Yossi Ghinsberg se siente un boliviano más. Hace 35 años se perdió en la AmazonIa boliviana, durante 20 días. Tenía apenas 21 años, salió de su país buscando aventura. Se trataba de un sueño inocente: hacer una aventura, buscar lo inexplorado. La idea de examinar a la gente que vive dentro del bosque, que está ajena a la civilización, y por qué no, llegar a ser parte de ella.
Buscó el lugar de sus sueños en Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú, pero lo encontró en Bolivia. "Llegue al corazón de la selva amazónica, donde no hay gente y al fin lo encontré; fue un sueño realizado”, afirma. Pocas veces la realidad supera a la ficción y un protagonista llega a vivir en carne propia una experiencia como la de Yossi. Eso sí, no todo resulta ser como uno lo planifica.
Poco a poco, esa quimera se convirtió en una pesadilla. Yossi se extravió, perdió a sus tres amigos y todo su equipaje. En medio de la nada, sin machete, sin rifle, estaba completamente solo con la naturaleza. "Nunca pensé que la naturaleza sería mi enemiga. Yo sabía que por mi estupidez estuve en esa situación, pero tenía la admiración de este mundo que se llama Amazonia”, evoca.
Perdido, Yossi se sentía quebrado, sin esperanza. Al segundo o tercer día se despabiló: "No podía sólo llorar y sentirme mal, entonces me levanté; nunca me sentí tan bueno como cuando estuve perdido”, recuerda. Ya emplazado en la selva, Yossi encontró lugar para comer, dormir y protegerse de los múltiples peligros a los que estaba expuesto. Se alimentó de huevos de perdiz durante 15 días, hasta que una inundación lo dejó sin alimento los últimos cinco días de su periplo.
"En mi día 19 me encontré con una tortuga y mi pensamiento era pegarle con una piedra y comerla viva, pero en el momento que la tortuga sacó su cabeza y nuestros ojos se encontraron, me di cuenta que no la podía matar”, comenta. Después de varios días sin comida, entendió que la tortuga y él "eran lo mismo y estaban en la misma situación”. Entonces, Yossi entendió que existía un código espiritual y habían muchos milagros en su camino: "Yo sé que descubrí mi poder para luchar por mi vida, pero no era suficiente, había un milagro cada día… sentí que hay una fuerza que me ayudó”, enfatiza.
Tras sobrevivir, narró sus peripecias en el libro Lost in the Jungle. El texto fue la principal motivación para que turistas israelíes se interesen de sobremanera en visitar esa región del país. Esta semana, Ghinsberg retorno a Bolivia para hablar en la Fundación Solón sobre aquella experiencia y El Bala.
La represa y el turismo
La del aventurero es una historia exótica, digna de ser contada en un libro y llegar al cine, pero para él hay cosas más importantes: "Viví en Bolivia, trabajé con gente de Bolivia, fui parte de la lucha para salvar el Parque Nacional Madidi”, recuerda. Más de una vez afirma sentirse boliviano.
En ese sentido, no está ajeno a las diferentes situaciones que se dan en esa región del país: la construcción de la represa de El Bala o cómo el turismo se vio afectado en Rurrenabaque a causa de la solicitud de visas a los turistas israelíes.
"Yo pienso que es una visión muy corta hacer este proyecto –de El Bala-, entiendo que el mundo necesita desarrollo, pero más tengo fe que no van a hacer una cosa de éstas, porque este lugar es el lugar más rico del mundo. Con esta riqueza que tiene este lugar el beneficio económico puede ser mucho más grande que el beneficio económico de poner una represa, que es parte del siglo pasado. El mundo ya avanzó y hay otras maneras de sacar energía”, indica sobre el proyecto de construcción de la represa.
"Tenemos en este país de repente la ventaja de tener desiertos elevados en el altiplano para producir energía solar, que es energía sostenible. Tengo fe que los defensores más grandes del medio ambiente van a oponerse a esta represa”, sostuvo.
Ghinsberg visitó Rurrenabaque, donde constató la baja del turismo y se encontró, además, con un lugar desolado: "Ayer (jueves) estuve. Es triste. Las calles están vacías. No hay gente en la calle. Hable con gente que está vendiendo su negocio, porque ya no hay negocio. Más del 50% de la economía de Rurrenabaque y sus alrededores es turismo. Esta gente, miles de personas pierden su oportunidad de sacar su ganancia del mes”, comentó.
En Israel, muchos leían el libro de Ghinsberg, que con el tiempo se convirtió en una especie de leyenda local y motivó a más de uno para que Rurrenabaque se convierta en su destino predilecto. "Es triste por Bolivia y por la gente que pierde su trabajo y su oportunidad de ganar en una manera tan linda: mostrando su belleza del mundo en el que viven. Ahora que las calles están vacías, es una tragedia”, comentó.
Una aventura, una pesadilla, la supervivencia y un libro fueron factores fundamentales para abrir el turismo en la región amazónica: "Tengo la buena suerte que mi historia fue motivo que Rurrenabaque esté abierta al mundo”.
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