domingo, 1 de mayo de 2016
Río Apere: Estación Mercedes
En las riberas del río Apere parecen conectarse los cuatro elementos de la naturaleza en sabia cofradía. El agua de sus fluidos, el aire como la brisa fresca, la tierra y su cable a la vida, y el fuego como ardiente clima de insolación. Es la Amazonía boliviana, noreste del país, donde una nueva ruta turística busca promover el encanto por la aventura en el paisaje aún silvestre del serpenteante raudal que une las provincias de Yacuma y Moxos, territorio del departamento de Beni.
Llegar no es fácil. Desde la capital beniana, Trinidad, parten los típicos taxis aéreos hacia San Ignacio de Moxos, a 88 kilómetros, en un viaje que dura alrededor de 20 minutos. Luego el traslado en vehículo hasta Puerto San Borja, donde empieza la hazaña a bordo de lanchas que atraviesan el río cercado por enormes árboles, en un viaje rápido a la vez de placentero. “Este proyecto de turismo comunitario nació por iniciativa del Estado boliviano y está distribuido en ocho comunidades ribereñas: San Antonio del Pallar, Santa Rosa del Apere, San Miguel del Apere, Puerto San Borja, Las Mercedes del Apere, San Pedro del Apere, El Perú río Apere y Desengaño”, explica Joaquín Rodas, viceministro de Turismo, beniano de nacimiento y por ende, un conocedor del lugar y su tradición.
Desde la época de la conquista española, Moxos fue considerado un emporio de riquezas. Y por ello, el recorrido por el río de cerca de 500 kilómetros de longitud que desemboca en el Mamoré, fue identificado como potencial destino turístico, el cual permitirá el progreso de las comunidades colindantes, preservando su identidad y también su cultura.
Las Mercedes del Apere es una de las paradas más visitadas en este itinerario de viaje náutico. A dos horas del traslado en lancha desde Puerto San Borja, la comunidad es un diagramado de casas de madera con techos de hojas de motacú y enormes ventanales, para la circulación del aire. El calor sofoca y los refrescos naturales, como el de caldo de caña, son el elixir en plena selva amazónica. Al centro de la comunidad, una cancha con el pasto más envidiable es testimonio de que allí se juegan verdaderas contiendas futboleras. Lo asegura Adhemar Mole (39), quien es el segundo cacique de la comunidad además de jugador e hincha del club deportivo Mercedes, de uniforme azul.
La historia de esta autoridad es en parte la genealogía del poblado. Nacido en el seno de una familia numerosa, sus primeras vivencias guardan la pureza de los contextos de naturaleza bucólica. Sin energía eléctrica que era suplida por velas de cebo, sin agua potable, sin catres sino más bien “chapapas” (hechas de madera y cuero de res), su mundo antaño era lo más cercano a lo primigenio. De niño acompañaba a su padre a cazar y pescar; los terruños de Las Mercedes del Apere albergan al llamado localmente “puerco de tropa” (chancho de monte) y sus ríos son el hábitat natural de especies como surubí, pacú, palometa, sábalo, yayú, blanquillo y samapi, entre otras.
Después de culminar sus estudios de primaria, Adhemar se vio en la necesidad, como muchos de los de su generación, de migrar hacia otras poblaciones donde continuar su formación secundaria. Entonces el futuro cacique eligió San Ignacio de Moxos, y tras seis años de radicatoria en que logró el bachillerato, retornó a su comunidad para dar clases a niños y también adultos. Es en las aulas de la Unidad Educativa Las Mercedes donde enseña parte de la historia de su comunidad. “Nosotros tenemos gran influencia de la cultura movima. Además de la caza y la pesca, la gran herencia de ellos es la elaboración del masaco (foto cuadro derecha)”, señala Adhemar. También nombra al chivé, preparado a base de harina de yuca, como otra de las tradiciones infaltables en la mesa de la comunidad. “Los sembradíos principales de las chacras son la yuca, el maíz, el arroz y el plátano; además se cultiva caña de azúcar, frijol y sandía. Las toronjas crecen solas”, sonríe el guía-historiador-autoridad.
Cosmovisión
Entre los habitantes de la comunidad sigue vigente el respeto a la naturaleza y a los animales, una cosmovisión que convive con las creencias cristianas que influyen de gran manera entre la población. Los médicos tradicionales o curanderos tienen a la mano innumerables plantas medicinales y son los encargados de la atención de enfermos. Por ejemplo, una de las habituales plantas en los jardines “mercedianos”, la jipi japa, sirve para paliar y curar las más diversas infecciones.
Pero además de los arbustos sanativos, también se encuentran diversos frutos con los cuales refrescar el suplicio de las altas temperaturas: tamarindo, achachairú, coco, además de las enormes toronjas. Para el consumo de esta última, los lugareños sacuden la copa del árbol que ve caer el fruto, desplegando una técnica sin igual para saborearlo: luego de pelarlo, cercenan uno de sus polos y realizan una pequeña incisión al interior de la pulpa, de manera de aprovechar hasta la última gota de jugo. Como beber de una gran tutuma (fruto cuya dura cáscara sirve de recipiente). Por otro lado, entre las artesanías que aquí se elaboran destacan los trenzados de esteras de jatata y de totora, con figuras que realizan las mujeres, además de tejidos en hilo de algodón. Los hombres trabajan la madera, fabrican grandes canoas, carretones, ruedas de carretones, tacuses (morteros grandes para pelar arroz y machacar otros alimentos) y juguetes para niños.
La comunidad también cuenta con una laguna artificial como criadero de peces; el preferido sin dudas el pacú, que habita la gran alberca de 25 metros de ancho por 50 de largo en un número que sobrepasa el millar. “No vendemos lo que producimos, simplemente es para el consumo de los comunarios”, explica el segundo cacique. “Ahora, si en algún momento se decide la comercialización sin perjuicio, debe ser por decisión de las comunidades y de una manera que sea sostenible”, agrega.
En esta población hay seis pozas para la pesca y también dos cañales, que se definen como aquellos terrenos dedicados al cultivo y cosecha de caña para producir empanizao, miel y azúcar, a través de métodos tradicionales. “Las Mercedes del Apere es muy dinámica por su actividad económica; en su tiempo fue el paso obligado para acceder a Santa Ana del Yacuma (capital de la provincia Yacuma), logrando la producción de caña”, afirma la autoridad comunaria.
Para el Viceministro de Turismo, la riqueza de la visita consiste en apreciar “cómo las comunidades aún conservan una tradición cultural ancestral, reflejada en la elaboración de artesanías, danza, música y gastronomía”.
Cada 24 de septiembre, el pueblo celebra su aniversario con diversas actividades, entre ellas la entrada folklórica por sus calles de tierra, que culmina por la noche con una velada artístico-cultural en la unidad educativa, la cual reúne a gente de distintas generaciones.
“Los chicos presentan números de danza, declaman poesía, algunos cantan, cuentan chistes y hasta presentan obras de teatro”. Adhemar dice que el broche de oro de la jornada se vive con la elección de la Miss Mercedes. “Es una fiesta completa donde las chicas se presentan en traje deportivo, vestido de gala, y un atuendo típico confeccionado por ellas mismas en base a plantas y semillas típicas de esta región”. En los últimos meses, el paisaje de Las Mercedes ha empezado a exponer algunas antenas satelitales; ello, más la promesa de una pronta instalación de telefonía celular e internet de parte de autoridades nacionales, avizora un panorama nunca percibido entre los habitantes de esta aldea paradisíaca. “Yo entiendo que el progreso viene con todo esto; pero hay algo que está empezando a cambiar y eso lo notamos entre nuestros jóvenes”, dice Adhemar. Todo empezó con la llegada de la energía eléctrica hace poco menos de un año.
Con ella arribaron los primeros aparatos de televisión con DVD incluido. Y desde ahí, algunos hábitos empezaron a modificarse entre los lugareños. “Era tal la expectativa que algunos ya contaban con todo el aparato, listos para encenderlo apenas instalaran la electricidad. Ahora nos damos cuenta de que muchos de nuestros hijos, incluso nuestras esposas, han creado una adicción a los programas de Tv, como las telenovelas. Los chicos han dejado de salir de sus casas para jugar, prefieren ver videos musicales; no quiero imaginar el momento en que llegue la señal para el celular”, confiesa muy pensativo el cacique mercediano.
Leyendas
Entre la diversidad de mitos sobre el amazonas beniano, destaca la del Cristo de Oro de Moxos, que relata la existencia de una efigie de oro, del tamaño de un hombre normal, en el fondo de una laguna no identificada. Una historia similar a la famosa leyenda del Dorado en Colombia. O la del bufeo o “delfín del río”, del que la tradición oral sostiene que se convierte en hombre para seducir a mujeres jóvenes. Solo una muestra entre otros tantos mitos que se transmiten por generaciones. Y es que la tierra que habita Adhemar y los suyos está llena de embrujo y templanza.
“La iniciativa de impulsar este destino surge además con el propósito de que las comunidades progresen a través del turismo, pero preservando su identidad y su riquísima cultura”, dice el viceministro Rodas sobre el proyecto promovido por el Estado Plurinacional a través de los ministerios de la Presidencia y de Culturas y Turismo, de la Gobernación del Beni, Boltur y los empresarios privados por medio de AXS Bolivia.
La noche empieza a caer en Las Mercedes. Ancianos, adultos y niños se reúnen en una de las cabañas con ventilador a compartir lo que tienen para la cena, mientras disfrutan de una película en formato DVD. Afuera, el calor y los mosquitos arrecian. Y de fondo, el río.
Los movimas
En las orillas del río Apere habitan principalmente las culturas movima, moxeño-ignaciano y moxeño-trinitario. “La mayoría de las familias son movima”, explica el segundo cacique de Las Mercedes de Apere, Adhemar Mole.
Los movima eran un pueblo muy numeroso. Tradicionalmente, su territorio se extendía desde los márgenes del río Mamoré hasta la zona de San Borja, y al este hasta los lugares ocupados por los kayuvaba. El primero que tuvo contacto con la etnia fue el padre Gregorio de Bolívar, quien se encontró con ellos el año 1621.
A inicios del siglo XVIII, el padre Altamirano los vuelve a contactar, dando cuenta de la existencia de unos 20.000 indígenas que se encontraban en “80 poblaciones pequeñas”. La primera Misión entre los movima fue la de San Lorenzo, fundada por el padre Baltasar Espinoza en 1708; a esta fundación siguieron las de San Luis, San Pablo, San Borja y Reyes. Cuando el padre Altamirano fue muerto por los movima, se abandonó la Misión, que fue trasladada a Santa Ana de Yacuma y fundada de nuevo bajo este nombre. En los años 30 del siglo XIX, Alcides D'Orbigny encontró a los movima expandidos en el centro de Beni, colindando con los pueblos kayuvaba al norte, kanichana al este, y los mojeños al sur y sureste.
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