LINDO RELATO | AMANTE DE LA NATURALEZA, ESTE VIAJERO INCANSABLE CUENTA SU EXERIENCIA NAVEGANDO SOBRE EL RÍO MAMORÉ.
Hace unos años, en el río Mamore, tuve la dicha como capitán del barco crucero “Reina de Enin,” en ese entonces de la Agencia Fremen, ser anfitrión de viajeros y aventureros, buscadores de paz y sosiego, en viajes por el gran río. Y hoy también, la singular atención que la tripulación del crucero Creative Tours y los hospitalarios benianos da, nos permiten provechosas y venturosas travesías, tanto ecológicas como culturales y étnicas.
Finalizaba el primer semestre del año 2006, eran los días más intensos en cuanto a trabajo. Las torrenciales lluvias caídas en la cordillera central de Los Andes habían pasado y nuestro barco recién repintado, ondulaba en el remanente turbión que aun llegaba arrastrando el “Tarope” y cuanto madero caído encontraba a su paso. La avifauna tropical daba la bienvenida, en forma de águilas, garzas, batos, pavas, pato cuervos, parabas y harpías, como también el descomunal canto del nocturno “cuyabo”, el imponente Tapacaré y el inconfundible y espectacular Serere, ave milenaria.
Bolivia y el Beni vibraban con la explosividad y esplendor que solo las tempestuosas tardes amazónicas pueden dar. A bordo del Reina, se preparaba un suculento bufete de comidas naturales y saludables, mientras arribábamos en lanchas motorizadas después de conocer algunos secretos del río y del bosque.
Los experimentados, el botero Galindo y el piloto Manolo, navegando a diestra, nos garantizaban la seguridad de los pasajeros, nacionales y extranjeros venidos de distantes países. Aquí me pude complementar en mi trabajo de capitán viviendo la gran experiencia que tuve como guía eco turístico con mis doce años de trabajo. La experiencia nos daba ventajas para suministrar adecuados manejos en el trato con los turistas y realizar interesantes paseos que los viajes en ríos amazónicos exigen.
El programa de actividades no podía realizarse sin nuestra “anaconda”, el deslizador motorizado que, aguantando el ‘kilaje’ de hasta 6 o 7 pasajeros, entre suizos, belgas, holandeses, españoles, franceses, alemanes, italianos, norteamericanos y otros, nos llevaba hacia rumbos desconocidos ingresando en brazos de ríos viejos, arroyos, y el Mamoré, sea río arriba o río abajo. Montábamos a caballo, avistamos aves y fauna, salíamos en “safaris fotográficos” de caimaneo nocturno, o recorríamos las orillas para escoger las más blanquecinas y tranquilas playas. Se divisaba, asimismo, en las distantes y solitarias riberas, algún boquiabierto lagarto asoleándose, y los pato cuervos y batos nos recordaban la magnitud de la selva y el río.
El río es vivo, cuna y mentor de originarios, manifiesto de aventureros que muestra su personalidad unas veces severa, otras veces benigna, así de benigna que mientras nos deslizábamos un día, vi un ‘pez volador’ saliendo del agua en el preciso instante en que le daba un mojado sopapo cabalmente en la cara al ocasional pasajero, pero tan bienvenido por la frescura del agua bajo el ardiente sol tropical.
Por las tardes, el bosque bajo el ardiente sol, cobijaba al viajero, ansioso de vida y de conocimiento, y mientras se “ataba” el barco divisamos una tropa de esquivas “capybaras” que se lanzaban desde la orilla para evitarnos, hundiéndose en el frenético chapuseo que las llevaría al litoral opuesto. El río era uno y si deseabas “brazearlo” o hacerlo a “bubuya”, debías hacerlo con precaución porque este río te pone prueba. A prueba de pulmón y brazada, y así, vimos una tarde cómo un Jaguar, “pantera onza” nadaba a encanto la totalidad del ancho ribereño del Mamoré.
Al alba, el silencio del amanecer amazónico nos habla de penumbras boscosas, donde vibran los millares de insectos que se alimentan de los néctares desperdiciados del Enin, la Tierra sin Mal. Por las tardes, en actividades variadas, al untarnos en el barro del río (actividad terapéutica), el calor y el aire nos traen hermosos anuncios, que los distantes nubarrones de cúmulo nimbus vertirán sus torrenciales bendiciones sobre el río y el cautivante manto verde de la gran Amazonia. Nadando, nos miramos el rostro reflejado en el bufeo, ‘inia boliviensis’, a pocos metros de uno, pero con el solo aleteo continúan su hermosa danza acuática, mostrándonos la insignificancia del hombre comparada a la majestuosa vivencia que habita aquí. O cuando Manolo, alias “El Lobo del Rio”, y piloto del barco se proponía ir a la pesca de piranha, ay de mi! Debía prepararme para una sobredosis de vitamina D, que solo el astro Rey nos puede dar tras largas horas “tirando línea de carnada”, bajo los ardientes rayos en los brazos viejos del gran río o en alguna laguna.
El aspecto humano del río en la “tierra sin mal”, se hace presente, sin duda, en Villa San Renato, El Carmen, Santa María del Pilar, como en Giraldas, donde visitamos a habitantes ribereños con su originaria hospitalidad. Mojeños y trinitarios, maestros ecólogos de las cuencas, brindaban mangas y yuca, toronja y bananos, más el infaltable cacao, que partida la semilla, nos saciaba con su dulzura. En esa oportunidad, en la visita a San Renato, fui honrado con el nombramiento de ‘padrino” para el evento del “palo encebao”.
Durante esos días, nuestros visitantes españoles, de “Médicos Sin Fronteras”, que hacían sus nobles armas en la magnificencia amazónica, aportaron para que en Octubre de ese año, San Renato tenga su “palo encebao”, costumbre orientísima de la otra Bolivia.
En fin, la vida a bordo de embarcaciones en los ríos de la cuenca amazónica boliviana, lleva un tinte mágico y de encanto. La incomparable sensación de estar respirando el aire más puro y denso del mundo, junto con el medio ambiente silvestre, casi salvaje, te predisponen a vivir una experiencia sin igual, en esta brava y hermosa región. El río enseña, y el río es tu amigo, y en los meandros y centro, el agua se puede beber, si, pero si nadas en él, no te alejes de las orillas, ya sea que caigas en las insospechadas corrientes también debes cuidar de no pisar arenas donde se esconde la raya de cola larga, cuyo aguijón causó profundo dolor a más de un bañista. Siempre precautelar contra la intensa radiación solar al que uno se expone y cuidar de empalizadas de ramas y troncos sumergidos, pero principalmente disfrutar del encanto de un crucero a bordo del Reina de Enin y no olvidar como una vez el lobo dijo: “si tomas el agua del Mamoré, siempre regresarás a él.”
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