martes, 6 de diciembre de 2016

Alma fascinante. El Cementerio General de La Paz fue elegido como uno de los 13 más deslumbrantes del planeta



Cuando la revista estadounidense Architectural Digest inició la investigación acerca de los camposantos más interesantes del mundo, sus especialistas encontraron que el Cementerio General de La Paz es uno de los elegidos no solo por sus diseños atractivos, sino y principalmente por la veneración de la gente a sus muertos en la celebración del Día de Todos Santos y la fiesta de las ñatitas.

Fotos: Wara Vargas, José Lavayén, Juan Pablo Revollo

A las 06.30 del miércoles 2 de noviembre —media hora antes de la apertura—, decenas de personas hacen fila fuera del Arco de Triunfo de 14 metros de alto, con el objetivo de despachar a las almas que estuvieran de “visita” en Todos Santos. Es que en la cosmovisión andina, el ciclo de la vida no termina con la muerte, pues existe la seguridad de que los fallecidos acompañan una vez al año, durante 24 horas, a sus familiares y amigos, a partir del mediodía del 1 de noviembre. Según la tradición, en honor del difunto se levanta un altar con frutas, comida y bebida, con la foto del ser amado, t’antawawas y otros como panes, galletas, caña y pasankallas, que después de las 12.00 del 2 de noviembre son levantados tras hacer una oración. Por más que sea solo espiritual, este encuentro debe ser celebrado, así es que los dolientes contratan músicos y entregan alimentos a cambio de rezos. De esta manera se pinta de vida la necrópolis de La Paz. Esta tradición tiene su génesis en la época precolombina, cuando los familiares sacaban los cadáveres de sus bóvedas para cambiarles de ropa; luego comían y bebían junto a ellos. En 1551, el Primer Concilio de Lima exigió la represión del culto a los muertos porque para la Iglesia Católica estas prácticas indígenas eran demoníacas. No obstante, la cultura andina se desarrolló a escondidas, por eso no era extraño ver gente que echara muy disimuladamente chicha sobre sus fallecidos. Pero el “mayor abuso” era que desenterraban y sacaban a los cadáveres de las iglesias y los llevaban a las machais (sepulturas que tenían en los campos de sus antepasados), y al samay, es decir sepulcro de descanso, según el ensayo Valen más muertos que vivos, escrito por Milton Eyzaguirre, jefe del Departamento de Extensión y Difusión Cultural del Museo de Etnografía y Folklore (Musef). “El alma para el hombre andino no se separa definitivamente del cuerpo, vuelve cada año el día de Todos Santos de su largo viaje por el espacio sideral y las familias deben esperarlas con algarabía, fiesta, comidas, bebidas para que las almas estén contentas y no tristes cuando nadie ha ido a esperarlas en sus tumbas o lugares donde murieron”, confirma Fernando Saavedra en el ensayo Desenterramientos en Charcas y Bolivia desde la época prehispánica al siglo XX.

La casa de los muertos

En Nuestra Señora de La Paz, los franciscanos construyeron el primer templo de la ciudad sobre un antiguo chullpar (sitio funerario aymara). Erigido en un principio en honor a San Pedro, la iglesia fue reemplazada por otra dedicada a San Sebastián, que se convirtió en el primer espacio “oficial” para las inhumaciones de carácter católico, indica Cementerio General, El panteón de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, publicación de la Oficialía Mayor de Culturas, del Gobierno Municipal de La Paz.

Estas necrópolis funcionaron de esa manera durante casi 300 años, hasta que el rey Carlos III publicó una cédula real en 1787 que prohibió los entierros dentro de los templos y ordenó, en su lugar, edificar cementerios fuera de las poblaciones.

Después de la independencia del Alto Perú en 1825, el Mariscal Antonio José de Sucre emitió leyes y decretos como base para la nueva nación boliviana. Entre ellas firmó el decreto del 25 de enero de 1826, que ordena que “se establecerán cementerios para dar sepultura a los cadáveres, en todos los pueblos de la república, cualquiera sea su vecindario”. Esa orden fue materializada recién el 24 de enero de 1831, durante la presidencia de Andrés Santa Cruz. “El terreno destinado a albergar el camposanto, de 30 hectáreas de superficie, se ubicaba en una planicie al noroeste del valle de Chuquiago, en la hacienda de Callampaya, y a un costado del camino a Lima”, indica el texto de la comuna.

El Mariscal Santa Cruz tuvo la idea de erigir una amplia portada de piedra para simbolizar una entrada al reino del más allá, comenta el historiador Randy Chávez, quien añade que el padre Manuel Sanahuja se encargó de la ejecución de esta obra.

Durante sus 185 años de existencia, el camposanto fue ampliado y mejorado en varias ocasiones, desde nichos alrededor de la capilla hasta ocupar actualmente 92.000 metros cuadrados y estar rodeado por la avenida Entre Ríos, Héroes del Pacífico y Mariano Baptista, además de las calles Lino Monasterios y Picada Chaco.

Los especialistas de Architectural Digest destacan de la necrópolis paceña la forma como fueron distribuidos los nichos y cómo éstos fueron dispuestos de manera simétrica en pabellones o cuarteles, que forman calles largas y laberínticas.

“El Cementerio no es particular por su construcción, sino por la sumatoria de la vivencia de las personas que se expresa en las lápidas”, explica Ariel Conitzer, administrador del camposanto. Al caminar por los paseos, uno se siente espiritualmente arropado por filas de seis pisos llenos de nichos. En estos espacios, donde descansan los cuerpos inertes, se desarrolla un espectáculo distinto a otros cementerios, pues parecería que hay una competencia de arte. Los espacios delante de los féretros, que están divididos del exterior por un bloque de ladrillos y estuco, son empleados por los familiares para dar rienda suelta a su imaginación. Además de flores colocan lápidas de diferente estilo, desde los grabados en mármol o bronce hasta los recientes que tienen vidrios flotantes y polarizados. De acuerdo con la edad y las circunstancias, el doliente deposita recuerdos según los gustos del fallecido. Si el que murió era un bebé o un niño dejan un biberón o el juguete con el que más si divertía.

En caso de haber sido joven o mayor de edad, el familiar coloca los objetos que más usaron en vida, sin dejar de lado las preferencias futbolísticas, ya sean de The Strongest o de Bolívar. Esta pasión llega a tal punto, que varios nichos están ocupados por los colores aurinegros o celestes. Del blanco predominante sobresalen diversos tonos que intentan mejorar el último refugio del ser humano. En la actualidad existen 150.000 nichos, de los que al menos 101.000 son privados, la misma cantidad de posibilidades de observar estilos, gustos y la “moda” de la muerte.

“En esta ciudad, que fue establecida en el siglo XVI, el entierro no es el último adiós. Al contrario, el muerto vuelve con sus parientes vivos más de 10 años después de su entierro, en cuyo punto son exhumados, incinerados y puestos en una pantalla detrás de los paneles de vidrio de las paredes del cementerio. Las familias ponen placas y flores para decorar estos nichos de sus seres queridos y, por supuesto, para estar seguros de que sus antepasados no son superados por sus vecinos”, señala la revista de arquitectura de Estados Unidos.

A pesar de las prohibiciones desde la Colonia, la población continúa venerando a sus muertos, por esa razón es que desde muy temprano el día indicado hacen fila para celebrar la festividad de Todos Santos con comida, bebida y música. Una semana después, en el camposanto se desarrolla otra celebración que lo hace diferente: la fiesta de las ñatitas. Según Eyzaguirre, la cultura tiwanacota daba relevancia a la cabeza del individuo porque se creía que alberga el poder del ser humano. Esta convicción se mantiene en la actualidad y se refleja el 8 de noviembre. Ese día, el Cementerio se vuelve a llenar de música y fiesta con gente que llega acompañada de ñatitas (cráneos humanos). Ubicados en el centro de un grupo de invitados, la calavera es cubierta con un llucho, una gorra o un sombrero, según sea varón o mujer. A la mayoría se le pone gafas oscuras y se le hace fumar cigarrillos. Ese mismo día, en un costado del camposanto, son desenterradas ñatitas en medio de rezos, velas y bañadas con flores multicolores.

Toda esta “belleza” cultural y espiritual se complementa con el atractivo de la infraestructura, donde se aprecia la historia del país mediante la visita a espacios tan impresionantes como el mausoleo Ascarrunz, que a lo lejos aparenta ser una capilla con varias torres y de un blanco intenso. Además están otras obras interesantes, como el mausoleo del expresidente José Manuel Pando o de Germán Busch, la sección de los beneméritos de la Guerra del Acre y el Mausoleo de los Notables, donde descansan, entre otros, Abel Iturralde y Juan Misael Saracho. En definitiva, la muerte no es lo último que sucede en el Cementerio General.


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