Entre el hielo, el sol y el altiplano, escondido a plena vista, está un gigante dormido. Cubierto en nieves eternas, quieto, frío e inmutable, este dios andino está a la espera de almas aventureras, dispuestas a retar cuerpo y mente para conquistar sus alturas.
El Huayna Potosí le dicen. Y su legado es leyenda. Forma parte de la Cordillera Real, la zona boliviana de la poderosa Cordillera de los Andes. Con sus 6.090 metros sobre el nivel del mar, el Huayna es un cerro imponente, orgulloso y deslumbrante que se encuentra en el departamento de La Paz. Pero su belleza esconde una personalidad caprichosa y desafiante.
El equipo de Una Gran Nación salió dispuesto a conquistar a esta deidad del altiplano. Con Rodrigo Lema, Andrés MacLean, Pablo Oh, Sasha Vázquez, Alexia Dabdoub y Eduardo Silva nos dirigimos hacia las alturas prístinas, enfrentando desafíos de todo tipo y situaciones que tal vez no volvamos a vivir nunca.
Para lograr el ascenso hasta la cumbre, el equipo se sometió a días de aclimatación y entrenamiento, realizando rutas y escaladas de menor dificultad, preparando mente y cuerpo para conquistar el desafío principal. Con el apoyo y la sabiduría de los guías, conocedores expertos del lugar, entendimos que esta caminata no sería solamente un tema de fuerza o resistencia física, sino una prueba para la voluntad y la mente de todos los involucrados.
Así, en medio de la noche altiplánica, el equipo sale, preparado y dispuesto. Horas de caminata y ascenso nos acercaban cada vez más a la cumbre. Sin embargo, la subida se hace eterna y, como se nos había advertido, no es el cuerpo el que sufre, sino la mente.
El Huayna es un adversario digno y noble, pero en el equipo, contábamos con un secreto. Subimos acompañados de dos almas de fuego: Alicia y Julia Quispe, expertas escaladoras con años de experiencia. “Aquí viven los abuelos” —nos decían— “las almas antiguas”. Con cada paso, podíamos sentir el peso de una mirada.
¿De los antepasados, mirando y guiando nuestros pasos? ¿O tal vez del mismo Huayna, observando de cerca a los viajeros que osan desafiar su altura? No tenemos una respuesta certera, pero algo es seguro: la presencia y energía mística que rodea a este destino son absolutamente increíbles, profundos y poderosos.
Pocas cosas pueden compararse con la vista y paisaje que encontramos. Cumbres nevadas, frías y brillantes a la luz del sol. Las nubes al alcance de la mano. La sensación de estar parado sobre millones de años de historia y desarrollo natural, viendo hacia el lejano horizonte. Si hay un lugar donde podemos sentirnos intocables, es en la punta más alta del inmenso Huayna Potosí, donde el tiempo parece no pasar y las dificultades y dolores cotidianos no nos alcanzan.
El camino de ascenso fue un desafío exquisito, lleno de belleza salvaje y natural. La estadía en la cumbre fue un sueño hecho realidad. Y la bajada trajo muchos pensamientos a las cansadas mentes de los viajeros.
Uno de ellos fue la inmortalidad de nuestro Huayna Potosí. A la subida, estábamos concentrados en poner un pie delante del otro. Pero ahora que bajábamos, nos dimos cuenta de que donde debía haber hielo, había roca. Donde el glaciar debería estar firme, corría agua. Donde el frío es rey, los rayos del sol empiezan a ser la competencia.
Porque incluso las nieves eternas pueden perder su brillo, dejando la piedra al descubierto para ser calentada por la luz del día. Y eso, sólo eso entre toda la belleza que contemplamos, nos preocupa. Cada día, el calor aumenta. El hielo se derrite.
Bajando de la montaña, nos dimos cuenta de que todos queremos ser como el Huayna, que resiste, alto y orgulloso, frente a las adversidades, porque ese es el centro de su poder. El espíritu de Bolivia, nuestra Gran Nación.
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