Se lo ve desde las cabinas del teleférico de la línea Roja que une la Estación Central de La Paz con la zona 16 de Julio de El Alto. Desde la altura, cuando hay sol, el vehículo brilla, atrapado entre las grietas del impresionante barranco Utapulpera, el límite natural que corta abruptamente el primer mirador de la avenida Naciones Unidas. No hay pasajero que no se quede mirando el auto aplastado entre las paredes del abismo, preguntándose ¿qué pasó?, ¿sobrevivieron los ocupantes?
Una crónica policial, publicada el 13 de septiembre de 2011, cuenta que el vehículo "de color azul”, alrededor de las 4:00, comenzaba a descender de El Alto a La Paz por la carretera vieja (Naciones Unidas). Cuando de repente el vehículo, en el primer mirador, cayó en el abismo Utapulpera: tres de los seis ocupantes murieron. Los sobrevivientes contaron luego que una llanta del auto reventó y que comenzaron a dar vueltas en el aire, hasta que algo detuvo en seco su caída: Era una de las grietas del Utapulpera.
Los vecinos que habitan a los lados del barranco recuerdan esa madrugada. "Oímos gritos, pero todavía era oscuro, así que no salimos. Al día siguiente, a eso de las 7:00, fuimos a ver y estaban los bomberos. Había una mujer muerta en el piso. Dijeron que eran tres los muertos y tres los vivos. Creo que sólo pudieron sacar un cadáver”, cuenta Bacilia, quien se anima a salir de su casa que cuelga de uno de los cerros que está al lado del Utapulpera.
La mujer prácticamente nació en la zona, que tiene el nombre del abismo, y lo ocurrido no le parece extraordinario, "Siempre hay muertos en este barranco: la gente se cae o la empujan, no sé, pero siempre es así”, dice.
"No sé por qué, pero siempre miramos este barranco. Una vez, cuando lo estaba viendo, un ciclista se cayó al vacío, con bicicleta y todo, dio vueltas en el aire, fue feo ver eso”, continúa mientras dirige su mirada al cerro.
"Para que su alma ocupe su lugar”
Nancy también vive años por el lugar, pero en el sector de Wacataqui (camino de vacas), al lado derecho del barranco. Tampoco le sorprende cuando sus vecinos cuentan que el cerro "se tragó” a otra persona.
"Ese lugar es feo. Muchas cosas feas pasan por ahí, la gente muere. Dicen que cuando hay un alma por ahí penando tiene que haber otro muerto”, afirma la mujer que pasea con su niña por una de las callejuelas rayadas a los lados del barranco y que se conectan con interminables graderías, alguna de piedra y tierra y otras de cemento.
Su vecina Asunta coincide con ella. "Tanto que cae la gente y muere, llama pues a las alma. Hay gente que no se da cuenta que se ha muerto y su alma se queda penando por el barranco. Para que esa alma descanse tiene que haber otra que ocupe su lugar”, afirma de prisa a su paso por una de las estrechas calles de Utapulpera. Su marido, Toribio, va a su lado, pero prefiere no opinar. Ante la insistencia dice: "Sí, se muere mucha gente, sobre todo varones”.
"Sí, no caen muchas mujeres, más son los hombres”, complementa su mujer y continúan su camino.
Lavatorio de ropa de los difuntos
Cuando se está a los pies del Utapulpera se puede observar con mayor detalle el vehículo que el barranco aprisiona entre sus grietas, como si quisiera demostrar su fuerza.
"Ahí está pues el taxi, metido, como si se lo estuviese tragando el cerro. Es como una advertencia para los que corren por la avenida. La Alcaldía debería poner una baranda”, dice una mujer que pasa por el lugar.
A unos metros, llama la atención pequeños promontorios de cenizas. En medio se puede advertir pedazos de telas. "La gente viene aquí a quemar la ropa de sus difuntos”, cuenta Gladyz, que vive unos 50 metros más abajo de los pies del cerro.
"Se tiene muchas creencias sobre este cerro porque siempre sabemos que se ha encontrado un muerto. Los camiones basureros son los que siempre encuentran cadáveres, como ellos suben hasta arriba. Después nomás nosotros nos enteramos”, añade.
Las mil gradas
La zona del barranco Utapulpera era hasta hace unos 10 años "una cuesta bien parada” donde las casas parecían colgar y sus habitantes prácticamente tenían que trepar para llegar a sus hogares.
Esa condición de abandono les hacía pensar que los delincuentes tiraban al barranco los cuerpos de sus víctimas; sin embargo, en los últimos 10 años han tenido muchas mejoras, pero los "accidentes” no pararon.
"Como estábamos tan abandonados pensábamos eso. Es que esto era sólo una cuesta no subía ni un auto, teníamos que movilizarnos sólo a pie”, señala Nancy.
"Ahora por lo menos suben los vehículos hasta allá abajo. Para subir a mi casa tengo que seguir caminando, pero ya tenemos estas gradas”, continúa.
La vecina señala unas graderías en picada que parecen no tener fin. Las usan para llegar hasta la Ceja de El Alto. En los descansos, algunos se preocuparon por cultivar y cuidar plantas que, pese al invierno, los premian con unas diminutas y coloridas flores.
A los pies de una de las graderías se encuentra un letrero donde se lee "Mil gradas”, es el nombre de una de las callejuelas a lado del Utapulpera.
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