En las faldas del Tunari, entre “juturis” (vertientes de agua) y tierras de abundante producción agrícola, fue erigido el templo a San Isidro Labrador, un testigo mudo de aquellos días de gozo en el agro hasta el desespero por la cruda sequía que hoy aqueja a la comunidad Illataco, distanta a 3 kilómeros al norte de Quillacollo.
Allí, misteriosas historias se tejen entre los habitantes, como las de aquel túnel secreto, que lleva más de 200 años sin que nadie se atreviera a cruzarlo, o los testimonios de abuelos que vieron al santo salir por las noches a vigilar los cultivos.
Solo una placa de fierro forjado, enclavada en la parte trasera del templo, con algunas iniciales no muy claras -tal vez de los propietarios- y el año 1882, son el único indicio para conocer cuándo se construyó el templo.
Rubén Medrano, de 57 años, oriundo del lugar recuerda que su madre, que trabajaba desde niña como empleada en la hacienda de los patrones, le contó que dicha estructura era de los patrones Vicente Gonzáles Prada y Esperanza de la Zerda. “Dice que él era militar y lo hizo construir con los soldados y cuando era perseguido por el Gobierno se escapaba por el túnel”.
Sin embargo, nadie ha podido corroborar el trazo que sigue de este subterráneo, ya que desde hace varios años permanece cerrado.
“Un señor mayor, que se llama José Arnéz, dijo que una vez intentaron entrar pero las velas continuamente se apagaban, por eso nadie volvió más”. Entre los vecinos comentan que allí podría haber armamento enterrado, espadas y sables. Otros hablan de objetos valiosos que los patrones dejaron, y algunos le temen porque el lugar podría desplomarse cuando alguien ingrese.
FESTEJO
“Como en sueños recuerdo”, dice Antonia Siles, una vecina de 70 años, que hasta sus 10 o 12 años, vio cómo llegaban los “laricitos desde las alturas”. Ella cuenta que la fiesta al tata San Isidro era comandada por gente que llegaba desde las alturas montada en burros, mulas y caballos.
Desde el día 14 de mayo, los visitantes se asentaban en la explanada frente al templo y allí iniciaba el festejo. Llegaban cargados de alimentos, como papa, oca, charque y otros que pudiera durarles para los tres días. “La gente del pueblo más bien parecíamos los visitantes”, dice Andrea Alavi, de 89 años.
“Habían sicuris y jula julas. Desde las cinco de la tarde ya empezaban a sonar sus instrumentos, con bombos, zampoñas y unos instrumentos largos, bailaban en ronda", relata Antonia.
También habían kullawas y ch´utas, dice don Cirilo Adriázola, de 68 años. "Pero no eran como los que hay ahora, tenían espejos en sus tongos y en su pecho. Llevaban ch´oros de caracoles grandes en la cintura".
Los visitantes continuaban bailando y bebiendo hasta el amanecer del 15 de mayo. El día de la fiesta, eran los cabecillas o mayoras (pasantes de la fiesta) quienes iniciaban la procesión del santo. Ellos también acogían a los visitantes con comida y bebida.
"Recuerdo que para ese día hacíamos chicha", cuenta Andrea. La festividad cerraba el día 16 de mayo, en el Calvario, donde la gente compraba simbólicamente pequeños lotes.
La fiesta de San Isidro daba inicio al periodo de siembra en las comunidades agrícolas y por eso tenían la tradición de arar un pedazo de tierra con las yuntas.
"Eran como 40 o 50 yuntas, otros traían a sus bueyes pequeños que por primera vez iban a arar", dice don Cirilo.
Ahora las yuntas fueron reemplazadas por tractores; sin embargo, hay quienes aún conservan a su par de animales y llegan con ellos a la fiesta. "De dónde vendrán, pero llegan todavía con yuntas".
Ahora, de los sicuris y jula julas no se sabe más. ¿Por qué desaparecieron? "Es que la mayoría eran adultos y ancianos, cuando ellos murieron seguro los jóvenes ya no querían venir", "tal vez se hicieron su fiesta arriba", "es que ya no habían pasantes que puedan recibirlos", especulan los vecinos respecto a su ausencia desde hace más de 50 años.
El arado se realizaba en un terreno ubicado al oeste del templo. "Aquí había un juturi, era un lugar con mucha agua, y todo chaqru (mezclado) salía de por sí lo que sembrábamos: habas, cebadas, maíz… todo", cuenta Antonia, recordando que ahora ese lugar, al igual que toda su zona, está seco.
"Por todo lado habían juturis (vertientes de agua), el agua corría cristalina por las sequias. Ahora no hay nada. Los terrenos también están abandonados porque no hay agua", lamenta don Cirilo. Los vecinos aseguran que este año la sequía los afectó como nunca antes, incluso los pozos profundos que abrieron para riego no abastecen la demanda.
Don Rubén Medrano recuerda que junto con sus amigos Jorge Vía, Juan Araníbar, Marcelino Carreño, Bautista (Freddy) García, César Laguna y Basilio Terán se reunían en las noches para k’uquear (tomar sin permiso) frutas y wiros (cañas de los choclos).
“Las uvas crecían en los molles de la calle y la gente tardaba toda la semana para cosechar”.
SAN ISIDRO
Vestido con saco y corbata, San Isidro lleva siempre consigo una estalla (bolsita de coca), y tiene su ubicación preferencial en el lado izquierdo del altar mayor. Los padres y abuelos de los vecinos transmiten historias de que esta figura ha sido vista por las noches, rondando los cultivos.
"Mi padre dice que lo veía, cuando iba a regar por las noches", dice don Rubén. "El santo se sale y vuelve todo lleno de q´opas (rastrojos secos de las plantas), en la mañana lo vemos así, con su saco lleno de muni (una espiga silvestre)", revela sonriendo doña Antonia.
Los vecinos están preocupados porque el templo que cobija a su patrono, está a punto de desmoronarse. Desde el año 2008, luego de que una fuerte lluvia amenazara su estructura, los dirigentes pidieron ayuda a las autoridades.
"Logramos que fuera declarado Patrimonio Arquitectónico de Quillacollo", dijo el entonces presidente de la OTB Illataco, Oliver Medrano Góngora.
Han pasado los años, pero los compromisos para la refacción han quedado solo en palabras. Por la urgencia y el riesgo inminente de desplome en la bóveda del altar mayor, los vecinos hicieron una colecta para apuntalar este lugar con una estructura metálica, mientras alguna autoridad o persona desprendida pueda donar dinero para iniciar los trabajos de restauración.
Básicamente, se trata de una estructura colonial de adobe y piedra, pero con una técnica única que hasta ahora la mantiene firme, pese a los años y al terremoto y temblores registrados desde su construcción.
"Waq wasistaqa libreta phirirparin, pero kay temploqa sayasqapuni karishan" ("A otras casas todas las ha destrozado -el temblor-, pero este templo sigue en pie"), destaca don Cirilo en su idioma materno, el quechua.
HALLAZGOS
La rutina y quietud de este pueblo fue alterada hace cuatro semanas cuando las maquinarias de la Alcaldía, que realizaban las excavaciones para el servicio de alcantarillado, realizaron un importante hallazgo, a no más de un metro y medio de profundidad. “Encontraron algunas vasijas y restos óseos que presumimos datan del Incario”, informa el director de Culturas de Quillacollo, Rodolfo Medrano.
Don Cirilo cuenta que hace tiempo la gente ya encontró una “tauca” (apilado) de vasijas del mismo estilo. “No era ni a medio metro de profundidad. Dicen que aquí era un cementerio de los Incas, por eso el templo está en lugar elevado”. La madre de don Cirilo le contaba que hace muchos años, no había sol y la gente trabajaba solo con la luz de la luna. "Cuando vieron que salía el sol, dice que la gente tuvo miedo de morir quemada y se enterraron en vasijas de barro”.
Debido al hallazgo, los trabajos para el servicio básico fueron paralizados y aguardan el informe de un arqueólogo en La Paz, para conocer cuánto requerirá el municipio para iniciar las tareas de excavación arqueológica.
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