martes, 1 de noviembre de 2016
La mística del Cementerio de Camargo
Las cruces de los ataúdes aparecen en lo más alto del pueblo de Camargo, con una vista excepcional a sus pies, destacando al frente los imponentes cerros colorados de la región de Los Cintis en el sur de Chuquisaca y por debajo el pueblo, sobresaliendo el blanco templo de Santiago Apóstol.
En los cementerios rurales se encuentran enraizadas las costumbres más ancestrales de los pueblos, y Camargo no es la excepción. Pueden divisarse hojas de coca en unos ataúdes, cigarrillos, fotografías, como otros elementos muy utilizados en la zona.
Sólo en el primer bloque el piso es de cemento, en el segundo es de tierra, pero se compensa con la vista que tiene. Sin embargo, la paz de este lugar fue quebrada el viernes 25 de marzo de este año, cuando encontraron a los pies del lugar el cuerpo de Carola Ortega Cruz, de 17 años, quien fue brutalmente asesinada.
Una cita en el camposanto con quien sería su pareja terminó por segar la vida de la joven, quien habría sido empujada desde lo alto del cementerio y rematada con un “ladrillazo” en la cabeza. Pasaron los meses, y el crimen sigue dando de qué hablar en el pueblo.
“¿Por qué quiere visitar el cementerio de Camargo? Vaya al de Sucre, ése es bonito”, dice una mujer a quien se le pregunta cómo llegar a dicho lugar. Lo cierto es que los mismos pobladores no se dan cuenta del misticismo y el encanto que existe al interior del sitio.
La gama de colores que se forman al atardecer en lo alto del cerro con el fondo rojo, característico de estas tierras, sumado a los rayos del sol que van cayendo sobre las cruces, da un aire distinto al lugar. Al caminar por entre las tumbas, se siente una sensación extraña en el estómago, un pequeño escalofrío que nada tiene que ver con la fresca tarde.
“Más de 1.000 personas están enterradas”, dice escuetamente el cuidador mientras riega las plantas, aunque no maneja un número exacto.
El temor de que el alma de la joven Carola sigue penando aleja más temprano de lo previsto a los últimos visitantes que rezan frente a uno de los nichos ubicados sobre un muro de adobe, unos metros más adelante, existe otro nuevo de cemento, con la mayoría de los espacios vacíos.
La noche cae y las luces no se encienden en el lugar, solamente para la festividad de Todos Santos o algún entierro importante, mientras tanto, los visitantes ante el ladrido de los perros que merodean la zona, apresuran el paso para no quedar atrapados en medio de las penumbras entre las cruces y ataúdes.
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