En algún momento de nuestras vidas hemos sentido el deseo, con menor o mayor intensidad, de escapar del lugar donde nos encontramos rumbo hacia otros sitios, ya sea cercanos o lejanos. No obstante, este impulso puede llegar a la dromomanía, la obsesión por querer viajar. ¿Cómo darnos cuenta de si nuestras ansias son exageradas?
“Estamos en 1886, en los albores del psicoanálisis, y Albert Dadas se presenta voluntariamente en el hospital Saint André de Burdeos para que lo curen, pues a lo largo de su vida ha sentido varias veces el impulso irrefrenable de irse lejos, de huir, momentos en que se sumía en un trance del que no salía hasta que recuperaba la consciencia en otra ciudad, otro país, en Nantes o en París, en Argelia o en Moscú”. En El cautivo —novela gráfica de Christophe
Dabitch y Christian Durieux— se recoge la historia de Jean Albert Dadas y su médico Philippe Tissié, en uno de los primeros casos de fuguismo patológico que se conocen en la historia, también conocido como automatismo ambulatorio.
Existen pocos casos documentados de este desorden mental —señala la web La Brújula Verde—, todos ellos en la Francia de finales del siglo XIX, sin que se haya establecido si se trata de una enfermedad o un síntoma de otros trastornos mentales.
En el caso de Dadas, quien fue tratado durante varias semanas, los psiquiatras definieron la dolencia que padecía como dromomanía (del griego dromos, carrera, y manía, afición exagerada por alguien o algo), que, según la definición de la RAE (la Real Academia Española), es la “inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro”.
Este desorden fue denominado como “trastorno del control de impulsos” y “problema psiquiátrico” en la edición de 2000 del Manual de Diagnósticos y Estadísticas de Desórdenes Mentales, publicado por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos, que indica que quienes lo sufren tienen un anormal impulso por viajar.
Marta Sader, autora del artículo ¿Existe la adicción al viajar?, para la revista Traveler Condé Nast, pregunta si se puede hablar de adicción a viajar como tal. Para responder el cuestionamiento entrevistó a Lidia Rodríguez Herrera, psicoterapeuta especializada en adicciones, quien explica que el elemento esencial de todos los trastornos adictivos es la falta de control de la persona sobre determinada conducta.
La investigadora aclara que los síntomas principales de la dromomanía son un intenso deseo, ansia o necesidad imparable de llevar a cabo esta actividad placentera; la pérdida progresiva de control sobre este impulso; el descuido de las actividades habituales previas, tanto las familiares como las académicas, laborales y de tiempo libre, y la irritabilidad y malestar ante la imposibilidad de dejar de viajar, después de que ha pasado un corto periodo.Entonces, ¿esos parámetros sirven para saber si somos o no adictos a los viajes?
De acuerdo con Rodríguez, en ningún caso trasladarse de un lado a otro es un problema en sí mismo, al contrario, puede deberse a un comportamiento evasivo, pues “viajar favorece el bienestar, produce un cambio y crecimiento. Además, viajar, como alteración temporal a modo de pausa de las responsabilidades, es indiscutiblemente saludable para favorecer el equilibrio mental, nos alejamos de las preocupaciones y se alivian tensiones durante algún tiempo (…) y si se realiza con amigos o con la familia, se refuerzan los vínculos”.
Caer en la monotonía y, de repente, ponerse a pensar qué se quiere realmente para la vida agobian a cualquiera. Entonces, uno se da cuenta de que salir de la zona de comodidad y escapar por algún tiempo —semanas para algunos y meses (o años) para otros— es la única solución para romper la rutina, describe un artículo de El Mostrador, periódico digital de Chile. El desorden ocurre cuando se vive únicamente por y para el próximo viaje, ya que “es posible que la vida que está llevando no le esté llenando lo suficiente”. Los otros indicadores son “sentir cierto desarraigo y aislamiento social, pasar gran cantidad de tiempo mirando blogs y guías de viajes, gastar por encima de sus posibilidades, sacrificar trabajos, amores y seguridad en la búsqueda de nuevas experiencias, además de sentir ansiedad si no se puede llevar a cabo el viaje planeado, o si está más de tres meses en el mismo lugar”.
¿Qué ocurre con quienes deben viajar constantemente por motivos laborales? Rodríguez dice que es probable que estas personas tengan relaciones superfluas, generen conflictos familiares y pierdan contacto con amistades.
La psicóloga afirma que estar continuamente en movimiento “no genera adicción”, mientras no se traspasen los límites que pongan en riesgo la familia, el empleo y la economía.
Con datos de Traveler Condé Nast, La Brújula Verde y El Mostrador
No hay comentarios:
Publicar un comentario