ellas ubicadas en el lugar que originalmente funcionaron. La “laminadora”, una máquina que era tirada por cuatro mulas que al girar accionaban un sistema de engranajes y que laminaban placas de plata de medio centímetro de espesor.
El horno de fundición es uno de los espacios más tétricos, al interior de la Casa de Moneda, está recreada con una de las escenas cotidianas en la que los indios se encargaban de atizar el fuego con thola y takia (excremento seco de llama) hasta alcanzar los 950ºC para la fundición de la plata.
Para finalizar el paseo por este museo, ingresamos a observar la máquina a vapor que fue implementada en 1869 y actualmente está recreada con un conjunto de maniquís de tamaño real que transportan en el tiempo y se encuentran en actitud de trabajo.
En este espacio histórico más de 78 mil personas se dan cita año a año para conocer facetas de la realidad que albergaron sus muros.
EL SALAR DE UYUNI, UNA MARAVILLA NATURAL
Tras 40 minutos de recorrido -desde Uyuni- llegamos a la comunidad de Colchani, la población que se constituye en la puerta de ingreso al salar de Uyuni, una de las reservas más grandes de sal en el mundo que se extiende en más de 10.582 km2 y se encuentra a una altura de 3.600 metros sobre el nivel del mar.
En Colchani, una comunidad que alberga a 30 familias, una de las principales formas de ingreso económico es la comercialización de objetos tallados en sal que son distribuidos entre los turistas. Llamitas con la tricolor, delfines, joyeros y otros objetos son trabajados con contrastes de colores vivos y retoques de aguayo.
El paisaje te sumerge en un blanco interminable, al principio el agua que se reúne sobre la superficie refleja el azul del cielo creando ilusiones ópticas. Poco a poco se van alzando pequeños montículos de sal, producto de la excavación por parte de los pobladores para producir este insumo culinario.
Después de más de una hora de deleite visual, llegamos a Incahuasi (la casa del Inca), una isla ubicada en pleno centro del salar.
Incahuasi adquirió esa denominación porque, según cuentan los comunarios, antiguamente era una de las paradas de los incas en sus largas travesías por América.
Esta isla muestra paisajes con formaciones rocosas, producto de un volcán inactivo y una serie de gigantescos cactus. En este lugar los turistas disfrutan de parrilladas en pleno centro del salar y se toman fotografías interesantes desde el mirador.
El salar que está rodeada por una cadena volcánica, entre los más importantes el “Tunupa”, se abre a la población todos los días del año. Sin embargo, se toman muchas previsiones cuando es época de lluvia, para evitar accidentes.
Al día, alrededor de 35 turistas visitan este atractivo muy conocido a nivel mundial. El estar ahí se convierte en una aventura, un paseo en el cielo.
Potosí es uno de los departamentos dotado de una variedad de riquezas naturales. Primero se abrió al mundo con la explotación de la plata, luego dotó de estaño y hoy en día, el salar de Uyuni es uno de los mayores atractivos turísticos del país.
EL CEMENTERIO DE TRENES
El cementerio de trenes es un lugar desolado y plagado de ferrocarriles en desuso que se encuentra a 10 minutos de Uyuni.
Más de 50 trenes que realizaban la primera ruta tendida en Bolivia que fue la del ferrocarril de Uyuni – Antofagasta, ahora son utilizados como piezas de repuesto para la implementación de una ruta de ferrocarril turístico.
Por esta ruta circularon los primeros trenes cuyos vagones partían repletos de plata que salían de la mina de Huanchaca.
El tren llegó a Bolivia con gran alboroto, tan solo imaginar la figura de una locomotora, era símbolo de progreso. Con gran emoción se escuchaba el sonido de su bocina y el ruido que producía en su paso por las vías férreas.
Según, Eloy Pérez, guía turístico, los trenes iniciaron su etapa de funcionamiento en 1945 y dejaron de prestar servicios en 1989.
Visitar un panteón de fierros oxidados, definitivamente es dar pie a la imaginación y permitir que se transporte al apogeo que trajo consigo la primera vez en que este medio de transporte llegó al suelo boliviano. Esos trenes que permanecen azotados por las inclemencias del clima y reducidos a un minúsculo puñado de fierros en la inmensidad del desierto, se constituyen en uno de los atractivos turísticos más importantes de este destino.
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