viernes, 14 de julio de 2017

Tupiza, la ciudad de los aparecidos



La población de Tupiza, antigua y acogedora, tiene el don de sus atractivos turísticos y la gracia de sus habitantes, bonachones y cantores. El clima y su paisaje son de inigualable belleza.

La ruta en tren es la más conocida pero también por carretera, de manera muy segura se puede llegar. Lagunas, paisajes con serranías e infinito cielo azul, anticipan aún a cientos de kilómetros, a Tupiza, un “pueblito encantado”.
Se encuentra al sur de Bolivia, en la provincia Sud Chichas del departamento de Potosí, tradicionalmente fue un importante centro agrícola, ferroviario, de comercio y esencialmente minero en sus alrededores; se caracteriza por los cerros colorados, su clima de valle, gente amable, leyendas y mucha cultura. En el pueblo hay relatos que cuenta la tradición oral, referidos a los aparecidos, almas en pena o duendes.
De la mano del escritor René Aguilera Fierro, aquí esbozamos algunos de ellos.

El carruaje del diablo
Aguilera Fierro cuenta que a principios del siglo veinte, el pueblo de Tupiza era un centro minero, pequeño y sin servicios básicos, la energía eléctrica estaba lejos de llegar a esta parte de Bolivia. Las calles eran de tierra con cascajos. Por aquel entonces, la gente acostumbraba recogerse temprano a sus hogares, los niños luego de hacer las tareas, se acostaban a dormir.
Se cuenta que los días viernes, al promediar la media noche, se escuchaba transitar por las calles un elegante carruaje negro, tirado por dos briosos corceles del mismo color. Se dice que era el mismo demonio que acudía a la casa de un conocido minero, allí, en su finísima sala, jugaban a las cartas y a los dados hasta cerca del amanecer; pero lo cierto es que jamás se escuchó que el carruaje se retirara del lugar, simplemente desaparecía.
El rico minero, todos los fines de semana hacia traer un contingente de gente de sus minas a fin de que trabajen en su mansión, el día lunes cuando retornaban al campamento minero, uno de ellos faltaba, desaparecía sin dejar rastros. El argumento del patrón era que había desertado o escapado para no pagar su vieja deuda económica.
La creencia popular afirmaba que el poderoso minero se lo había entregado al diablo a cambio de vetas de oro. Pero esta no es la única leyenda que se cuenta en Tupiza.
El carretón de
la otra vida
“Es una vieja tradición, contada noche tras noche por los papás y abuelos, se dice que ocurría su aparición una vez al mes. Al acercarse la media noche, el Carretón surgía por la antigua calle del Cementerio, hoy Chuquisaca, lentamente avanzaba por las principales calles, los ejes crujían entremezclándose con el ruido de las ruedas al rodar sobre las piedras”, cuenta Aguilera Fierro.
Agrega que era un carretón sin barandas, rústico, tirado por bueyes oscuros que acezaban en señal de portar una carga pesada. La creencia popular era que se trataba de una aparición fantasmagórica, los ojos de los animales y del conductor, chispeaban, brillaban amenazantes, por lo que jamás nadie se atrevió a cruzarse en el camino del Carretón de la otra vida.
Cuentan que el carretón cargaba sobre su plataforma un cajón de muerto, negro y brillante. Con el ataúd hacia un recorrido fijo, luego de cumplir con su itinerario, se perdía por la calle Saturnino Murillo, despertando el susto tal como había ingresado.

El duende
Sobre las más recordadas travesuras del duende, relatan que el portero del Colegio Nacional Suipacha de Tupiza era don José Arrieta Calderón, encargado de la limpieza, ordenamiento de pupitres y mesas de aulas; era una rutina que se cumplía al finalizar el día. Don José, se esmeraba en el trabajo, trataba de culminar lo antes posible, pero dada la cantidad de aulas, su trabajo se prolongaba hasta muy tarde. El esmero que le ponía a su trabajo, se debía a la responsabilidad que siempre demostró en el ejercicio de sus funciones, pero también se debía a su temor al duende.
Don José, contó a Aguilera Fierro una serie de hechos que le sucedieron durante días y años en el ejercicio de sus funciones, primero soportó sólo los ruidos y apariciones, luego en compañía de doña Tomasa Pérez Aguanta, su esposa y, finalmente, de Luis Fernando, su hijo mayor.
Desde su ingreso a la portería, le tocó vivir en los predios del Colegio Nacional “Suipacha”, construyó su vivienda frente al patio que fungía como campo deportivo y de educación física. Cuenta que en las noches, mientras barría, limpiaba o acondicionaba los bancos, repentinamente se apagaba la luz de ese curso, prendía el interruptor, se alejaba unos pasos, de nuevo se apagaba la luz, había veces que era mejor dejarla apagada e irse a otra aula o instalación.
“También sucedía que terminaba su labor, apagaba la luz, pero apenas se alejaba, de nuevo se prendía la luz, la mayoría de las veces era inútil batallar con el duende, era mejor dejar la luz como él deseaba”, dice Aguilera Fierro.
En otras ocasiones, finalizado el trabajo, el aula estaba en completo orden, pero de pronto se escuchaban estrepitosos ruidos y golpes de sillas, mesas y bancos, se daba la vuelta y se encontraba con que todo el mobiliario estaba amontonado, destrababa los muebles, pero de improviso, todo estaba de nuevo en desorden.
El aula que siempre le sorprendía con algo nuevo, era la que se encuentra en la esquina de la calle “Chuquisaca” y calle “Arturo Aranibar” aula donde se encuentra la tapa de la entrada al túnel; según se dice, este túnel conduce a la Iglesia Matriz de Tupiza.
René Aguilera Fierro el año 1997 ingresó y recorrió por el subsuelo unos 60 metros con linternas, le acompañó Luis Fernando Arrieta Pérez y un grupo de alumnos del Colegio Nacional “Suipacha”. El túnel continúa hacia la avenida “Saturnino Murillo” y calle “7 de noviembre”.
“Los aparecidos del Colegio Nacional “Suipacha”, siempre estuvieron ahí, en el patio, en la cancha, don José y su familia escucharon sus pasos, murmuraciones y, en ciertas ocasiones, los vieron caminar por los alrededores o sencillamente se los podía ver parados, en posición de espera, estudio o de conversación”, afirma el escritor.

La aparecida del colegio Nacional Suipacha

Según relato del escritor, era el primer año de servicio del profesor Sócrates Chiri Liendo, en realidad, los primeros meses de trabajo en la docencia.
Los maestros de Tupiza habían acordado celebrar el día del maestro con una reunión de camaradería en una de las aulas del Colegio Nacional Suipacha.
Ese día, el profesor Sócrates, tenía planificado asistir a la hora indicada, pero a raíz de un imprevisto, le tocó llegar una hora después. Su ingreso a la Sala fue recibida con aplausos y silbidos por sus colegas, en señal de amistad y de retraso. Se incorporó al grupo, se hizo el brindis de rigor, aún había silencio en la sala, la fiesta, la música, tardaba en organizarse.
En ese momento decidió ir al baño, caminó por el resto del corredor, giró hacia su derecha y se encaminó hacia los baños de alumnos, cumplido su objetivo, retornaba a la sala, cuando de pronto vio que una joven pasaba muy cerca suyo, no le dio mayor importancia, incluso, pensó que se trataba de una alumna rezagada.
Relatan que la muchacha caminó unos pasos más y se detuvo, dio la vuelta, mirándole fijamente, le hizo un ademán con una de sus manos, indicándole que la siga, perplejo, pensó que se trataba de mucho descaro y falta de respeto a un profesor. Ante la insistencia, caminó unos pasos, se detuvo, trató de enfocarla con su linterna, pero no le respondió la linterna, no prendía, intentó activarla en reiteradas veces pero fue en vano. Colocó la linterna en su bolsillo trasero derecho. Caminó otros pasos, sin dejar de mirarla, sus ojos se quedaron fijos en la muchacha, estaba como hipnotizado.
Según Aguilera Fierro, una mano fría y pesada se posó en su hombro derecho, el impacto fue lento pero eficaz, el profesor Sócrates salió de su estado de perplejidad. Pudo escuchar risas y voces de sus colegas, vuelto a la realidad, atinó a mirar a todos lados, reconoció a sus amigos, no dijo nada, volvió su mirada al frente, la muchacha aún seguía allí.
Entonces pudo señalar lo que estaba viendo y balbucear la palabras, muchacha, chica, estudiante.
El grupo se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, pero ninguno de ellos alcanzó a ver nada.
Una vez en la sala, los profesores en silencio escucharon el relato de lo sucedido. El profesor Sócrates había permanecido una hora en aquella oscuridad y nadie lo había notado.

Tupiza
Datos básicos de la “Joya de Bolivia”

Ubicación
Tupiza es una ciudad y municipio de Bolivia, situada al sureste del país. También llamada “Joya Bella de Bolivia” El gentilicio local es tupiceño.

Economía
Tupiza ha sido, tradicionalmente, un importante centro agrícola, ferroviario y de comercio, con importantes distritos mineros en sus cercanías. El valle de Tupiza es fértil, es importante la producción de maíz, frutas, y hortalizas. Además de la cría de ganado caprino y la producción de leche y queso.

Clima
Tiene una temperatura más cálida que el resto del departamento, por ser un valle. La temperatura media es de unos 25 grados, siendo caluroso en verano y frío en invierno.

Atractivos turísticos

El Valle de los machos

Ya en los alrededores, se encuentran sitios famosos que llaman la atención de los visitantes, entre ellos se puede mencionar: “El Valle de los Machos”, con cerros ocres y peculiares formaciones rodeados de cactus, churquis y algarrobos. Está a 3.071 msnm de altitud y se encuentra después de pasar La Puerta del Diablo.
Son unas formaciones rocosas erosionadas por el viento llamadas así por su aspecto fálico.

El Angosto

“El Angosto” es un punto impresionante donde el camino carretero y la vía férrea perforan la montaña por túneles independientes a ambos lados del río Tupiza. En época de lluvias se puede observar una corriente de agua que se arremolina hasta una altura de 5 metros en las paredes de la roca; la “Puerta del Diablo”, constituida por dos rocas de aproximadamente 20 metros de altura en las que se encuentran algunos dibujos arqueológicos.

Los cerros

Entre los cerros con formaciones están el famoso “Toroyo”, que recibe este nombre porque cuenta la leyenda que en épocas antiguas un toro de oro apareció en las aguas del río y se perdió luego, pero aún algunos lo escuchan bramar; el “Cerro del elefante”, una formación rocosa que vista desde cierta perspectiva denota la figura de este animal; también está el “Sillar”, cerros afectados por la erosión que forman una especie de sillas.

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